En una cálida tarde de sábado del 19 de septiembre de 1846, dos niños cuidaban su ganado en las laderas cubiertas de hierba de La Salette, en lo alto de los Alpes franceses. Eran Maxim Giraud, de 11 años y Mélanie Calvat, de 14; humildes pastores que no sabían leer ni escribir, sabían poco sobre su fe y rara vez iban a misa los domingos.

 

Era un día tan apacible que los niños se estaban quedando dormidos, pero no por mucho tiempo, como relatan los escritos que ellos mismos escribirían tiempo después relatando los hechos y que permanecieron perdidos por más de 170 años en unas polvorientas estanterías del Vaticano…

 

De repente, Melanie soltó un grito: "¡Maxim, mira la luz!" (…) "Es como si el sol hubiera caído allí", dijo más tarde. La luz "se agitó; se movía y se arremolinaba". Y de la luz apareció "una hermosa dama".

 

La mujer estaba sentada en una cornisa rocosa con la cabeza entre las manos. Tenía los codos sobre las rodillas y, para consternación de los niños pastores, ¡estaba llorando! Al ponerse de pie majestuosamente, dijo: "Acérquense, hijos míos: no tengan miedo. Estoy aquí para darles una gran noticia".

 

 

Iba vestida como una mujer de la región, con un gorro de campesina y un largo delantal amarillo sobre el vestido. Al principio los niños pensaron que era una mujer de la zona. También llevaba un gran crucifijo brillante en una cadena alrededor de su cuello. Maxim relató que desde el crucifijo se emitía la luz que brillaba más. "Lloró todo el tiempo que nos habló", dijo Maxim. Los niños escucharon, embelesados. Ella emitió una advertencia: "Si mi pueblo no obedece, me veré obligada a soltar el brazo de mi Hijo. Es tan pesado que ya no puedo contenerlo. ¡Cuánto tiempo he sufrido por ti!"

 

La Señora habló de la importancia absoluta de la oración, de la misa dominical, de las prácticas de fe en la Cuaresma, de la observancia del sábado y de no tomar el nombre del Señor en vano. La fe en Francia había sido devastada por los efectos de la Revolución Francesa de 1789. A mediados de 1800, casi nadie asistía a misa, y la oración y los sacramentos se descuidaban vergonzosamente. "Hijos, ¿rezáis bien vuestras oraciones?", preguntó la Señora. "Casi nunca, señora", respondieron los niños. Entonces les habló de la necesidad de la oración.

 

También predijo una gran hambruna y epidemia, que azotó a Europa en el invierno de 1846-1847, especialmente a Francia e Irlanda. Para concluir, declaró: "Sin embargo, si la gente se arrepiente, las piedras y las rocas se convertirán en montones de trigo. Hijos Míos, debéis dar a conocer esto a toda la gente". Y así lo hicieron.

 

Después de una investigación de cinco años, el 19 de septiembre de 1851, el obispo de Grenoble (Francia), Philibert de Bruillard, proclama: "Juzgamos que la aparición de la Santísima Virgen a dos pastores, el 19 de septiembre de 1846, en una montaña de la cadena de los Alpes, situada en la parroquia de La Salette, del arciprestazgo de Corps, contiene en sí todas las características de la verdad, y que los fieles tienen fundamento para creerla indudable y cierta”.

 

También quedó impresionado con los frutos de la aparición, pues hubo un poderoso resurgimiento de la fe en toda la diócesis. Autorizó la construcción de una iglesia, que se terminó en 1865. En 1879 el Papa León XIII la elevó al nivel de basílica. Las Misioneras de La Salette fueron fundadas en 1852, y una congregación de hermanas fue fundada en 1872. San Juan Vianney, aunque inicialmente vaciló, se convirtió en un ferviente partidario de la aparición más tarde en su vida. Su parroquia en Ars formaba parte de la diócesis de Grenoble.

 

Los textos originales de los "secretos" descubiertos reivindican a los videntes

 

Durante más de 170 años los pequeños videntes de la Virgen fueron objeto de instrumentalización y críticas. Acusados injustamente de locos y exaltados, la damnatio memoriae dura hasta nuestros días, con una leyenda negra que aún pende sobre estos dos niños pastores franceses: Mélanie Calvat y Maxim Giraud, conocidos como los videntes de La Salette.

 

La Iglesia había reconocido la aparición y el mensaje ya descrito, pero no los dos secretos entregados a los videntes, Mélanie y Maxim. Ciento setenta años después, el descubrimiento de los originales de estos secretos ha dado nueva dignidad a los pastores, según explica David Murgia en Il Timone:

 

"Ha sido una «operación verdad» llevada a cabo de manera concreta la que nos ha permitido encontrar (gracias a la ayuda del padre Gian Matteo Roggio, mariólogo y provincial de los Misioneros de La Salette), en el archivo de la Congregación para la Propagación de la Fe, los dos textos originales (que debían permanecer secretos), conservados en el Vaticano y escritos de puño y letra por los dos videntes, y enviados a Pío IX. Hablamos, por tanto, del primer (y, por consiguiente, si queremos, del más genuino) texto en absoluto, en el que Mélanie y Maximin escriben lo que la Bella Señora les ha dicho”, señala el comunicado de los Misioneros de La Salette.

 

Es importante señalar que los niños pastores ponen por escrito los secretos desobedeciendo, muy a su pesar, la petición de no divulgación que les ha hecho la Bella Señora, porque se les hace creer que el Papa (Pío IX) en persona los quiere leer. 

 

El texto de los secretos descubierto en el Vaticano

 

 

El secreto que dejó escrito Maxim: «El Papa será perseguido. Y su sucesor será un pontífice que nadie se espera. Lo que te digo sucederá en el próximo siglo, lo más tarde en los años dos mil. Un gran país del norte de Europa, hoy protestante, se convertirá. Antes de que todo esto suceda, habrá grandes desórdenes en la Iglesia y por doquier».

 

El secreto que dejó escrito Mélanie: «Esto será terrible, que algunos ministros de Dios y esposas de Jesucristo se consagrarán al mal, y al final en la tierra reinará el infierno. En ese momento el anticristo nacerá de una religiosa, pero ¡ay de ella! Varias personas le creerán porque les dirá que es aquel que ha venido del Cielo, pero ¡ay de aquellos que le creerán! No está lejos el tiempo, no pasarán dos veces cincuenta años».

 

Fuentes: Il Timone, National Catholic Register, Cari Filii, Aleteia

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