Fermín Montoya Carmona quería estudiar arquitectura, pero su mamá, Rosa, tenía otros planes. Sin previo aviso, le dijo a sus 15 años que lo había matriculado en la Escuela de Peluquería de Valparaíso. No le quedó otra alternativa que acatar y, dos años después, en 1962, recibió su diploma.
"Cuando me titulé me di cuenta que el ser peluquero era socialmente mal visto. Y había una razón para esto: una muy mala formación profesional", cuenta Fermín al portal digital del Opus Dei. "Siendo el mejor alumno de mi promoción supe que me faltaba mucho para ser peluquero y eran cosas que no las enseñaban en la Academia", añade.
Fue por eso que le dijo a un colega: "Somos apenas cortapelos. Para ser peluqueros tenemos que saber dermatología, psicología, estética, ética…". Y entonces decidieron tomar cursos para aprender esas otras materias necesarias para el desarrollo de su profesión. Más tarde formaron la asociación de peluqueros Atelier Georges Hardy, en la que hacían charlas para otros colegas. Y con el tiempo esta organización se convirtió en la Asociación Gremial de Peluqueros de Chile.
Debido a su trabajo, Fermín conoció a Violeta, su esposa y madre de sus dos hijos. Ella es peluquera también. "Estoy muy agradecido de Dios por haberme dado la vocación que tengo, que no creía tenerla en un primer momento, cuando mi madre me matriculó sin preguntarme, pero me gustó y gracias a mi trabajo pude formar la familia que tengo", asegura Fermín.
Una invitación incómoda
Eugenio era un cliente frecuente de la peluquería que formó Fermín junto a su esposa en Recreo, Viña del Mar. Era un capitán de la marina y lo invitaba incansablemente a los retiros del Opus Dei que se hacían los lunes. Justo ese día de la semana era el más ocupado en la peluquería y a Fermín le parecía imposible salir temprano para poder ir. "Me invitaba y yo lo rechazaba", cuenta.
Hasta que un día llegó a la peluquería otro de sus clientes, un arquitecto, con una tarjeta para él y Violeta. Era una invitación a la inauguración de la remodelación de un templo anglicano. "Churra y era justamente un lunes", pensó Fermín. Buscando una excusa para responderle que no podría ir, pensó que era el día de los retiros del Opus Dei. "Le dije que justo tenía un compromiso y le di las gracias… y como no podía quedar de mentiroso, fui al retiro con Eugenio. Y ahí me enganché y empecé a ir todos los meses", resume.
Lo que más le llamó la atención en ese primer retiro fue el mensaje de san Josemaría sobre la santificación del trabajo en medio del mundo. "Me gustó mucho eso porque uno piensa que para ser santo hay que estar en una abadía, en un convento o algo así. Esto de la santidad era como imposible, pero él lo muestra de una manera tan sencilla, tan simple, tan real: todos estamos llamados a ser santos", reflexiona Fermín.
Asimismo, otra cosa que le llamó la atención fue un video en el que una empleada doméstica le hace una pregunta a san Josemaría y él le contesta sobre la importancia del trabajo. "Los seres humanos tenemos la estupidez de clasificar a las personas de acuerdo al apellido, a la profesión, el auto, a dónde vive. Y san Josemaría nos pone a todos en el mismo plano. Somos todos hijos de Dios y no hay diferencias. Eso me gustó y me atrajo mucho. Me sentí muy identificado y me llegó al alma. Cuando vi esas imágenes creo que despertó en mí la vocación a la Obra", afirma Fermín. Y así, transcurridos unos tres años desde ese primer retiro, pidió su admisión como supernumerario.
La importancia del apostolado
Fermín había estudiado en un colegio católico, pero dice que cuando ingresó a la Obra fue tomando una visión distinta de Dios. "Me di cuenta de la importancia del apostolado", dice.
"Y mi trabajo me permite hacer un apostolado bastante amplio porque tengo mucho contacto con otras personas", explica. Así, Fermín trata de hablarle de Dios a las personas que van a su peluquería o darles consejo. Lo ve como su responsabilidad. En su caso, fue su fe la que lo ayudó a sobrellevar la muerte de su hijo de 28 años, que había sido diagnosticado con leucemia.
"Me doy cuenta de que la gente tiene mucha necesidad de tener alguien que le escuche y se abren conmigo. Me impresiona la confianza que tienen para contarme cosas", comenta. Y luego aclara: "Yo siempre tengo un alto sentido de la ética y no tengo ningún problema en escuchar lo que me digan, porque de ahí no sale".
Algunas veces le ha ofrecido a clientes que sabe que son católicos, rezar juntos por alguna preocupación particular con la que llegan a su peluquería; les regala una estampa de san Josemaría o del beato Álvaro; les ofrece rezar una novena; o a la Virgen María, porque tiene una imagen de ella también en su lugar de trabajo. Si no son creyentes, él ofrece en silencio su labor y alguna oración por ellos.
"Yo le corto el pelo todos los días a nuestro Señor Jesucristo", reflexiona. "Puede parecer un poco raro y quizás exagerado, pero en mi corazón veo en cada cliente a nuestro Señor y con mucho amor hago el corte de pelo lo más perfecto dentro de mis posibilidades. Y lo trato con la delicadeza que lo trataría a Él. Esa es la forma con que yo practico el amor a Dios. Hago oraciones, le ofrezco el trabajo y, como se lo ofrezco a Él, trato de hacerlo lo mejor posible", concluye.
Fuente: OpusDei.org