Un hilo conductor para entender su pontificado es el Concilio Vaticano II. ¿Por qué la aplicación continuada de aquel Concilio está tan cerca de su corazón? ¿Qué está en juego?

Los historiadores dicen que se necesita un siglo para que las decisiones de un Concilio surtan pleno efecto y se apliquen. Aún nos quedan 40 años... El Concilio fue una de esas cosas que Dios realiza en la historia a través de personas santas. Quizá cuando Juan XXIII lo convocó, nadie se dio cuenta de lo que iba a suceder. Se dice que él mismo pensó que se concluiría en un mes, pero un cardenal reaccionó diciendo: "Empiecen a comprar los muebles y todo lo demás, tardaremos años".

Juan XXIII lo tuvo en cuenta, era un hombre abierto a las llamadas del Señor. Así habla Dios a su pueblo. Y allí nos habló realmente a nosotros. El Concilio no supuso sólo una renovación de la Iglesia. No se trataba sólo de una renovación, sino también de un desafío para hacer que la Iglesia estuviera cada vez más viva. El Concilio no renueva, rejuvenece la Iglesia. La Iglesia es una madre que siempre avanza. El Concilio abrió la puerta a una mayor madurez, más acorde con los signos de los tiempos. La Lumen Gentium, por ejemplo, la constitución dogmática sobre la Iglesia, es uno de los documentos más tradicionales y, al mismo tiempo, más modernos, porque en la estructura de la Iglesia, lo tradicional – si se entiende bien – es siempre moderno. Esto se debe a que la Tradición sigue desarrollándose y creciendo...

 

La aplicación y realización continuas del Concilio incluyen el fomento de la sinodalidad. ¿Qué significa esto realmente?

Hay un punto que no debemos perder de vista. Al final del Concilio, Pablo VI quedó muy impresionado al ver que la Iglesia occidental casi había perdido su dimensión sinodal, mientras que las Iglesias católicas orientales habían sabido conservarla. Por ello, anunció la creación de la secretaría del sínodo de los obispos, con el fin de promover de nuevo la sinodalidad en la Iglesia. En los últimos sesenta años, esto se ha desarrollado cada vez más. Poco a poco se han ido aclarando algunas cosas. Por ejemplo, si sólo los obispos tenían derecho a voto. A veces no estaba claro si las mujeres podían votar... En el último sínodo sobre la Amazonía, en octubre de 2019, hubo una maduración en ese sentido... ahora estamos aquí y tenemos que avanzar. Esto es lo que hacemos a través del proceso sinodal actual, y los dos sínodos sobre la sinodalidad nos ayudarán a aclarar el significado y el método de toma de decisiones en la Iglesia.

 

 

Durante nuestra anterior entrevista, en 2016, usted evocó la tercera guerra mundial que estamos viviendo a pedazos. Hoy, la situación no ha mejorado, de hecho, ha empeorado, con aún más guerras como la de Ucrania. ¿Qué papel puede desempeñar la diplomacia vaticana?

El Vaticano se ha tomado a pecho este conflicto desde el primer día. Al día siguiente del comienzo de la invasión, fui personalmente a la embajada rusa. Algo que nunca había hecho un Papa... También expresé mi voluntad de ir a Moscú y hacer que el conflicto no continuara. Desde su inicio hasta hoy, el Vaticano siempre ha estado en el centro de la acción. Varios cardenales ya han viajado a Ucrania...

Al mismo tiempo, no dejamos de hablar al pueblo ruso para que haga algo. Esta guerra es terrible, es una inmensa atrocidad. Hay muchos mercenarios luchando allí. Algunos son muy crueles, muy crueles. Hay torturas; los niños son torturados. Muchos niños que están en Italia con sus madres, que son refugiados, han venido a verme. Nunca he visto reír a un niño ucraniano. ¿Por qué no ríen estos niños? ¿Qué han visto? Es aterrador, realmente aterrador. Esta gente está sufriendo, sufriendo por la agresión. También estoy en contacto con varios ucranianos. El presidente Volodímir Zelenski ha enviado varias delegaciones para hablar conmigo. Hacemos lo que podemos desde aquí para ayudar a la población. Pero el sufrimiento es muy grande. Recuerdo lo que me decían mis padres: "La guerra es una locura".

Nos sentimos muy implicados en esta guerra porque tiene lugar cerca de nosotros. Pero desde hace años hay guerras en el mundo a las que no prestamos atención: en Myanmar, en Siria – ya 13 años de guerra – en Yemen, donde los niños no tienen educación ni pan, donde pasan hambre... En otras palabras: el mundo está, de hecho, siempre en guerra.  A este propósito hay algo que debe denunciarse: es la gran industria armamentística. Cuando un país rico empieza a debilitarse, se dice que necesita una guerra para seguir adelante y hacerse aún más fuerte. Y para eso se preparan las armas.

 

En nuestros países – con un clero cada vez más reducido y menos fieles – el liderazgo de la Iglesia tiende a centrarse en la liturgia y el anuncio. ¿La Iglesia no debería mostrar más bien su rostro social y profético si quiere ser relevante hoy?

No son contradictorios. La oración, la adoración y el culto no son retirarse a la sacristía. Una Iglesia que no celebra la Eucaristía no es una Iglesia. Pero tampoco lo es una Iglesia que se esconde en la sacristía. Acomodarse en la sacristía no es culto propiamente dicho. La celebración de la Eucaristía tiene consecuencias. Está la fracción del pan. Esto implica una obligación social, la obligación de cuidar de los demás. Oración y compromiso van de la mano. El culto a Dios y el servicio a los hermanos van de la mano, porque en cada hermano y hermana vemos a Jesucristo.

 

El modelo del mercado neoliberal ha alcanzado sus límites. ¿Cómo ofrece la "economía de Francisco" una alternativa?

Debemos tener el valor de soñar con economías que no sean puramente liberales... Debemos ser prudentes con la economía: si se centra demasiado sólo en las finanzas, en meras cifras que no tienen entidades reales detrás, entonces la economía se pulveriza y puede conducir a una grave traición. La economía debe ser una economía social.

A la expresión "economía de mercado", Juan Pablo II añadió "social", una economía social de mercado. Hay que tener siempre presente lo social. Ahora mismo la crisis económica es sin duda grave, la crisis es terrible. La mayoría de la gente en el mundo – la mayoría – no tiene lo suficiente para comer, no tiene lo suficiente para vivir. La riqueza está en manos de unas pocas personas que dirigen grandes empresas, a veces propensas a la explotación. La economía debe ser siempre social, al servicio de lo social.

 

 

Fuente: Vatican News

 

 

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