El pensamiento de Dios ronda la mente humana desde tiempo inmemorial. Aparece con terca insistencia en todos los lugares y todos los tiempos, hasta en las civilizaciones más arcaicas y aisladas de las que se ha tenido conocimiento. No hay ningún pueblo ni período de la humanidad sin religión. Es algo que ha acompañado a nuestra especie desde siempre, como la sombra sigue al cuerpo.
La existencia de Dios ha sido siempre una de las grandes cuestiones humanas, pues se presenta de un modo inevitablemente comprometedor. Toda persona busca una respuesta a los grandes enigmas de la condición humana, que ayer como hoy surgen ineludiblemente en lo más profundo de su corazón: el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el mal, el origen y el misterio del dolor, el camino para conseguir la verdadera felicidad, el enigma de la muerte y de la retribución después de ella. Todo apunta hacia el misterio que envuelve nuestra existencia, de donde procedemos y hacia el que nos dirigimos, hacia aquella oculta presencia que late en el curso de todos los acontecimientos humanos, y que impregna la vida de un íntimo sentido religioso.
Pero a mucha gente no le importa qué hayan hecho todos los pueblos a lo largo de la historia. Quieren vivir su vida, no repetir lo que hacían otros en el pasado.
Efectivamente no se trata de hacer lo mismo que nuestros antepasados. Toda persona busca su propio camino, diferente de quienes le han precedido. Pero nunca está de más echar una mirada a la historia, aunque solo sea porque nos da una cierta perspectiva que siempre arroja luz sobre la propia vida. Y como decía Aristóteles, si la religión es una constante en la historia de los pueblos, ha de ser porque pertenece a la misma esencia humana.
Por fuerte que haya sido a veces la hostilidad o el influjo laicista y secularizante de su entorno, jamás la humanidad ha quedado indiferente ante el problema religioso. Dondequiera que hayan sido suprimidas las instituciones religiosas, o se haya perseguido de un modo u otro a los creyentes, el sentimiento y el impulso religioso han vuelto a brotar una y otra vez. La pregunta sobre el sentido de la vida, sobre el enigma del mal y de la muerte, sobre el más allá, son interrogantes que jamás se han podido eludir. Dios está en el origen mismo de la pregunta existencial humana.