El cuerpo de Daniel estaba debilitado por la quimioterapia. La leucemia había llegado a su vida a la corta edad de 15 años y ahora, dos años después, aún no sabía qué hacer con tanto sufrimiento. Solo lo sostenía el amor y el cuidado de sus padres. Sin embargo, fue en medio de ese sufrimiento que Dios le recordaría aquel deseo que lo había marcado en su niñez: el deseo de ser sacerdote.

 

"Luego de los primeros dos años de sufrimiento, un día yo sentí en mi corazón una voz suave, la voz de Jesús, que me decía: «Estás sufriendo ahora y sufrirás toda tu vida, pero sígueme en el sacerdocio, y yo sufriré contigo»", recuerda Daniel Rivas, seminarista en el Seminario San Juan Vianney en Denver. "Eso es lo que necesitaba escuchar. Fue tan claro que no tuve duda de que esa era mi vocación".

 

Pero no era la primera vez que Daniel pensaba en el sacerdocio. De niño, la idea de la vocación ya lo había cautivado. A pesar de haber nacido en Denver, solía pasar los veranos de su niñez en el pueblo natal de su papá en Zacatecas, México. A los 10 años, durante una Misa de verano, se preguntó por qué todos los sacerdotes que veía eran ancianos y no jóvenes. Al percatarse de la necesidad de más sacerdotes jóvenes, nació en él el deseo de servir y ayudar en la Iglesia.

 

Un momento clave fue el día en que compartió su deseó con su tío en México: "Yo quiero ser un padrecito", le dijo. Su tío se alegró mucho al oírlo decir eso y lo felicitó. Poco tiempo después, toda su familia sabía que Daniel quería ser sacerdote. "Esa reacción de mi tío y de mi familia sembró la semilla del deseo. Creo que es muy importante la reacción de la familia", dice Daniel y sigue relatando… "Fue ahí cuando dije: «Esto es algo bueno, algo que le da gusto a los demás»".

 

Madurando la fe y la vocación

 

A pesar de que la semilla de la vocación estaba presente, la fe de Daniel no adquiriría una dimensión personal y profunda hasta la llegada de la leucemia. "El sufrimiento me abrió el corazón, por eso digo que fue un don haber sufrido tanto", afirma Daniel y añade: "En ese entonces la fe aún no era algo propio, sino solo lo que me habían enseñado mis papás. Yo veía que mis papás rezaban y practicaban la fe. Participaban en el Movimiento Familiar Cristiano de Denver; ellos ahí se formaron y luego me formaron a mí a partir de ese ministerio. Pero durante ese tiempo de sufrimiento experimenté el amor de Dios en concreto a través de ellos, que me cuidaban con amor y paciencia".

 

Después de escuchar el llamado de Jesús mientras padecía de su enfermedad, aún tuvo que luchar por dos años más de tratamientos antes de recuperarse. "A los 18 años, después de cuatro años de quimioterapia, apliqué al seminario", recuerda Daniel con una sonrisa.

 

Consejos para padres de potenciales seminaristas

 

 

En su séptimo año como seminarista, Daniel está agradecido por la forma en que Dios ha ido confirmando su vocación y quiere exhortar a los jóvenes y padres de familia a no tener miedo. En este tiempo de escasez de vocaciones sacerdotales, Daniel estima que hay dos cosas importantes que los católicos debemos considerar:

 

En primer lugar, pide a los padres de familia responder con fe si un hijo quiere entrar al seminario. "Si Dios llama a su hijo al sacerdocio, ahí es donde él va a encontrar la felicidad, porque el Señor lo llamó para eso. ¿Cómo vamos a saber nosotros más que Dios acerca del propósito de su vida? Hay muchos malentendidos sobre la vida sacerdotal: que están muy solos y tristes. Pero yo he encontrado más felicidad aquí que en cualquier otro lugar. Papás, tengan fe: el Señor nos da todo lo que necesitamos para ser felices", aseguró.

 

En segundo lugar, Daniel considera que es importante que todos los fieles contribuyamos económicamente para la formación de los sacerdotes. "Yo estoy muy agradecido de que mis papás me dijeron: «No pienses en el costo. Queremos que decidas libremente». Eso me dio la libertad y la paz para intentarlo. Pero es muy triste oír que muchos jóvenes que tenían el deseo nunca lo hicieron por el costo".

 

"Por último, a los jóvenes les diría que seguir a Dios es un paso de fe. Si sientes ese deseo, toma ese paso de fe. El Señor te va a recompensar más de lo que tú crees", concluyó Daniel y los arenga: "No tengas miedo. Él quiere que tomes ese paso de fe".

 

 

Fuente: Denvercatholic.org

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