Sin Dios no hay esperanza

José Luis Villacorta, experto en temas islámicos: "Asistimos al choque de dos barbaries"

06 de marzo de 2015

José Luis Villacorta, sacerdote diocesano y experto en temas islámicos, ofrece un descarnado análisis del momento que hoy enfrenta la sociedad y los desafíos para la fe.

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José Luis Villacorta es sacerdote diocesano y experto en temas islámicos. Ha acudido a encuentros internacionales de las “Tres culturas del Mediterráneo” (institución con sede en Sevilla). También ha participado en congresos internacionales organizados por Unesco en Barcelona y ha pertenecido a la Junta organizativa del encuentro interreligioso, celebrado en diciembre de 2005 en Bilbao.
Ha dado conferencias en el Centro Islámico de París y en la Fundación AlAndalus de Rabat. Ha residido en países islámicos como Marruecos, Túnez, Libia, Egipto, Jordania, Turquía, Irán….., donde “he consultado bibliotecas y he conectado con musulmanes de estos lugares”. Ha impartido clases en la Universidad de Deusto sobre Antropología Islámica y Religión musulmana.

José Luis Villacorta tiene amigos musulmanes de relieve académico, pero, como  comenta con un punto de ironía “de poca o nula incidencia social y política. Eso nos hace independientes y libres cuando hablamos entre nosotros”. Independencia y arrojo que se reflejan en esta entrevista para Comunicación Alkarren Barri, de la diócesis de Bilbao.

¿Cómo resumiría la actual crisis producida por el choque del mundo occidental con el mundo islámico o del mundo islámico con el mundo occidental?
Es un tema complejo y difícil de resumir en unas líneas. En breve: esto es un choque de trenes. El tren occidental ha entrado en Oriente Medio y, en general, en los países islámicos, como una locomotora que arrastra una larga cola de vagones: el vagón de la democracia, de la ciencia, de las libertades, de los derechos humanos, de la igualdad, del pluralismo, de la laicidad, de los modos y modas occidentales… Y lo ha hecho a cañonazos (bueno, ahora lo hace con drones).
Sus intereses más destacados han sido el control del petróleo (ya lo dejó totalmente claro Ahmed Rashid hace años). Se han invertido sumas fabulosas para extraerlo y trasportarlo a Occidente. Se necesitaban gobiernos estables (sin ellos no puede funcionar la economía) y aceptamos títeres que sólo representan a un grupo de la población. Si esto lo reconocemos como sistemas democráticos, lo lógico es que los musulmanes entiendan que la democracia es una parodia y que los derechos humanos son una broma de mal gusto.
El petróleo ha sido una maldición, porque ha servido para enriquecer a unos hasta niveles inimaginables y a otros les ha lanzado hacia el resentimiento. Un resentimiento alimentado con millones de dólares por parte de los países más ricos, para que no se metan con ellos. El “juego” de Oriente Medio tiene lugar en los puntos más frágiles del sistema, apadrinado por Occidente. Y para enrarecer todo el panorama se ha apoyado la creación del Estado de Israel. Es decir, tenemos todos los ingredientes necesarios para recoger todo lo sembrado: decepción, frustración y resentimiento.
Este caldo de cultivo va a encontrar su salida natural en el terrorismo suicida. El protagonista de estas tierras no es el científico, ni el político, ni el investigador, ni el empresario… es el sahid y la sahida: los suicidas o, para hablar con propiedad, los que mueren en el camino de Allah.
Pero enfrente viene otro tren: el del Islam. Su locomotora arrastra los vagones de la revelación verdadera, de la palabra de Dios que cubre todos los aspectos de la vida política, económica, social y de costumbres, el de la escrupulosa defensa de su religión (donde el humor no debe rozar ámbitos sagrados)… Y lo defiende a golpes de Kalashnikov.
Es decir, asistimos al choque de dos barbaries: una barbarie medieval y una moderna. Una, salvaje en los medios y en los efectos (la occidental) y otra, salvaje en los medios y en los fines (la radical islámica).

¿Qué pasa?
Pues que esos trenes chocan y, siempre que ocurre lo mismo, mueren viajeros en mayor o menor número. Es la mayor perversidad, la más brutal de todas las historias protagonizadas por la ineptitud: la muerte de los inocentes y la reconversión de los frustrados en asesinos descerebrados.
Y lo de descerebrado no es un insulto, es la verdad limpia. ¿Quién ha sacado mayor rentabilidad de las salvajadas cometidas estos días? Israel. Sólo había que mirar el rostro de Netanyahu en París el domingo 11 de enero.

¿Dónde está el nudo de este drama?
No acaba la metáfora de los trenes, porque el drama es que los dos quieren la única vía para sí. No se dan cuenta de que hay vías construidas o que se pueden construir y que están abandonadas o insuficientemente utilizadas. Pero todos se creen dueños de la ÚNICA vía. Resultados: muerte, dolor, odio… sin horizontes.

¿Resultado?
¿Resultado? Una inmensa tristeza. Y una convicción, que vengo manifestando desde hace mucho tiempo: los cambios en el Islam se darán a través de los musulmanes convencidos de los cambios necesarios.
Desde fuera no haremos más que empeorar las cosas. Es necesaria una nueva alianza: el encuentro entre las personas y los grupos más abiertos de los países islámicos y los gestores europeos mejor preparados. Pero no sé si esto es posible, porque los mejores intelectuales musulmanes son irrelevantes socialmente y están alejados del poder político y económico y los más capaces de llevar adelante esa alianza desde Europa no son llamados por los políticos, más acostumbrados a confiar en la policía y el ejército.
Mientras tanto, nos alimentaremos de “informes” apocalípticos sobre invasiones y zarandajas por el estilo, que solo apoyan la ascensión de la derecha radical europea, bien alimentada por la simpleza burda y heroica de los grupos radicales islámicos que saben matar en esta tierra para vivir eternamente en el paraíso, disfrutando de la recompensa soñada. Mientras sueñan, disparan, asesinan y dejan evidencia palmaria de su bajo coeficiente intelectual.
Este no es más que un capítulo más del fracaso de la inteligencia.
Por si acaso, una recomendación: no subirse a ningún tren de los que circulan por la vía única.

 
 
 

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