Dos días antes de cumplir 86 años, el Papa Francisco recibió a “Mundo Negro” en la biblioteca privada del Palacio Apostólico. Cuando le entregaron un ejemplar del Especial África 2022 respondió rápido que ya lo tenía y que lo consulta. A continuación, propuso sin demora la conversación. «Pregunten lo que quieran».

 

Santo Padre, usted se hizo jesuita entre otras cosas para ir como misionero a Japón.

Sí, es verdad.


¿Qué queda de aquel P. Bergoglio?

Creo que siempre me interesaron las periferias. Miro a las periferias desde adentro, no solo porque me interesen intelectualmente. Y queda eso, ir más allá de las fronteras.

En 2015, después de pasar por Kenia, Uganda y República Centroafricana, dijo que «África no deja de sorprender». ¿Qué parte de esa sorpresa se le puede atribuir a los misioneros con los que ha coincidido allí?

De los misioneros lo que más me sorprende es la capacidad de meterse en la tierra y respetar las culturas y ayudarlas a que se desarrollen. No desenraízan a la gente, al contrario. Cuando veo a los misioneros, y siempre hay alguno que puede fallar, constato que la Misión católica no es proselitista, sino que anuncia el Evangelio según la cultura de cada lugar. Lo católico es eso, respetar las culturas. No hay una cultura católica como tal; sí un pensamiento católico, pero en lo católico se enraízan cada una de las culturas, y eso ya en la misma acción del Espíritu Santo en la mañana de Pentecostés. Eso es muy claro. Lo católico no tiene uniformidad, tiene armonía, la armonía de las diferencias. Y esa armonía la hace el Espíritu Santo. Un misionero va, respeta lo que se encuentra en cada lugar y ayuda a que se cree la armonía, pero no hace proselitismo ideológico o religioso ni, mucho menos, colonialismo. Algunas desviaciones que hubo en algún otro continente, por ejemplo el problema serio de las escuelas en Canadá, donde estuve y allí hablé de ello, se debieron a que no estaba muy clara la independencia en ese momento, pero el misionero tiene que estar para respetar la cultura de su pueblo, vivir con esa cultura y llevar adelante su trabajo.

 

El Concilio Vaticano II, del que se cumplen 60 años, supuso un impulso misionero extraordinario. ¿Ha cambiado mucho la Misión desde entonces? ¿Requieren la Iglesia y los pueblos otra Misión?

Gracias a Dios, sí. Dicen los historiadores que para que un concilio tenga un resultado total hacen falta 100 años, por lo que está a mitad de camino. Tantas cosas han cambiado en la Iglesia, tantas cosas para bien… Hay dos signos interesantes: las primeras efervescencias imprudentes del Concilio ya desaparecieron, pienso en las efervescencias litúrgicas, que casi no las hay. Y surgen, surgen resistencias anticonciliares que antes no se veían, algo típico de todo proceso de madurez. Pero han cambiado tantas cosas… En la parte misionera, el respeto por las culturas, el hecho de la inculturación del Evangelio, es uno de los valores que vienen como consecuencia indirecta del Concilio. La fe se incultura y el Evangelio toma la cultura de su pueblo, se da una evangelización de la cultura. Inculturación de la fe y evangelización de la cultura, son esos dos movimientos, y cuando hablo de evangelización de la cultura no hablo del reduccionismo de la cultura ni de ideologizar las culturas ni todo eso que es una tentación seria actualmente, sino que hablo de evangelizar, de anunciar, y nada más, con mucho respeto. Por eso, el pecado más grave que puede tener un misionero es el proselitismo. Lo católico no es proselitista.

 

¿Qué importancia tienen las congregaciones, los Misioneros Combonianos entre otras, en cuyo carisma se subraya el anuncio explícito del Evangelio?

¿Qué te parece? Son los que llevan adelante el anuncio de que el Señor está vivo. ¿Te parece poco? Delante de otras opciones lícitas y buenas, el misionero que vaya a anunciar el Evangelio hace algo grande, y lo hace con trabajos, no lo hace bla, bla, bla, porque le paguen, sino que trabaja. Y a veces lo hace en una profesión. Me viene a la mente, cuando estuve en Bangui (RCA), una monja que venía de República Democrática de Congo en una canoa a la capital centroafricana a hacer las compras todos los sábados porque era más barato. Tenía la monja setenta y tantos años. Desde los 28 años estaba en República Democrática de Congo. Era partera. Había atendido más de dos mil y pico partos. Estaba con una chica de 13 o 14 años. Y la viejita me dijo: «Vine para acá a los veintitantos años y no me moví, y siempre con los partos». «¿Y esa niña?», le pregunté. «Es mi hija». Ella era monja y yo no entendía lo que me quería decir. «La madre murió en el parto y el papá no se sabe dónde está. Entonces, sentí como que Dios me pedía que la adoptara. Y la adopté legalmente», me dijo. Esta vieja, con la edad que tiene, remando, con su hija… Esos son los misioneros. ¿Te das cuenta? Son los que dejan su vida ahí, no cambian. Hablé con la general de su congregación, le pedí que viniera a Roma y la condecoré en la plaza de San Pedro. Me escribió hace unos meses y me contaba que se había caído, se había roto la muñeca y que, a pesar de que no podía hacer esfuerzos, iba a la sala de partos e indicaba al personal cómo atender los nacimientos de los chicos.

