Cuando la santidad de Dios se hace manifiesta en el hombre, los demonios tiemblan, saben que Dios lo habita y le ha comunicado su poder, por lo que ante un santo no tienen poder, no tienen salida; serán de nuevo expulsados al averno.
En San Pablo encontramos el más preclaro ejemplo de la irradiación de esta santidad. Los demonios los conocían y sabían que con una sola palabra de él tendrían que huir, como es el caso de la chica aquella que adivina, poseída por el demonio, y que con una sola palabra san Pablo la exorciza (Hch 16, 16-18). En este caso vemos cómo el demonio conocía bien a Pablo y su misión, y cómo con una sola palabra el demonio obedeció y dejó libre a la muchacha. Algunos piensan que basta con seguir el ritual y con ello el demonio obedecerá. Esto es, por lo general, un error. El mismo libro de los Hechos de los Apóstoles nos ilumina sobre esta situación, cuando dos “exorcistas ambulantes” quisieron, en el nombre del Señor Jesús, echar fuera a un espíritu con resultados poco recomendables (Hch 19, 13-15). Vemos, pues, la importancia de irradiar esta santidad, ya que es ésta de donde proviene el poder para erradicar a los demonios.
Un exorcista que no vive en este estado de santidad verá pocos resultados en su ministerio, pues sólo de la comunión con cristo y con su Santo Espíritu, nos vendrá la fuerza para erradicar al demonio.