La negación de su realidad, las respuestas evasivas y afirmar que tiene "todo bajo control", son parte del repertorio de un adicto. Luego, cuando ya están del todo subyugados por su adicción, ni siquiera se molestan en responder, negar o justificar; nada ni nadie importa, sólo dar al cuerpo lo que pide a gritos. Así sería la vida de Ludwick en Europa, aunque su descenso a los infiernos lo viviría en Estados Unidos.
Al nacer lo bautizaron en la Iglesia Católica. Sólo este sacramento recibió pues sus padres no practicaban la fe. Fue un hijo amado cuyo padre trabajaba duro cada día para que nada le faltara a la familia. Quizá por ello pasaba poco en casa sin dedicar mucho tiempo a vincularse con sus hijos. Ludwick resentía esta ausencia y buscó entre algunos chicos mayores que conocía -amantes del Hard Rock y el Metal- un modelo de vida a seguir. Salía con ellos, escuchaba su música y los imitaba en todo.
Las garras del Mal
"Así fue -relata al portal polaco Trwajcie w miłości- como empecé a fumar cigarrillos en quinto de primaria. Dos años más tarde ya bebía cerveza o vinos baratos, y cuando salieron nuevas bandas me pasé al Black Metal. Mis compañeros y yo estábamos tan fascinados por esta música que empezamos a llevar varios símbolos: cruces invertidas (n. del ed.: símbolo esotérico en oposición a Cristo), tres seises como símbolo de la Bestia, el Anticristo y estrellas de cinco puntas -pentagramas- que aluden al reino de Lucifer".
Como en un mal cuento de hadas, la vida del pequeño Ludwick comenzó a desmembrarse. Se escapaba de casa para acudir a conciertos de bandas satánicas cuyas letras, símbolos y performance se le clavaron en el alma. Cuando el Metal lo aburrió se pasó al Punk, dando la bienvenida también a nuevos manjares disponibles en sus conciertos: cocaína, alcohol, hierba y concentrados pegamentos que en cada inhalada mataban sus neuronas y embrutecían su espíritu. Los años iban pasando.
Luego se hizo hippie, cambió de música, pero no dejó de beber alcohol y consumir las drogas que ya conocía; es más, empezó a experimentar también con el LSD. Por cierto, el desmadre de vida también involucraba una intensa actividad sexual, ya con su novia o bien -atrapado en el sopor del adicto- con quien se sintiera atraído durante sus andanzas. Y como guinda de la torta llegaron las anfetaminas que colaboraron lo suyo a noquearlo.
El "sueño americano"
Imagen ilustrativa, gentileza de Nathan Dumlao - Unsplash
"Después de tomar anfetaminas durante unos años, empecé a tener varios problemas de salud, así que decidí irme a Estados Unidos con la idea de cambiar allí de vida. Le prometí a mi novia que todo sería diferente a partir de entonces... y así fue. Durante los seis primeros meses trabajé duro y evité a la gente que se drogaba. Conseguimos un coche y un piso. Pero, por desgracia, todo estaba construido sobre arena y se derrumbó como un castillo de naipes... No pude soportarlo y volví a las drogas, es más, me hice muy amigo de los traficantes y para entonces vivía el infierno en la tierra. Consumía no sólo cocaína, sino también heroína".
Perdió a su novia, también el departamento y su coche, pero lo peor de todo es que perdió "la dignidad humana", reconoce. Todo lo que hacía estaba subordinado a las drogas. "Como vivía con traficantes, también empecé a distribuir drogas", confidencia Ludwick. En su nuevo rol de 'dealer' siempre exponía la vida y lo peor de todo es que ya estaba tan metido en el lodo "que no distinguía en absoluto el bien del mal", señala.
Algunos meses después, intentando una huida de la locura en que vivía abandonó el lugar donde vivía con los traficantes y se instaló a vivir en un coche que parecía abandonado. Pero al tiempo otros más osados se lo quitaron y aunque algunos colegas intentaban ayudarle, ya ni siquiera los escuchaba. Fue entonces que tocó fondo.
