Agradezco siempre las lecturas recomendadas de mis amigos. La última ha sido de un amigo sacerdote, que vive hace años fuera de España. Me ha descubierto un mediterráneo: 'El espíritu de la liturgia' de Romano Guardini, un gran teólogo y seguramente un Padre de la Iglesia, y que ha influido en Benedicto XVI y ha sido elogiado a menudo por el papa Francisco. La Navidad, que es tan rica en celebraciones litúrgicas, puede ser una oportunidad para reflexionar sobre algunos contenidos de este libro, y para hacer propósitos.
El Espíritu de la Liturgia se publicó en 1918. Romano Guardini, de origen italiano, pero plenamente insertado en la cultura alemana, dio a conocer este libro en un momento en que Alemania había sido derrotada en una guerra, que unos meses antes parecía que iba a ganar, y después de cuatro años de un conflicto, desarrollado en gran parte en unas trincheras inmóviles, en el que la humanidad fue casi desterrada de los campos de batalla. Europa nunca se ha recuperado del todo de aquella tragedia de hace más de un siglo. No era quizás la ocasión más apropiada para dar a conocer una obra con la que su autor aspiraba a recuperar el valor y la riqueza de la liturgia. Muchas personas solo querían olvidar los horrores vividos e incluso entregarse al frenesí de los sentidos o al mucho más peligroso de las ideologías totalitarias que triunfaron en los años siguientes ¿Qué podían importar las ceremonias litúrgicas? A lo mejor importaban a los esteticistas, admiradores de las obras maestras de la música religiosa, pero no a quienes solo buscan la utilidad práctica de las cosas y desprecian los formalismos y los rituales que consideran sin alma y vacíos de contenido.
En cambio, para Romano Guardini la liturgia es una expresión de la Iglesia suplicante, un ejemplo de cómo la Iglesia se mantiene segura y serena “en medio de las acometidas alevosas del mundo”. La liturgia es un modo de oración. Orar es, sobre todo, querer conformar nuestra vida a la voluntad de Dios, un Dios amor en la Trinidad. No es un dios de los filósofos, según Pascal, ni una especie de motor inmóvil ajeno a la suerte de los seres humanos. No se puede creer sin orar, ni orar sin creer. La liturgia es orar en comunidad. La comunidad litúrgica no parte del yo sino del nosotros. La comunidad, y no el individuo, es el sujeto de la liturgia. La liturgia tiene la capacidad de sacar al individuo de sus ideas y sentimientos, por muy excelentes que sean, para llevarle a un mundo espiritual más enriquecedor. La oración es mucho más que expresar mi actual estado de ánimo. La liturgia y la piedad personal deben de ir siempre unidas. No pueden subsistir una al margen de la otra. Para Guardini, la liturgia está muy relacionada con la cultura. Nuestro autor afirma que la religión necesita el soporte de la cultura, y hace una muy acertada definición de lo que es la cultura: “Es la síntesis de todos los valores que son producto del esfuerzo creador, transformador u ordenador del hombre: las artes, las ciencias, las instituciones sociales…”.
En mi opinión, la cultura nunca podrá crear una auténtica religión, pero la religión no puede renunciar a la cultura, ni siquiera en nombre de unos ideales supuestamente más auténticos y elevados. Sin cultura que la sustente, la religión se tambalea. Lo dice también Guardini: “Si a una vida espiritual le falta el cimiento inconmovible de una elevada y auténtica cultura, veremos que esa vida se paraliza y se agosta”. Guardini sale al encuentro de la objeción, también existente en nuestros días, de que la liturgia es algo espectacular y teatral. La crítica es propia de quienes lo ven todo desde criterios de utilidad, de quienes solo perciben, o quieren percibir, la realidad desde una perspectiva técnica y económica. No se puede buscar la utilidad en todo, y nuestro autor se pregunta, a título de ejemplo, para qué sirven las hojas y las flores. Lo que hay que buscar es el sentido de las cosas y esto nos lleva a ver en ellas un reflejo del Dios infinito. Si se piensa la liturgia únicamente en función del hombre, y aquí cabría recordar eso tan extendido de “me dice algo o no me dice nada”, se cae fácilmente en la frivolidad y enseguida se llega al aburrimiento. La liturgia es para dirigirse a Dios, el Dios Trinidad, el del amor del Padre por el Hijo, que se recrea en Él, y también se recrea en aquellos que por el bautismo han llegado a ser hijos de Dios. Desde esta dimensión, Guardini puede asemejar la liturgia al juego de los niños. No hay en el juego ninguna finalidad práctica, pero está impregnado de sentido. El juego es una expresión de amor. Se juega ante Dios, que es un Padre amoroso.
Guardini añade el ejemplo de David que baila, invadido por la alegría, ante el Arca de la Alianza., a pesar de que su esposa Micol se ríe de él. Es lo mismo que hacen, según nuestro autor, los sabios y prudentes del mundo ante la liturgia, pues son incapaces de entender “la mezcla de profunda gravedad y de divina alegría” que caracteriza a la liturgia. Ambas cosas no son incompatibles. El cristianismo, como bien dice Guardini, no es la religión en la que hay que elegir entre esto o aquello. Antes bien, es la religión que asume esto y aquello.