Mientras celebramos los acuerdos de paz en Colombia, vemos con tristeza que continúan decenas de “guerras olvidadas”. ¿La paz depende solo de las negociaciones políticas? ¿Qué podemos hacer los demás para alcanzarla?
1. La importancia de la vía política. Para alcanzar la anhelada concordia entre partes beligerantes, el papel de las negociaciones entre gobiernos y combatientes, junto con la mediación internacional, son sin duda sumamente importantes e imprescindibles, como hemos visto recientemente en los diálogos de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC, que han culminado con el anuncio de un acuerdo definitivo.
Sin embargo, la búsqueda de la paz social no se limita a las negociaciones diplomáticas. Existe el riesgo de pensar que las otras vías para alcanzar la armonía y la tranquilidad no son opciones viables o que no resultarán efectivas. Sin embargo, como la paz afecta al ser humano en todas sus dimensiones, personales y sociales, resulta necesario buscarla desde todos los aspectos del hombre.
2. Algo más que un equilibrio de fuerzas militares. La paz es “mucho más que la simple ausencia de guerra: representa la plenitud de la vida (cfr. Mateo 2,5); más que una construcción humana, es un sumo don divino ofrecido a todos los hombres” (Compendio DSI, 489). Buscar la plenitud y la plegaria son herramientas de paz al alcance de todos.
En efecto, la paz no se limita a la ausencia de violencia (lo cual es imprescindible), sino que apunta a que todos los ciudadanos puedan acceder a una vida lograda. Estos es importante, porque la búsqueda de la felicidad propia y ajena motiva más a buscar la paz, que el miedo que nos lleva a estar a la defensiva.
Además, conseguir esta anhela concordia implica que muchas personas cambien su interior, que dejen el odio, que deseen perdonar. Y todo eso excede las meras fuerzas humanas, por lo que es necesario que reconozcamos que se requiere una ayuda superior, sobre humana, que pueda auxiliar nuestra débil voluntad.
3. El desarrollo social, condición para la paz. Para reducir el número de conflictos bélicos en el mundo es importante poner remedio a sus causas, que suelen ser “situaciones estructurales de injusticia, de miseria y de explotación” (Compendio DSI, 498). Esto nos pone delante de otras herramientas de paz –el desarrollo y la educación–, que también está en manos de bastantes ciudadanos, no solo de los gobernantes.
Por eso, con gran sabiduría afirmaba Pablo VI que “el otro nombre de la paz es el desarrollo” (Enc. Populorum progressio, 1967, 76-77). Y a esto Juan Pablo II añadía que igual “que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, también existe la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo”. (Enc. Centesimus annus, 1991, 52).
Y en días pasados, Francisco explicaba que “paz significa educación”. Y explicó que se trata de “una llamada a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro”. (Discurso, 20 sept. 2016)
Como la paz beneficia al ser humano completo (y no solo a sus dimensiones política y económica), es necesario proponer una nueva cultura de los ciudadanos en un cuidado integral de la concordia y la unidad.
Una cultura de paz que se manifieste en la búsqueda de la felicidad, en la plegaria, en la erradicación de la injusticia y la pobreza, en aprender a convivir. Y todo esto está en nuestras manos, por eso todos podemos ser artífices de la paz.
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