 

La Iglesia católica en el continente africano es minoritaria en muchos lugares, y en otros convive con las religiones tradicionales o con el islam. ¿La Misión es, obligatoriamente, dialogante?

Evidentemente. Hoy en día hay una conciencia del diálogo mucho más grande, y la persona que no sabe dialogar no madura, no crece y será incapaz de dejar algo a la sociedad. El diálogo es clave.

La Misión está experimentando una transformación desde el punto de vista humano. Por un lado, aquellos misioneros que salieron hace décadas se van haciendo mayores y son cada vez menos. Por otro, en Occidente recibimos a misioneros jóvenes, procedentes también de Iglesias jóvenes. ¿Cómo ve esa corriente misionera Norte-Sur?

Eso ayuda, es un intercambio que ayuda, pero hay que llevarlo con mucha prudencia porque no podemos usar la «materia prima», y esa sería una manera mala de llevar adelante la Misión en Occidente, de los países de Misión. Que los que vienen lo hagan como misioneros aquí también. Hay que cuidar mucho la libertad de evangelizar y no otro tipo de intereses. Me acuerdo de que en el año 94 el episcopado filipino tomó una decisión muy contundente de no permitir que congregaciones religiosas femeninas que no trabajaban en el país fueran a buscar vocaciones allí porque iban, entusiasmaban a algunas chicas y se las traían aquí, y ahí se puso muy firme el episcopado filipino. Un diario italiano de la época tituló aquello como «La tratta delle novizie», como si aquello fuera una trata vocacional. Es dura la palabra trata, pero hay que tener mucho cuidado con ese espíritu de promoción humana que no siempre se identifica con la vocación, y tenemos casos, sobre todo de chicas, que vienen acá como religiosas, no están preparadas, no tienen vocación misionera y terminan en la calle.

Cuando visitó Marruecos en 2019, dijo: «Jesús no nos ha elegido y enviado para que seamos más numerosos, sino que nos ha enviado a una Misión». ¿Seguimos muy preocupados por el número de católicos?

Por la estadística, a pesar de que traiciona muchas veces. Las estadísticas sirven, pero no hay que poner la esperanza en ellas. Me pregunto en quién pongo mi esperanza, y eso se lo pregunto a todos. ¿En quién ponéis la esperanza?, ¿en tu organización?, ¿en la capacidad sociológica de convocar?, ¿o en la fuerza del Evangelio?

De acuerdo al concepto misionero «clásico», ¿Occidente es territorio de Misión?

Cinco lugares: Bélgica, Holanda, España, Irlanda y Quebec llenaron el mundo de misioneros. Hoy, estos cinco lugares no tienen vocaciones. Es un misterio. Y en menos de 100 años. ¿Cómo nos explicamos esto? Yo no le veo explicación.

 

¿Y eso le preocupa?

No, no me preocupa en el sentido de que nos estamos fundiendo, es un signo de los tiempos que señala mundanidad, que señala un nivel de desarrollo que pone los valores en otro lado. Esto señala crisis, hay crisis, y las crisis hay que vivirlas y salir de ellas.

En este momento de crisis, las sociedades donde escasean las vocaciones están recibiendo a muchas personas, hombres y mujeres, que vienen del Sur. Aquí en Europa, por ejemplo, subsaharianos, algunos de ellos con un bagaje católico a sus espaldas. ¿Pueden enriquecer de algún modo las comunidades cristianas europeas?

El testimonio cachetea mucho, el testimonio cachetea siempre, y eso es bueno. Estas personas ofrecen un testimonio fresco de las nuevas culturas, frente a culturas más envejecidas u organizadas en un sentido «empresarial». Los conflictos de esos países nuevos o más jóvenes son distintos de los conflictos de los países más viejos y cerrados. Creo que es un remezón. Pero también puede pasar lo contrario, que se entusiasmen con ese estilo de vida un poco más estático o más pagano, si quieres, y que pierdan lo bueno que traen. Es un riesgo.

Del 31 de enero al 5 de febrero se encontrará en República Democrática de Congo y Sudán del Sur. Casi desde el inicio de su pontificado ha expresado su deseo de ir a estos dos países. ¿Es el viaje más esperado por usted?

