Precisamente «en este momento» muchos cristianos «son martirizados por el nombre de Jesús» y soportan los ultrajes con gozo, incluso hasta la muerte. Y siempre «por amor a Jesús» hay personas «que sufren humillaciones cada día», tal vez «por el bien de la propia familia». Es el camino de la «imitación de Jesús» que hace vivir «el gozo que da la humillación», afirmó el Papa Francisco en la misa que celebró el viernes 17 de abril, en la capilla de la Casa Santa Marta.

Con la lectura de los Hechos de los apóstoles (5, 34-42), propuesta por la liturgia del día, concluye la «historia de la persecución de los apóstoles que predicaban en nombre de Jesús», de la cual el Papa Francisco había hablado también el jueves 16. «Fueron encarcelados, liberados por el ángel» recordó el Papa; «luego enseñaban en el pórtico de Salomón» pero «los llevaron otra vez ante el Sanedrín».

La cuestión, explicó, es que «los doctores de la ley no toleraban escuchar al anuncio, el kerigma, el anuncio de Jesucristo». El versículo 33, en particular, «dice que los doctores de la ley, escuchándolos, se enfurecieron y querían matarlos». Era tan fuerte «el odio, la furia que tenían, que querían asesinarlos». Pero «en ese momento, cuando tal vez estaban listos para detenerlos y llevarlos fuera para lapidarlos, un fariseo se levantó en el Sanedrín».

Se trata de un gesto «importante», destacó el Papa, porque «no todos los fariseos eran malos». No hay que pensar en ellos, en efecto, «como si fuesen diablos: no, estaban los malos y había muchos buenos». Y el pasaje de los Hechos de los apóstoles relata precisamente sobre Gamaliel, «un hombre justo: estaba en el Sanedrín, doctor de la ley, estimado por todo el pueblo, o sea que tenía autoridad». Se trataba de «un hombre con autoridad moral que dio la orden de dejar salir a los apóstoles haciendo esta reflexión: “Hemos visto muchos revolucionarios que decían ser el mesías y luego ¿cómo acabaron? Solos. Dejémoslos. Si es cosa de hombres, se disolverá. Pero si es cosa de Dios, por favor, que no os suceda de encontraros combatiendo contra Dios”. Y así los demás siguieron su parecer».

Es «curioso», destacó el Papa Francisco, que esos «hombres cerrados, seguros de la ley y que no querían oír a nadie que hablase diversamente, que no sabían lo que era el diálogo y preferían el monólogo», al final hayan «aceptado este consejo» de esperar un tiempo. Precisamente el tiempo, en efecto, «es una gran medicina, porque en el tiempo hay sitio para la esperanza». En tal medida que «san Pedro Fabro decía que el tiempo es el mensajero de Dios».

La recomendación de Gamaliel también es válida para los cristianos de hoy, precisó el Papa: «Cuando tenemos o pensamos algo en contra de una persona, y no pedimos consejo, la tensión crece y crece hasta que revienta: revienta con el insulto, la guerra, con muchas cosas feas». Así «cuando un sentimiento está encerrado crece, crece mal y se justifica porque estos se justificaban con la ley». Por lo tanto «el remedio, la medicina ofrecida por Gamaliel es: “Deteneos, deteneos”. Su consejo es “dar tiempo al tiempo”. Una advertencia que «también nos sirve a nosotros cuando tenemos malos pensamientos contra los demás, malos sentimientos, cuando probamos antipatía, odio: no dejarlos crecer, paraos, dar tiempo al tiempo».

El tiempo, de hecho, explicó el Papa, «pone las cosas en armonía y hace ver la cosa justa». Pero, « si reaccionas en el momento de la furia, seguro que serás injusto». Y ser «injusto también te hará mal a ti». Por eso, reiteró el Pontífice, Gamaliel da una excelente recomendación respecto al «tiempo en el momento de la tentación». Este es también «el sabio consejo de santa Teresa del Niño Jesús: huir de la tentación, es decir, dar tiempo, distanciarse, no dejar que crezca dentro y se justifique, que crezca y crezca» hasta estallar «en odio, en enemistades». Y esto también sucede en las familias, recordó el Pontífice.

