Aunque nació en Euskal Herria (País Vasco) el 31 de enero de 1970, Juan Manuel de Prada aún era un niño cuando sus padres regresaron a los feudos de la familia en Zamora. Allí, su abuelo, sería el amigo de paseos del niño Juan y referente formativo que estimuló su amor por la lectura y el gozo de escribir. Con 25 años publicó su primer producto literario valorado por la crítica; obra titulada, sugestivamente, “Coños” cuyo éxito permitió que fuere traducida a más de 15 idiomas.
 
Han pasado décadas desde entonces, en las que ha fortalecido cierto carácter purgativo en sus reflexiones, dando voz a las “periferias” según el mismo señala en varios de sus artículos que Portaluz reproduce con regularidad.
 
A mediados de este año 2018 en un ejercicio lúdico y democrático aceptó ser entrevistado por el delfín de la neo-izquierda española, Pablo Iglesias, en el programa Otra vuelta de Tuerka. «No soy conservador, soy un católico tradicional», respondió de Prada a Iglesias en el referido magazine, cuando este le atribuyó ser un "conservador católico antiliberal".
 
Ahora, en entrevista reciente con Revista Misión, cuando el periodista J. A. Méndez le enrostra una supuesta dualidad, por impregnar de una ortodoxa moral católica sus artículos mientras en sus libros desplegaría un “naturalismo sórdido”, de Prada lo corrigió sin dilación aclarando: “No existe tal dualidad. Escribo artículos para vivir, porque no me queda otro remedio, y en ellos doy mi opinión sobre temas de actualidad. La novela es diferente, porque en una novela tienes que mostrar la vida tal cual es, sin edulcorarla. Pero en estos momentos, la mentalidad católica está tan a la defensiva que ha dejado de entender el sentido del arte”.

“Para iluminar la naturaleza humana” -prosigue aclarándole de Prada al periodista- “…hay que mostrar sus aspectos más oscuros o escabrosos”.  Cuestión que, en nuestro tiempo, agrega el escritor, es compleja pues en su opinión “la Iglesia se ha protestantizado y ha asimilado formas de ver el mundo que no son católicas. Hoy mostrar el mal y el pecado resulta escandaloso, así que hemos desarrollado un puritanismo que convierte en irrelevante el arte católico”.

 
¿Será que nos cansa que el mundo presente lo malo como bueno?
El mundo se ha separado tanto de la visión católica que ha condenado al católico a un gueto. Por una parte, los católicos hemos abandonado las posiciones de vanguardia. Por otra, hemos desarrollado una sensibilidad sulpiciana, como esas figuras de yeso almibaradas que han hecho estragos. La cultura católica ha dejado de existir o es infantil y edulcorada. Esto, acompañado de un stablishment cada vez más anticatólico, genera puritanismo.
(…)

¿Cómo revertimos esta situación?
Para revertir la situación hay que volver a ocupar las posiciones que se abandonaron. Sin embargo, hoy por hoy, y sin intervención sobrenatural, es prácticamente imposible. Más bien estamos próximos a un momento en el que no se podrá hablar sobre ciertos temas o con determinados enfoques. Este es como todos los momentos de soberbia de la humanidad, que suelen saldarse con descalabros. Pienso que en los próximos años habrá un derrumbe.

¿A qué se refiere?
La decadencia de occidente, una vez abandonada la fuerza nutriente que le daba la fe religiosa, es brutal. Es muy probable que de aquí a cincuenta o cien años haya entrado en una necrosis insalvable. Esta época de descomposición de la razón será muy rápida. Y en cien años, como tras la devastación del Imperio Romano, sobre las ruinas, habrá que levantarla de nuevo. Surgirá de forma natural, al principio incipiente y minoritaria, la necesidad de una reconquista cultural, que se extenderá a ámbitos mayores. Creo más en eso que en invertir la tendencia.

¿Y cómo salvaguardamos aquellos valores que no podemos perder?
Mediante la tradición. Hay que procurar crear vínculos fuertes, mantenerte fiel a aquello que quieres salvar y transmitírselo a tus hijos. No hay otra manera, aunque cada vez sea más difícil.
(…)

Lleva la vitola de escritor católico. Más allá de defender una doctrina, ¿cómo es su relación con Cristo?
Es una relación un poco conflictiva, de muchísimo amor y muchísimo dolor. Es como la relación de Jacob cuando tiene que pelear con Dios: yo estoy en una pelea constante con Él porque hay cosas que me cuesta aceptar.

¿Por ejemplo?
La imitación de Cristo, que es la razón de ser de la vida cristiana, es dura: tienes que renunciar a muchas cosas y adoptar una forma de vida muy reñida con el tiempo que vivimos. Y no tanto en las pasiones inmediatas, sino en renunciar a cosas como el éxito. Pero ese componente de lucha es muy necesario para el cristiano.

¿Reza usted?
A diario. Alterno oraciones tradicionales con el diálogo directo con Dios. Soy tradicional: rezo al levantarme, al acostarme y con actos de piedad como el ángelus y el Rosario. Y luego, en momentos variopintos.

¿Y se confiesa?
¡Cómo no me voy a confesar! Me confesé anteayer, mismamente. Pero lo bueno de envejecer es que a medida que te haces viejo, pecas menos. En realidad, y lo considero un punto a mi favor, siempre he tenido más problemas con los pecados de la carne que con los del espíritu. Y los auténticamente infernales son los del espíritu, aunque los de la carne te vayan preparando. Con los años se atempera uno, así que peco menos.

 
Puedes leer la entrevista completa en Misión pulsando aquí

 
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