El ejercicio del poder, especialmente en los ámbitos institucionales ya sean civiles, religiosos o políticos, tiene el desafío de evitar al menos dos tentaciones: la complacencia institucional y la autocomplacencia personal.

 

En efecto, la complacencia dice relación con la falta de autocrítica a lo que se está haciendo y la autocomplacencia significa creer que personalmente no hay nada que mejorar o cambiar, pues todo está bien. Así, por ejemplo, Chile, hoy, necesita más que nunca de hombres y mujeres que con sabiduría quieran construir una patria que sea una casa para todos a través de un texto constitucional que ponga las bases de un estado de derecho democrático, donde la persona humana y su dignidad sean el centro neurálgico del desarrollo del país.

 

Sin olvidar que el verdadero poder es el servicio a favor del bien común, pues este último como objetivo fundamental de la lex artis de gobernar posibilitará el desarrollo social y económico de un pueblo, evitando a todo nivel usar el poder para su propio beneficio e interés.

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