La verdadera doctrina no es el rígido apego a la Ley que encanta como las ideologías, sino que es la revelación de Dios que se deja encontrar cada día más por cuantos están abiertos al Espíritu Santo. Lo afirmó el Papa en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
El Santo Padre destacó los aspectos que surgen de las lecturas del día, que se refieren al Espíritu Santo, ese “gran don del Padre” – dijo – , que es la fuerza que hace salir a la Iglesia con coraje para que llegue hasta el fin del mundo. Es el Espíritu “el protagonista de este ir adelante de la Iglesia”. Mientras sin él – añadió Francisco– se produce la cerrazón y el miedo. E indicó las tres actitudes que podemos tener con el Espíritu. La primera de las cuales es la que San Pablo reprocha a los Gálatas, a saber: el hecho de creerse justificados por la Ley y no por Jesús “que da sentido a la Ley”. Y de este modo, eran “demasiado rígidos”. Son los mismos que atacaban al Señor que los llamaba “hipócritas”:
“Y este apego a la Ley hace que se ignore al Espíritu Santo. No deja que la fuerza de la redención de Cristo salga adelante con el Espíritu Santo. Ignora; sólo la Ley. Es verdad que están los Mandamientos y nosotros debemos seguirlos; pero siempre desde la gracia de este don grande que nos ha dado el Padre, su Hijo, es el don del Espíritu Santo. Y así se comprende la Ley. Pero no reducir al Espíritu y al Hijo a la Ley. Éste era el problema de aquella gente: ignoraba al Espíritu Santo y no sabían ir adelante. Estaban cerrados, encerrados en las prescripciones: se debe hacer esto, se debe hacer aquello otro. A veces, a nosotros, nos puede suceder que caigamos en esta tentación”.
Los Doctores de la Ley – afirmó el Papa Francisco – “encantan con las ideas”: “¿Por qué las ideologías encantan; y así Pablo comienza, aquí: ‘Necios Gálatas, quién los ha encantado?’. Aquellos que predican con ideologías: ¡es todo justo! Encantan: ¡todo claro! Pero mira la revelación de Dios, ¿acaso no es clara? A la revelación de Dios se la encuentra cada día más, más, más; siempre en camino. ¿Es clara? ¡Sí! ¡Clarísima! Es Él, pero nosotros debemos encontrarla en camino. Y aquellos que creen que tienen toda la verdad en la mano no son ignorantes, Pablo dice más: ‘¡Necios!’. Que se han dejado encantar”.
La segunda actitud es entristecer al Espíritu Santo, lo que sucede – prosiguió diciendo el Pontífice – “cuando no dejamos que Él nos inspire, que nos lleve adelante en la vida cristiana”, cuando “no permitimos que Él nos diga – no con la teología de la Ley, sino con la libertad del Espíritu – lo que debemos hacer”. De este modo, recordó el Papa, nos volvemos “tibios” y caemos en la “mediocridad cristiana”.
La tercera actitud, en cambio, es precisamente “abrirse al Espíritu Santo y dejar que Él nos conduzca. Como hicieron los Apóstoles con el coraje que tuvieron el día de Pentecostés. Perdieron el miedo y se abrieron al Espíritu Santo”. “Para entender, para acoger las palabras de Jesús – dijo también Francisco – es necesario abrirse a la fuerza del Espíritu Santo. Y cuando un hombre, una mujer, se abre al Espíritu Santo es como un velero que se deja arrastrar por el viento y va adelante, adelante, adelante y no se detiene más”. Pero es necesario “rezar para abrirse al Espíritu Santo”:
“Nosotros podemos preguntarnos hoy, en un momento de la jornada, ¿yo ignoro al Espíritu Santo? ¿Y sé que si voy a Misa el domingo, si hago esto, si hago esto es suficiente? Segundo: ¿mi vida es una vida a medias, tibia, que entristece al Espíritu Santo y no deja en mí la fuerza de ir adelante, de abrirme? ¿O, finalmente, mi vida es una oración continua para abrirse al Espíritu Santo, para que Él me lleve adelante con la alegría del Evangelio y me haga entender la doctrina de Jesús, la verdadera doctrina, aquella que no encanta, aquella que no nos hace necios, sino la verdadera? Y que nos haga entender dónde está nuestra debilidad, aquella que lo entristece a Él; y que nos lleve adelante, llevando adelante también el nombre de Jesús a los demás y enseñando el camino de la salvación. Que el Señor nos dé esta gracia: abrirnos al Espíritu Santo para no volvernos necios, encantados, ni hombres y mujeres que entristecen al Espíritu”.