La “revolución para construir la paz” que alienta Andrea Bartoli de la Fundación Sant'Egidio
En 1968, con apenas 18 años, el italiano Andrea Riccardi fundó la Comunidad de Sant'Egidio, Asociación internacional de fieles laicos reconocida por la Santa Sede desde 1986, que -como informa su portal en español- prioriza en su identidad y apostolado: la oración, los pobres y la paz.
Medio siglo después los miembros de la Comunidad en Estados Unidos deciden gestar la “Fundación Sant'Egidio para la Paz y el Diálogo”. Hoy, quince países -Sudán del Sur entre ellos- son acompañados activamente por la Fundación para alcanzar objetivos de paz incorporando en esta labor a católicos, protestantes, musulmanes y personas de diversos credos en un contexto de colaboración multicultural.
Andrea Bartoli, Doctor en Filosofía, presidente de la Fundación y experto de renombre mundial en resolución de conflictos, ha concedido esta entrevista difundida por el portal canadiense Le Verbe, en la cual pone de relevancia que para consolidar la paz “incluso en una cultura contestataria, debemos intentar no ser polarizadores ni demasiado conflictivos, y sobre todo no ser criticones. Debemos responder a esta cultura de la anulación escuchando, escuchando, escuchando”.
Usted se ha referido a la paz como vocación. Jesús dice "Bienaventurados los que trabajan por la paz". ¿Responden realmente los cristianos a esta invitación? ¿Y la Iglesia católica como institución?
La Iglesia nunca ha dejado de ser un lugar donde la paz es posible. Pensemos en la hospitalidad monástica, en el movimiento litúrgico, en San Francisco de Asís... La Iglesia siempre ha tenido pacificadores. Dicho esto, creo que la paz es una de las cosas que Jesús prescribió y encarnó, pero que nosotros necesitamos algún tiempo para recibir, para comprender. Demasiado a menudo pensamos que la paz la tiene que hacer otro, que son otros los que hacen el mal, que son otros los que tienen las armas, los que crean los problemas.
En mi opinión, el primer gesto de un pacificador es relajarse, dar un paso atrás y estar interiormente dispuesto a recibir, a escuchar, a acoger. Podemos razonar y hablar, por supuesto; muchas facciones enfrentadas son perfectamente capaces de explicar su comportamiento y decirte que la violencia es la única opción que tienen. Pero conocer a alguien capaz de escuchar, de asumir la ansiedad de las personas en conflicto, es muy transformador. Hemos tenido muchos casos de líderes implicados en conflictos y guerras que, tras hablar con amigos de Sant'Egidio, cambiaron su punto de vista y se mostraron dispuestos a explorar opciones diferentes.
Por eso la Iglesia debe tomarse muy en serio su papel de ser un lugar donde la gente puede venir y hablar, donde la gente puede considerar opciones que no se habrían planteado de otro modo. Esta es nuestra experiencia en Sant'Egidio. La mayor parte de nuestro trabajo por la paz comienza realmente en la amistad, en la escucha, en el encuentro con alguien que está dispuesto al diálogo.
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¿No es acaso difícil escuchar y dialogar en una cultura polarizada, una "cultura de la anulación"? ¿Qué hacemos con el llamado movimiento "woke", que por el contrario se limita a descartar a los opositores que no comparten una visión suficientemente progresista?
Mi comprensión de esta cuestión se ha visto enriquecida por los escritos de un teólogo canadiense, Bernard Lonergan, que ha subrayado la importancia de la interioridad. Solemos tender a generalizar demasiado pronto, a juzgar con rapidez. Cuando nos encontramos con alguien que tiene una opinión diferente, el primer paso es más bien ir a lo particular: tomar conciencia de quién es, de quién soy yo. Esta persona tiene una cierta capacidad, una cierta historia. Del mismo modo, yo tengo mi historia, mis capacidades.