Así, pues, en el sanedrín que juzga a los apóstoles, «este odio es detenido por un sabio consejo y advertencia: “no os suceda que de encontraros luchando contra Dios ”».
Gamaliel nos da a entender que «cuando estamos con estos malos sentimientos contra los demás, luchamos contra Dios, porque Dios ama a los demás, ama la armonía, ama el amor, ama el diálogo, ama caminar juntos». Y esto es, por lo tanto, «un hermoso consejo».

«Yo –confesó el Papa Francisco– os digo francamente: a mí me sucede cuando algo no me gusta. El primer sentimiento no es de Dios, es malo, siempre. Lo he visto en mí mismo. ¡Deteneos, detengámonos!». Para dejar así «espacio al Espíritu Santo, para que nos sane lentamente y nos haga llegar a lo justo, a la paz».

Volviendo nuevamente al pasaje de los Hechos de los Apóstoles, el Papa destacó otro hecho significativo. Los miembros del sanedrín, en efecto, siguieron el parecer de Gamaliel pero, «volviendo a llamar a los apóstoles mandaron a flagelarles» antes de decir algo. Tenían un odio tan grande que algo, de algún modo, tenían que hacer contra ellos. Luego ordenaron a los apóstoles «que no hablaran en el nombre de Jesús». Así que «se detuvieron pero hasta un cierto punto: la maldad de esta gente era grande». Por eso, sólo después de la flagelación y la orden de no hablar en el nombre de Jesús «les pusieron en libertad». Pero «¿qué hicieron los apóstoles? ¿Les gritaron? ¿Les dijeron: sois malos, iréis al infierno? No». Los Hechos de los Apóstoles, recordó el obispo de Roma, nos dicen que los apóstoles «se fueron del sanedrín, alegres de haber sido juzgados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús»: o sea «la humillación».

Y, así, «el orgullo de los primeros lleva a querer matar a los demás; la humildad, también la humillación, te lleva a asemejarte a Jesús: y esto es algo que nosotros no pensamos». E inmediatamente el pensamiento del Papa se dirigió «a muchos hermanos y hermanas nuestros martirizados por el nombre de Jesús», también «en este momento». Y «ellos están en este estado, en este momento tienen la alegría de haber sufrido ultrajes, incluso la muerte, por el nombre de Jesús»

Por lo demás, afirmó el Papa Francisco, «para huir del orgullo de los primeros está solamente el camino de abrir el corazón a la humildad, y a la humildad no se llega jamás sin humillación: esto es algo que no se entiende naturalmente». Es más bien «una gracia que debemos pedir: Señor, que cuando lleguen las humillaciones yo sienta que estoy detrás de ti, en tu camino, que te has humillado».

Es la gracia de la «imitación de Jesús» que se refiere, añadió el Papa, «no sólo a los mártires de los que he hablado ahora, sino también a muchos hombres y mujeres que padecen humillaciones cada día y por el bien de la propia familia, el bien de otras cosas, cierran la boca, no hablan, soportan por amor a Jesús. Y son muchos». Esta «es la santidad de la Iglesia: este gozo que da la humillación no porque la humillación sea algo hermoso, no: eso sería masoquismo»; sino «porque con dicha humillación tú imitas a Jesús».

Aquí se encuentran las «dos actitudes» que se confrontan. Por una parte «la cerrazón que te lleva al odio, a la ira, a querer matar a los demás». Por otro lado «el de la apertura a Dios en el camino de Jesús, que te hace recibir las humillaciones, también las fuertes, con ese gozo interior, porque estás seguro de estar en el camino de Jesús».

Antes de continuar la misa, «celebración del misterio de Jesús, este misterio de la muerte, de la humillación y de la gloria de Jesús», el Papa invitó a rezar para pedir «la gracia de la paciencia: la paciencia que tuvo Jesús para escuchar a todos» y para «estar abierto a todos, y también soportar las humillaciones por amor a todos».

 
 
 
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