He recibido un libro de artículos y entrevistas sobre san Pablo VI casi en coincidencia con su memoria litúrgica (29 de mayo). Se trata de Pablo VI, hoy (BAC Historia), editado por la Fundación Pablo VI. Colaboré en esa edición con un pequeño artículo sobre la misión evangelizadora del arzobispo Montini en Milán a finales de 1957, de la que se me quedó grabado su humilde súplica a los no creyentes para que le dieran la oportunidad de ser escuchado.

 

Este libro tiene aportaciones de todo tipo. Unas se centran en la historia del pontificado, otras son referentes al Concilio Vaticano II, Europa, el ecumenismo, la paz, la enseñanza… Un libro de recomendable lectura que me recordó a otro, editado por el Instituto Paolo VI de Brescia, hace unos años y que pretendía, con diversas colaboraciones, trazar un retrato espiritual del papa Montini. Es de esperar que lleve a los lectores a profundizar en uno de los pontificados más importantes del siglo XX.

 

Por lo demás, me permito hacer esta observación a los lectores: no debemos olvidar que estamos ante un papa santo, por lo que es imprescindible resaltar su dimensión espiritual.

 

Todo enfoque histórico, sociológico o ético es a todas luces incompleto, y conlleva el riesgo de ceñirse al personaje en su contexto temporal. En cambio, la dimensión espiritual no se marchita con el tiempo, porque el centro de su atención es nada más, y nada menos, que Dios.

 

Cualquier enfoque, por elaborado que sea, nunca puede dar una visión completa de un pontífice, lo que explica el “reduccionismo” existente a la hora de abordar los últimos pontificados: Juan XXIII y Pablo VI se explican por su relación con el Concilio, Juan Pablo I con una oscura conspiración, Juan Pablo II con la caída de los regímenes comunistas, Benedicto XVI con controversias teológicas…

 

Pese a todo, el legado más importante de los papas es su magisterio, un magisterio que no es ajeno a las realidades del mundo en que vive. Hay quien fue capaz de percibirlo en el caso de Pablo VI, como el cardenal Herrera Oria, que le calificó de “hombre espiritual”, según leemos en este libro.

 

Y ser hombre espiritual coincide con ser maestro de humanidad. Este tipo de maestros se caracterizan por su amor al hombre, imagen de Dios. La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (1975), tan valorada por el papa Francisco, es un ejemplo de cómo Pablo VI es un amigo de la humanidad que pretende entender al mundo moderno, lo que implica un modo esencial de vivir la caridad. Quien vive la caridad, ama la justicia y la paz, porque cree que no hay paz sin respeto por el ser humano.

 

Pablo VI, hoy nos presenta a un papa “sensible y profundamente humano”, por emplear una expresión de su amigo, el filósofo Jean Guitton. Nada tiene que ver con esa caricatura de un Hamlet dubitativo que algunos pretendieron transmitir.

 

No puede ser un Hamlet quien apuesta decididamente por la civilización del amor, aun a riesgo de ser incomprendido por unos y por otros. En el caso de Pablo VI, habría que subrayar que cuando alguien no comprende las palabras, debería prestar atención a los gestos, pues el evangelio de Jesús está lleno de gestos, al igual que la vida de un papa santo, Pablo VI. Los gestos dan sentido a un rostro de un hombre en el que está presente el espíritu de Jesús.

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