Acercarse a Madre Maravillas de Jesús es entrar en contacto con una santa de nuestros tiempos, una madrileña castiza y una fundadora de conventos que sigue el estilo de su Madre Santa Teresa. Todo esto y mucho más puede uno descubrir cuando abre la puerta de su corazón a Santa Maravillas de Jesús. Podría decir, parafraseando a fray Luis de León, que yo no conocí a Madre Maravillas, pero me han hablado de ella.

 

Y vamos a empezar por el principio, por ese primer encuentro con una monja que canonizan en Madrid el 4 de mayo de 2003. Con 19 años y en el primer curso como seminarista diocesano, participo en la canonización de 5 grandes españoles entre los que se encuentra Santa Maravillas de Jesús. La misa en Colón es impresionante. Estamos seminaristas de toda España con gran la ilusión por repartir la comunión al final de la celebración. Cada vez que se habla de Santa Maravillas, un numeroso grupo de seminaristas aclaman el nombre de esa monja que para mí es totalmente desconocida. Me explica un seminarista de mi diócesis que esos que claman tan alegres son los seminaristas de Getafe porque el monasterio de Santa Maravillas está junto a su seminario en el Cerro de los Ángeles. Así, vestido con alba y unido a tantos seminaristas, es como tengo mi primer encuentro con Santa Maravillas.

 

Pasa el tiempo. Dejo el seminario para entrar en el Carmelo Descalzo. Entonces ya sé bien quién es esta santa. Pero lo que para nada entraba en mis planes era conocer a la familia que deja el piso de Claudio Coello 33 donde viven las 21 monjas que componen la comunidad del Cerro al inicio de la guerra civil. Esta parte de la historia de Santa Maravillas nos acerca al Madrid de los años 30 y a una España dividida y que arde en llamas. La providencia ayuda a dejar Madrid y pasar a Francia para llegar hasta San José de las Batuecas en Salamanca, donde viven el resto de los años de la contienda bélica hasta que pueden volver a ese Madrid que ve nacer a una niña el 4 de noviembre de 1891 y que es también testigo de su muerte siendo monja en La Aldehuela el 11 de diciembre de 1974. Pero vamos a la familia de esa casa que sirve de refugio a Santa Maravillas y sus hijas durante un mes. Es un tema que dicha familia lleva con gran gozo y agradecimiento ya que les ayuda mucho en su vida de fe. Pocos saben que tres hermanas del abuelo de esta familia ingresan en el Cerro antes de la guerra. Dos de ellas van a la fundación de Kottayan (India). Una de ellas, tras 20 años, vuelve al Cerro y pasa después a Arenas de San Pedro. La otra nunca vuelve a pisar su tierra patria. La que se queda en el Cerro es la que sugiere a Santa Maravillas ir a una casa de su familia; más tarde pasa a Mancera y después a San Calixto. Vemos aquí otro modo distinto de conocer a Santa Maravillas: a través de una familia que reza, sigue a Dios y da gracias por ese singular privilegio que muchas veces centra las amenas conversaciones cuando compartimos la mesa como buenos amigos.

 

Vamos más allá, a los inicios del sacerdocio como carmelita descalzo, cuando ese Sagrado Corazón de Jesús que pide a Santa Maravillas fundar un monasterio en el Cerro de los Ángeles, me lleva por algunas de sus 11 fundaciones. Conocer Duruelo, o Mancera, o lo más escondido, Cabrera, o llegar hasta la costa en Montemar (Torremolinos) y el ya citado San José de las Batuecas, es un gran regalo que da pie a seguir conociendo a Santa Maravillas. A esto hay que sumar también el paso por La Encarnación de Ávila. Todas hablan de una monja que lleva una intensa vida de oración, que busca la gloria de Dios y la salvación de las almas y que ayuda a todos los que salen en su camino. Eso lo escucho de algunas monjas que son formadas por Santa Maravillas. Pero lo que es más impresionante aún es tratar con algún testigo directo de las fundaciones. Todavía viven y todo son recuerdos entrañables. Tengo grabado en la memoria el entusiasmo de un sacerdote malagueño que al ir a Montemar me habla con ese acento y desparpajo andaluz de los recuerdos de juventud cuando una monja vieja viene a fundar a un lugar tan especial como Torremolinos. Lo de vieja lo dice con muchísimo cariño. Añade que tenía don de profecía porque no sólo funda un convento de monjas de clausura; con esta casa se da paso a una guardería y a una residencia de ancianos. Todo en los años 60, cuando la costa malagueña empezaba a mostrar lo que sería en nuestros días. “Ahí quería Santa Maravillas hacer presente a Dios en medio de tanto ruido, pecado y alejamiento de Dios”. Palabras que hacen ver el amor hacia una religiosa que se deja llevar por Dios y que hoy es santa. Lo mismo podría decir sobre los castellanos recios de los contornos de Mancera y Duruelo que ayudan a levantar esos monasterios tan cercanos entre sí y tan visitados por esa monja que va y viene desde Madrid a Peñaranda para llegar a Mancera y Duruelo. Todo es historia viva que nos mete en el amor de Dios.

 

Ahora, pasados los años, miro hacia atrás y doy gracias a Dios por haber puesto en mi vida a Santa Maravillas de Jesús, y con ella a tantos que ya la conocían y me ayudan a clamar con toda la ilusión de un seminarista que se prepara al sacerdocio, a acompañar a familias que ponen su centro en Dios y a escuchar atentamente a todos los que han tratado directamente a una santa que tiene mucho que decirnos hoy. Todos son importantes; todos aquellos que me hablan de ella.

 

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