Laura creía en Dios, pero su vínculo con la pornografía, el aborto y la brujería le dejaron en las garras del demonio
Desde sus primeros años de vida en Argentina, Laura Pérez fue introyectando que se podía estar bautizado, ir a misa de vez en cuando, decir que uno era católico, pero vivir de espaldas a las enseñanzas del Evangelio o acomodando la doctrina según fuere necesario. “Teníamos un papá que nos marcaba muy bien lo que estaba bien y lo que estaba mal, pero con una educación moral fuera de la iglesia, porque éramos católicos, pero no lo practicábamos”, confirma.
Así creció y se hizo adulta. Como consecuencia de esta tibieza en su relación con Dios, las decisiones y actos contrarios a la moral que cometió -de los cuales hoy tiene plena conciencia y gran arrepentimiento- le dejaron expuesta explícitamente a las garras del demonio.
La doble vida
Permitirse relaciones sexuales con el novio era lo habitual en el entorno que ella se encontraba y, al no usar preservativo u otra medida preventiva, pronto ocurrió su primer embarazo, a los 18 años. El padre del bebé tenía apenas dieciséis. La consecuencia inmediata fue que su familia les forzó a casarse, aunque eran solo un par de jóvenes apasionados e irresponsables y más pronto que tarde quedaría en evidencia... “Hubo engaños. Además, nosotros teníamos una tendencia a ver cosas que no debíamos y si bien lo hacíamos juntos eran cosas bien feas, como pornografía, por ejemplo. Teníamos prácticas (sexuales) que no debían ser, menos dentro del matrimonio; y bueno, con el tiempo tuvimos hijos y también se fue deformando”, señala Laura con evidente incomodidad y evitando entrar en detalles que confirman la vergüenza y arrepentimiento que -tras décadas- aún le causa todo lo vivido.
Este desenfreno, fragilidad e inconsciencia cobró su primera víctima cuando -en medio de las habituales crisis por infidelidades de su marido- ambos decidieron terminar con la vida del hijo que Laura llevaba en su vientre. Fue un acto catastrófico, también para la vida espiritual de esta mujer y el catalizador que llevaría a la separación de estos esposos.
“Antes de que mi marido se fuera de casa pasaron muchas cosas sobrenaturales. Se movían objetos, los chicos se asustaban, lloraban de noche, decían que había 'cosas'. En lugar de buscar la asistencia espiritual de un sacerdote para una bendición, fui a visitar una bruja (...) y entonces las cosas se pusieron feas”, recuerda.
Las consecuencias del pecado
Como en más de una ocasión lo han testimoniado diversos exorcistas en Portaluz, no hay bruja blanca o benéfica y cuando el que demanda sus servicios cree haber recibido un beneficio, siempre enfrentará luego costos nocivos para su bienestar integral. Así lo vivió Laura y hoy tiene plena conciencia de que los ritos realizados por la bruja, con su consentimiento, “fue abrirle las puertas al demonio”.
Luego de aquel rito la depresión comenzó a demoler su estabilidad emocional y en el ámbito de lo moral pasó nuevos límites al formalizar un vínculo con otro hombre estando casada. Luego -tal como había integrado desde su infancia-, no tuvo reparos en aceptar ser catequista, aunque vivía de espaldas a las enseñanzas de la Iglesia. “Pero siempre tuve en el fondo esa conciencia que viene impresa desde que nacemos de saber lo que está bien y lo que está mal o sea sabía que no estaba bien en el fondo, y tampoco podía ser feliz con eso, pero seguí adelante como una autómata”.
A los pocos días regresaron las manifestaciones de “sombras y ruidos” en la casa, que le atemorizaban. Incluso llegó a escuchar en sueños una voz que relacionó de inmediato con el demonio por su cariz amenazante. “Si no me quedo con vos, me quedo con tu hermana” le susurró al oído. Como un derrumbe que va arrastrando todo a su paso el siguiente golpe para Laura fue que el hombre con quien convivía se fue de casa. Lejos de comprender que era una oportunidad para sanar y reconciliarse con Dios, su obsesión y ceguera espiritual le llevó a rezar ante una imagen “la Coronilla de Jesús misericordioso” -dice- suplicando que su amante regresara.
Viendo que nada de lo que anhelaba sucedía, Laura escribió una detallada carta narrando su historia a un Monasterio de hermanas Carmelitas, suplicándoles oraciones de ayuda. Con sabiduría la respuesta que recibió -recuerda- fue: «Oramos por su conversión».
En su ceguera, pensó que estas hermanitas “eran frías” pues ni siquiera la habían “consolado”. Pero Dios estaba escribiendo derecho en renglones torcidos y las oraciones de las Carmelitas -aunque ella no fuese consciente- pronto traerían frutos de conversión.
Proceso de liberación
El primer signo de su proceso a la conversión ocurrió cuando un día, de forma espontánea, decidió buscar ayuda en grupos de oración que contactó por internet. La primera respuesta traía un regalo digital para ella: el acceso a un video donde el colombiano Marino Restrepo narra su conversión. Escucharlo la estremeció y comenzó a buscar nuevos testimonios hasta uno de Gloria Polo que movió sus emociones y conciencia de lo que había estado viviendo hasta ese minuto. “Cuando terminó ese video me invadió una gran congoja y supe que estaba condenándome”, confidencia.
El segundo signo de su camino de regreso cual “hijo pródigo” fue al tomar conciencia de unos sueños que comenzaron a ser habituales... “yo le hablaba a un viejito con barba larga y no sabía quién era hasta que vi una foto en internet. Parecía que estaba rezando, pero en otro idioma... resultó ser San Charbel que me enseñaba a rezar en sueños oraciones en latín”, afirma Laura.
El tercer signo ocurrió el día en que abrió su corazón a Dios, arrepentida, consciente de lo mucho que le costaba vencer “los pecados de la carne” y se confesó. “El sacerdote me pegó unos gritos que creo que se escucharon desde lejos, fue como un exorcismo”, confidencia y añade al terminar: “El demonio como que te quita la vergüenza para que peques y después te la devuelve. Cuando vos quieres cambiar entonces uno piensa que es indigno, que no tiene perdón lo que hizo; pero no hay nada que Dios no nos pueda perdonar con un arrepentimiento sincero”.