En el país vivimos una pandemia que suma nuevos contagiados cada día y miles de muertos a nivel mundial. Sin embargo, llama profundamente la atención que para la prevención de la enfermedad no seamos responsables para con los demás y tampoco con nosotros mismos. En este sentido existe una pregunta recurrente a la autoridad: ¿quién fiscaliza y qué pasará si no cumplo las restricciones? Esto me hace pensar: ¿seremos tan inmaduros e infantiles que si no hay un castigo a la contravención de lo pedido -en bien de todos- no obedeceremos?
Que distinto sería: tomar la iniciativa poniéndome la mascarilla si tengo que salir o debo viajar o trabajar donde hay más gente, manteniendo la distancia social; o bien, lavándome las manos con frecuencia y quedándome en la casa para respetar la cuarentena y las barreras sanitarias.
Todo esto cuesta y no es fácil para muchos. Sin embargo, una buena dosis de generosidad y educación cívica nos haría mucho bien. Especialmente cuando salimos a la calle sin ninguna justificación, pues la construcción del bien común exige ser corresponsables de la salud y la vida de los otros.
En suma, necesitamos poner por delante la vida y el bienestar de los demás por encima de mis propios intereses, y así crecer en solidaridad, venciendo el narcisismo y la autorreferencia individualista como criterio de las decisiones que debo tomar. Y la razón para actuar con responsabilidad social y sentido común es muy simple: los pueblos que son solidarios en la adversidad se construyen en paz. Los otros, aquellos que viven en la indolencia, mantendrán las divisiones y confrontaciones en una suerte de “cultura del descarte” y de una “psicología de elite”, ya sean estas de orden político, religioso o cultural.
Hoy, ante la pandemia del Covid 19, la primera línea se juega en la empatía, buscando el bien y la salud del otro. Y este es el testimonio heroico de médicos, enfermeras y personal de la salud que podemos imitar. Así, le haremos un gran bien a nuestra patria y a cada uno de sus habitantes. Dios nos ayude.