Sí, en julio fue suspendido por el asunto de la rodilla. El de Canadá estaba muy programado y no podía suspenderse, pero este se pudo aplazar. A Sudán del Sur vamos en conjunto, al mismo nivel, el arzobispo de Canterbury y el secretario de la Iglesia de Escocia, y estamos trabajando muy bien en común. Y República Democrática de Congo… es como un baluarte, un baluarte de inspiración. Basta ver acá en Roma la comunidad congoleña, que la dirige una monja, sor Rita, una mujer que enseña en la universidad, pero manda ella, como si fuera un obispo, manda ella. Celebré la misa de rito congoleño aquí, es una comunidad que está muy cercana a mí. Tengo ganas de cumplir con ese viaje cuanto antes. Sudán del Sur es una comunidad sufrida. Hace unos años organizamos acá, junto al arzobispo de Canterbury y al delegado de la Iglesia de Escocia, un retiro espiritual para los agentes políticos del país, y es también una ilusión poder hacer ese viaje.

¿Por qué le inspira la comunidad congoleña?

Tienen raíces, es lo que me sale decir. Es una Iglesia con raíces. No es barniz puro, tiene raíces, tiene cultura propia. Es impresionante.

 

¿Qué mensaje va a llevar a sursudaneses y congoleños?

Todavía no empecé a preparar los discursos, estoy buscando. Congo sufre en estos momentos la guerrilla, por eso no voy a Goma, no se puede ir, por todo el avance guerrillero allí. No voy porque tenga miedo, a mí no me va a pasar nada, pero con un ambiente así y viendo lo que están haciendo, tiran una bomba en el estadio y matan a muchísimas personas. Hay que cuidar a la gente. 

¿Cómo prepara un papa un viaje de este tipo?

Hay un encargado de viajes y un equipo que prepara el viaje. Ya hicieron dos visitas al Congo preparando las cosas y a Sudán del Sur. Hacen las evaluaciones y me entregan los informes, en base a los cuales hago mis discursos.

Con República Democrática de Congo y Sudán del Sur serán diez países africanos los que habrá visitado en estos casi diez años de pontificado. Aquella mención que usted hizo a las periferias humanas y existenciales nos llevaron mentalmente al continente africano. ¿Son indisolubles esas dos periferias?

Mi primer contacto fuerte con África fue en Bangui, en República Centroafricana, en un momento de transición. Estaba de presidenta Catherine Samba-Panza, que fue alcaldesa de la capital y luego elegida presidenta de la transición, una mujer que tenía claras las cosas. Llegué en un momento de mucha división entre la comunidad islámica y la comunidad católica, pero con un obispo que ahora es cardenal [Dieudonné Nzapalainga], con un pastor evangélico [Nicolas Nguerekoyame] y con un musulmán [Kobine Layama] que entendían bien la situación, y los tres trabajaban juntos para conseguir la unidad. Esa experiencia no la puedo olvidar. Allí abrí la puerta del Año Santo de la Misericordia, abrí el camino. África es original, África te sopapea. Además, hay una cosa que debemos denunciar: hay un inconsciente colectivo que en italiano dice que Africa sarà sfruttata, que África es para explotarla. La historia así nos lo dice, con independencias a mitad de camino: les dan la independencia económica del suelo para arriba, pero se quedan con el subsuelo para explotarlo, vemos la explotación de otros países que se llevan sus recursos. Incluso la idea del africano como persona a explotar, todo el imaginario colectivo de los esclavos negros que iban a América Latina. Esa idea de que África existe para ser ­explotada es lo más injusto que hay, pero está en el inconsciente colectivo de mucha gente, y hay que cambiarla.

Además, en segundo lugar, hay que hacerse cargo de la riqueza que tiene África, no solo de la riqueza mineral, sino intelectual. Hace dos meses tuve una hora y media larga de diálogo vía Zoom con universitarios africanos, ya había hecho lo mismo unos meses antes con los de Estados Unidos, y es impresionante la lucidez de estos chicos y estas chicas. Son muy inteligentes y tienen una inteligencia intuitiva que, unida a la deductiva, hace que vayan más allá. Sin embargo, la promoción intelectual de los africanos y la educación no es la primera preocupación. Es serio eso.

 

[P. Jaume Calvera] El cardenal, el pastor y el imam, a los que usted aludía, recibieron el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2016 que concede cada año esta revista.

¡Qué bonito! Son tres grandes. Uno falleció, el imam. No estaba planeado que yo rezara en la mezquita de Bangui. Fui allí y me recibieron en la parte anterior con un discurso muy lindo. Vi que la alfombra empezaba más allá. Les pregunté si podía pasar a rezar. Como me dijeron que sí, me saqué los zapatos y me fui para allá. Cuando salí, el imam me dijo que me acompañaba. «Vení y subí al papamóvil», y fuimos al estadio, con mucha gente, fue una cosa muy linda. No me olvido de esa comunidad.