El auxilio oportuno de una prostituta
Imagen ilustrativa, gentileza de Stevosdisposable - Unsplash
"Sólo quería drogarme. Vagaba por las calles como un poseso, dormía bajo las escaleras en una caja de cartón, comía de los contenedores de basura, hablaba solo, apestaba desde lejos... Y sin embargo pensaba que todo estaba bien. No fue hasta la muerte de mi amigo, que sufrió una sobredosis, cuando se me abrieron los ojos. Me senté en un callejón, me fui a negro junto a unos contenedores de basura y decidí poner fin a todo inyectándome una dosis de heroína en vena. A mi lado había una gran caca humana. De repente, introduje en ella una cuchara y una jeringuilla. Justo entonces, sentí un deseo abrumador en lo más profundo de mi corazón: «¡Quiero vivir! ¡No quiero morir, sólo tengo 29 años!» En ese momento, sentí que una Fuerza me agarraba por el cuello y empezaba a llevarme por calles por las que nunca había caminado. ¿Acaso el Pastor no deja a las 99 ovejas y va en busca de la única descarriada? Me entregué por completo a esta Fuerza y me dejé llevar por ella. En aquel momento aún no sabía que se trataba del Señor Dios. Me acerqué a una prostituta negra y fue a ella a quien le conté lo que me había pasado y que no quería morir en la calle, que quería vivir".
La prostituta lo miró con compasión y le habló de un lugar donde podrían ayudarlo. Hacia allá dirigió Ludwick sus pasos y sería el inicio de un camino de sanación que comenzó con su rehabilitación en una comunidad terapéutica. Allí, después de 17 años de adicciones y de mal vivir, atrapado por el mal, comenzó a estar sobrio de verdad por primera vez. En este lugar volvió a ponerse de rodillas y aprendió de humildad, pidiendo a Dios la ayuda para otros que cargaban su misma cruz.
Dios sana en el Santísimo
Imagen ilustrativa, gentileza de Jacob Bentzinger - Unsplash
Después de tres meses conoció a un sacerdote que lo alentó a dar un paso más… «Ludwick -le dijo- estás haciendo todo bien, pero para perseverar en la sobriedad, debes entregarte a Dios». Luego lo llevó a la capilla del Centro de ayuda para los sin hogar de la iglesia de la Santísima Trinidad en NY. "El sacerdote se arrodilló en un banco. Yo a su lado. Entonces me dijo: «Ludwig, este es el Santísimo Sacramento. Creemos que es el Cuerpo del Señor Jesús, que nuestro Dios vivo está ahí». Y se puso a rezar. Me arrodillé, miré al Santísimo Sacramento y entonces vi salir una luz del Santísimo Sacramento, que empezó a rodear todo a mi alrededor. Estaba a mi alrededor, y yo estaba en Él. En ese momento empecé a llorar con fuerza. Era el regreso del Hijo Pródigo (Lc 15,11-32). Una vez más el Señor Dios me tocó de forma muy tangible".
Con el apoyo del sacerdote fue acogido en el hogar parroquial para indigentes y participaba de encuentros de oración con otros adictos. Poco después, a los 30 años, se confesó por primera vez en su vida. "Sentí entonces como si un enorme saco de piedras hubiera caído de mi corazón; por primera vez en mi vida me sentí verdaderamente libre. No la libertad que buscaba en la música y las drogas, sino esa verdadera libertad que sólo Dios, el Señor, puede dar".
Recibir el sacramento de la confesión, fue un poderoso remedio en el camino de liberación y sanación de Ludwick. Renovación que consolidó al recibir la Primera Comunión y también el sacramento de la Confirmación. "Ya han pasado cinco años desde mi resurrección. Gracias a esta experiencia -llevando mi cruz- hoy puedo ayudar a otras personas. Es Jesús mismo quien da esperanza a los demás a través de mí. No digo que siempre lo tenga fácil en la vida, pero tengo al Señor Jesús presente en los sacramentos. Tengo la Santa Comunión y el Sacramento de la Reconciliación y sé que el Señor Jesús nos ama mucho, que para Él nada es imposible. ¡Alabado y honrado sea!"