Tenemos que tomarnos más en serio la vocación histórica que nos concierne como personas particulares en una situación particular. Hay algo divino en nosotros. Somos más de lo que creemos ser. Debemos entonces tomarnos muy en serio lo que cada uno de nosotros puede aportar, a lo que una persona está llamada y lo que ella sola puede realizar. Esto es cierto en nuestra familia, nuestra ciudad, nuestra red, etc. Tenemos que prestar más atención a la interioridad, porque revela nuestra responsabilidad para dar forma a la historia.
Así pues, incluso en una cultura contestataria, debemos intentar no ser polarizadores ni demasiado conflictivos, y sobre todo no ser criticones. Debemos responder a esta cultura de la anulación escuchando, escuchando, escuchando. En Sant'Egidio dedicamos mucho tiempo a la oración y acogemos a la gente con una hermosa liturgia. Creemos que, en última instancia, la paz es un don del Espíritu. Es algo a lo que tenemos que estar abiertos, en lugar de intentar imponérsela a los demás. La revolución que necesitamos para construir la paz es la revolución de la interioridad, una interioridad abierta al Espíritu.
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¿Por tanto, una persona que reza puede ayudar a los demás a comprenderse mejor a sí mismos y a ser más conscientes de la situación en la que se encuentran?
Totalmente. Y esto es lo que ocurre en Sant'Egidio. La paz no siempre es fácil de expresar. Hay que tener un cierto vocabulario. Tu interioridad debe estar abierta para encontrar las palabras que reflejen realmente lo que es posible y bueno. Si todo lo que haces es la guerra, ¿cómo puedes encontrar las palabras para la paz? A veces, el mero hecho de querer la paz puede hacer que te maten tus propios seguidores, porque lo consideran una traición. El espacio para la paz es muy pequeño, muy difícil, y es aún más difícil si la conversación es pública. El 99% de lo que hacemos en Sant'Egidio es confidencial. Cuando hablas en público, tienes un tono diferente, se te escucha de otra manera. Por eso creemos que el vocabulario de la paz se aprende mejor en conversaciones privadas que con reproches públicos.
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En Fratelli tutti, el Papa Francisco escribe: "La reconciliación reparadora nos resucitará y nos librará del miedo". ¿Hay lugar para la reconciliación y el perdón a nivel social y político? ¿Cómo podemos lograrlo?
No sólo creo que es posible, sino que sabemos que ya ha sucedido. Colectivamente, la humanidad ha pasado por muchos momentos en los que hemos sido capaces de reconocer los errores del pasado y reconciliarnos. Para ello, la Iglesia puede desempeñar un papel importante presentando el pasado como algo abierto, algo que se puede explicar y sanar, en lugar de como algo monolítico, o como un trauma que no se puede explicar. Hay una reserva de esperanza en la Iglesia que podría ayudar realmente a la humanidad, a medida que seamos más conscientes de las responsabilidades históricas que tenemos. En este sentido, será interesante ver lo que ocurre en Canadá en torno a la reconciliación con las Primeras Naciones. Los canadienses tienen una responsabilidad particular, y también como canadienses cristianos o católicos.
Tenemos que aceptar que en este ámbito de la responsabilidad histórica y la reconciliación estamos todavía en las primeras etapas. A menudo, el dolor, el horror y el trauma del pasado son tan abrumadores que debemos volver a aprender a decir palabras que sean verdaderamente significativas y puedan contribuir a una verdadera reconciliación. Se trata de aprender a hablar de ciertos temas y a abordarlos, pero también a comprometerse con ellos. Cuando te comprometes con personas reales, siempre se produce un aprendizaje humano.
¿Qué podemos hacer? En primer lugar, debemos escuchar al Papa Francisco, que nos dice que somos verdaderamente fratelli tutti, hermanos y hermanas de todas las personas. Y después deberíamos preguntarnos: ¿qué puedo hacer yo, siendo quien soy? Creo que, al final, el Espíritu siempre nos invita a comprometernos de una manera particular con el mundo.
Lea la entrevista completa (en francés) pulsando aquí
Fuente: Le Verbe