Se refería a ese encuentro digital con universitarios africanos. Usted habla mucho de los jóvenes y de los ancianos. África es un continente abrumadoramente joven, con una edad media que no alcanza los 30 años, y donde todavía los ancianos, los mayores, ocupan un lugar central dentro de las comunidades. ¿Es África un entorno «cómodo» para usted?

Sí, me siento cómodo con los jóvenes. Con los viejos me siento cómodo también.

Cuando estuvo en Madagascar citó el evangelio de Lucas: «Te doy gracias Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños». ¿Qué riquezas del continente no vemos?

Solo vemos la riqueza material, por eso solo se la ha buscado históricamente para explotarla. Hoy día vemos que muchas potencias mundiales van a saquear, eso es verdad, y no ven la inteligencia, la grandeza, el arte de los pueblos. Hay que ir a los pueblos, no a las ideas.

 

El día de la Inmaculada volvió a clamar por la paz en Ucrania. Ayer [el 14 de diciembre] en la Audiencia General pidió una Navidad austera pensando en la población ucraniana. Sin dejar de insistir en esta guerra, usted reitera que no debemos olvidar otros conflictos que quedan ocultos, algunos de ellos en África, porque miramos solo al este de Europa.

Es evidente. Ya dije que ahora nos damos cuenta de que esta es una guerra mundial porque la tenemos al lado, pero pensemos en Yemen, Siria, Myanmar. O, por ejemplo, en Ruanda y los 28 años del genocidio… Pensemos en esas guerras que están en marcha hoy en día. El mundo está en guerra desde hace años, más aún, desde 1914 hasta ahora van tres guerras mundiales con la actual y no paramos. Uno de los problemas serios es la fabricación de armas. Alguien me dijo una vez que si se dejara de fabricar armas un año se acababa el hambre en el mundo. Una industria para matar…, ya es lo normal, importar armas…

¿Tenemos los medios alguna responsabilidad en ese silencio que cubre el continente?

¿Qué te parece? Hoy día los medios son los que te crean un ambiente. Si vos silenciás una realidad, como sos creador de ambientes, el noventa por ciento de la culpa… No, era solo por decir un porcentaje, pero no podemos silenciar la explotación, la explotación de los chicos, de las mujeres.

¿Ha visto las imágenes de tres migrantes que llegaron a España, procedentes de Nigeria, en el timón de un barco después de 11 días de navegación?

Sí, las he visto.

Cuando habla de la explotación del continente africano, se refiere tanto a los recursos naturales como a las personas. ¿Qué nos perdemos cuando ponemos vallas y obstáculos para frenar o impedir su llegada?

Y cuando ponés concertinas para que no se escapen… Es un crimen. Es un crimen. Y esos países que tienen un índice demográfico por el suelo, que tienen necesidad de gente, que tienen pueblos vacíos y no saben gestionar la inserción de migrantes. El migrante tiene que ser recibido, acompañado, promovido e integrado. Si no se integra, es malo.

Leí sobre África un librito en español, Hermanito [de Ibrahima Balde y Amets Arzallus Antia], de un chico que va a buscar a su hermano y llega a España. Lo que tuvo que sufrir para llegar ahí, los campos de concentración del norte de África, toda una industria donde la carne humana es lo que mercanteás. Es duro lo que pasa. Una jefa de gobierno dijo una vez que el problema de las migraciones hay que resolverlo en África, ayudando a África a que sea cada vez más señora de sí misma. Y es verdad. Pero lo que hay es que África está para saquearla.

 

Ha dicho que la exclusión de los migrantes es «repugnante, pecaminosa y criminal». ¿Tiene que elevar cada vez más el tono porque, como sociedad, somos cada vez más indiferentes?

Creo que hablo claro en esto, pero hay una injusticia europea muy grande, ¿no? Grecia, Chipre, Italia, España y también Malta son los países que están más en el área de recibir migraciones, y lo que pasó en Italia, donde a pesar de que la política migratoria del actual Gobierno es digamos, en el buen sentido, restrictiva, siempre abrió las puertas para salvar gente que Europa no recibe. Estos países tienen que hacer frente a todo y están en la disyuntiva de mandarlos de vuelta para que los maten o mueran o hacemos esto… Es un problema grave. La Unión Europea no acompaña.

 

En el mes de junio, en el intento de acceso a España por la valla de Melilla, falleció un número desconocido de personas, otros tantos fueron devueltos al desierto, y aunque ha habido varias investigaciones periodísticas que han reconstruido los hechos, el debate en España se ha llevado más a lo político que a lo humanitario. 

Tenemos que implantar el debate humanitario, tenemos que implantar el debate humanitario.

 

 

Fuente: Mundo Negro

 

 

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