Vigilancia, servicio y gratuidad: son las tres palabras que el Papa Francisco destacó en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el cuarto viernes de noviembre. El Santo Padre comentó las dos lecturas propuestas por la Liturgia del día. La primera tomada del Libro de los Macabeos y la segunda del Evangelio de San Lucas, cuyo tema común se refiere a la purificación del templo. Así como Judas y sus hermanos volvieron a consagrar el templo profanado por los paganos, del mismo modo Jesús echa a los mercantes de la casa del Señor transformada en una guarida de ladrones.
Y al respecto el Pontífice formuló una pregunta: "¿Cómo se hace para que el templo de Dios vuelva a ser puro?" Su respuesta fue que a través de la vigilancia, el servicio y la gratuidad.
“¿He aprendido a vigilar dentro de mí, para que el templo, en mi corazón, sea sólo para el Espíritu Santo? Purificar el templo, el templo interior y vigilar. Está atento, está atenta: ¿qué sucede en tu corazón? Quien viene, quien va… ¿Cuáles son tus sentimientos, tus ideas? ¿Hablas con el Espíritu Santo? ¿Escuchas al Espíritu Santo? Vigilar. Estar atentos a lo que sucede en nuestro templo, dentro de nosotros”.
El Vicario de Cristo prosiguió explicando que Jesús “está presente, de modo especial en los enfermos, en los que sufren, en los hambrientos y en los encarcelados”. Él mismo lo ha dicho:
“Y yo me pregunto: ¿sé custodiar aquel templo? ¿Cuido el templo con mi servicio? ¿Me acerco para ayudar, para vestir, para consolar a aquellos que tienen necesidad? San Juan Crisóstomo regañaba a quienes hacían tantas ofrendas para adornar, para embellecer el templo físico y no se ocupaban de los necesitados. ¡Reprendía! Y decía: “No, esto no va bien. Primero el servicio, después las decoraciones”.
Por lo tanto, hay que purificar el templo que son los demás. “Cuando nos acercamos a prestar un servicio – prosiguió diciendo Papa Francisco –, para ayudar, nos asemejamos a Jesús que está allí dentro”.
La tercera actitud que el Papa indicó antes de concluir su reflexión fue la de la gratuidad. Y lo explicó de la siguiente manera: “Cuántas veces con tristeza entramos en un templo; pensemos en una parroquia, un obispado, no sé…, pensemos, y no sabemos si estamos en la casa de Dios o en un supermercado. Allí hay comercio, incluso está la lista de precios para los sacramentos. Falta la gratuidad. Y Dios nos ha salvado gratuitamente, no nos hizo pagar nada”.
El Papa anticipó una objeción: pero es necesario tener dinero para hacer que marchen las estructuras, para mantener a los sacerdotes, etc. Y respondió: “Tu da la gratuidad y Dios hará el resto. Dios hará lo que falta”. Que nuestras iglesias – concluyó – sean “iglesias de servicio, iglesias gratuitas”.