Hay decenas de miles de conversiones al catolicismo cada año. Son datos oficiales y conocidos. En Corea del Sur, en Estados Unidos, en varios países de África, en todo sitio. Muchas desde iglesias cristianas no católicas y muchas desde el paganismo. Pero son más escazas desde el Islam o el Judaísmo. La violencia psicológica –y a veces física- que se ejerce sobre el converso, es difícil de soslayar.

Sin embargo esas conversiones se dan. Muestra de ello es la historia conmovedora contenida en el libro “De la kipá a la cruz” de Jean-Marie Élie Setbon (Rialp),  un judío que se convierte al catolicismo después de un proceso largo, complicado, casi agotador, sin duda un camino de pura coherencia. Desde los 8 años, Jean Marc –que cambiaría después su nombre al bautizarse- es atraído ardientemente por el crucificado. Era un niño judío francés, rodeado de amigos cristianos y de iglesias, y con una familia judía que apenas practicaba. Pero él es un hombre muy religioso y, a pesar de sus inclinaciones cristianas, decide seguir una de las sociedades judías más radicales, actuando como rabino muy convencido.

“Desde que puedo recordar, siempre me he sentido atraído por Jesús. Durante la adolescencia quise convertirme al cristianismo. Pero sabía que sería un escándalo, porque cuando un judío se convierte, su familia, aunque no sea religiosa, lo vive como una traición. Los caminos de Dios son misteriosos: quería ser cristiano, pero me hice judío ultraortodoxo y luego judío hasid. Mi corazón me llevaba hacia Jesús, pero mi cabeza se resistía y mi identidad judía pesaba más. Un día, por fin, después de un largo camino, Dios retiró el velo de mis ojos...”

El año 2004, su esposa fallece de cáncer y Setbon se queda de “padre en el hogar” con siete hijos. Fueron años de auténtica precariedad material: el rabino y sus hijos tuvieron que esperar tres años para disfrutar de su primer día, solo uno, de vacaciones. Fue el 6 de agosto de 2007 en una playa normanda. 

La visión del mar le produjo extrañas sensaciones. Se atreve a relacionarlo con la muerte, ese mismo día, del cardenal Jean-Marie Lustiger, que también emprendió el camino del judaísmo al catolicismo. De vuelta a París, las sensaciones se intensifican. Setbon no para de hacerse la señal de la Cruz. Esta vez sí, su conversión va a ser definitiva.

Inicia una preparación al catecumenado en las Hermanitas de Belén en París. No fue fácil. Según declaró a la revista Famille Chrétienne, él quería conocer a Cristo pero le contestaban: “Sí, pero la Iglesia piensa esto, esto y esto…”. Elaboró entonces una lista de objeciones que presentó a Cristo: “Señor, el rabino está harto: o me ayudas o lo dejo todo”. La respuesta vino poco después, cuando se topó con una imagen de la Sábana Santa. Le dijo al Señor: “Deja de jugar al escondite o estallo. No me muevo de aquí hasta que no me hagas una señal”. En ese mismo instante, el rostro de Cristo le volvió a mirar y... “Llegó la Luz: creí todo, acepté todo, incluida la Iglesia: el Señor me abrió a la inteligencia de las Escrituras”.

El 14 de septiembre de 2008, Setbon fue admitido en la Iglesia mediante el sacramento del bautismo.

Las intervenciones extraordinarias de Dios se dan en la vida, pero es emocionante encontrarse con la narración de un proceso de encuentro con todos los detalles. Cómo Jean Marc llega a bautizarse, no es una cuestión fácil y él lo narra con la pasión de quien sabe se le ha confiado un precioso tesoro. Al final, desde el puro convencimiento, termina madurando su fe y se bautiza. Un proceso desde el amor de Dios, desde el deseo muy firme de seguirle de cerca, que tendría el cúlmen en la conversión de todos los miembros de su familia.


 
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