Al celebrar la misa matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, el último lunes de mayo, el Santo Padre invitó a no ser “prisioneros de los intereses”, sino hombres y mujeres de alegría y consuelo.



La alegría -reflexionó el Papa esta mañana- “es la trascendencia del cristiano”, una alegría hecha de paz verdadera y no falaz como la que ofrece la cultura actual, que “inventa tantas cosas para divertirnos”, innumerables “pedacitos de dulce vida”.
 
Al comentar un pasaje de la Primera Carta del Apóstol San Pedro y el Evangelio de San Marcos que relata acerca del joven rico incapaz de renunciar a sus propios intereses, el Pontífice reafirmó que única riqueza portadora de auténtica alegría es la paz, experimentada como don del Espíritu Santo.  Por ello, señaló el Pontífice, un cristiano verdadero no es “oscuro” ni “triste”. Porque “ser hombre y mujer de alegría” – insistió el Papa – significa “ser hombre y mujer de paz; significa ser hombre y mujer de consolación”.
 
“La alegría  cristiana es la trascendencia del cristiano, un cristiano que no es alegre en su corazón no es un buen cristiano. Es la trascendencia, el modo de expresarse del cristiano, la alegría. No es una cosa que se compra o que yo hago con mi esfuerzo, no. Es un fruto del Espíritu Santo. Y el que provoca la alegría en el corazón es el Espíritu Santo”, señaló el Vicario de Cristo.
 
“La alegría –prosiguió en su enseñanza el Papa Francisco- no es vivir de risotada en risotada. No, no es eso. La alegría no es ser divertido. No, no es eso. Es otra cosa. La alegría cristiana es la paz. La paz que está en las raíces, la paz del corazón, la paz que solo Dios nos puede dar. Ésta es la alegría cristiana. No es fácil custodiar esta alegría”.
 
El mundo contemporáneo –denunció el Pontífice– lamentablemente se contenta con una “cultura no gozosa”, “una cultura donde se inventan tantas cosas para divertirnos”, tantos “pedacitos de dulce vida”, pero que no satisfacen plenamente. En efecto, la alegría “no es una cosa que se compra en el mercado”, “es un don del Espíritu” y vibra también “en el momento de la turbación, en el momento de la prueba”.
 
“Hay una inquietud buena pero hay otra que no es buena, esa de buscar las seguridades por doquier, esa de buscar el placer por doquier. El joven del Evangelio tenía miedo de no ser feliz si dejaba sus riquezas. La alegría, la consolación, es nuestra trascendencia de cristianos”.

 
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