Hay personas que ven la Iglesia católica y todo lo que se refiere a la doctrina de Cristo como algo difícil de aceptar en un mundo que vive según otros principios.
El Evangelio ya resultó difícil en su nacimiento. Los primeros discípulos encontraban algunas afirmaciones del Maestro incomprensibles, incluso pensaban que eran equivocadas.
Jesucristo, sin embargo, no buscó acomodarse, no ofreció pactos que suavizasen su doctrina y la hicieran más fácil de aceptar.
Su lenguaje y su vida fueron contra corriente. Algunos judíos lo rechazaron con hostilidad. Otros fueron indiferentes ante su mensaje. Entre los discípulos hubo quienes le abandonaron (cf. Jn 6).
Si vemos la primera expansión del Evangelio, las cosas no cambiaron mucho. Los cristianos fueron perseguidos por grupos de judíos, fueron despreciados por algunos griegos, resultaron extraños y peligrosos para los romanos.
Pero los cristianos no quisieron rebajar nunca la fuerza y la pureza del mensaje, simplemente porque creían que Cristo era Dios, y porque confesaban que había resucitado de entre los muertos.
Han pasado siglos y siglos de historia. Hubo momentos en los que algunas sociedades parecían cristianas en sus costumbres y modos de vivir, aunque no faltaban tensiones y problemas que mostraban que no todos vivían según el Evangelio.
En otros momentos, como una especie de magma escondido, surgieron grupos que persiguieron con dureza a los cristianos, hasta llegar a las matanzas, sobre todo durante el siglo XX, de miles de sacerdotes, religiosos y laicos en Rusia, China, Alemania, España, México, y en otros lugares del planeta.
Sin persecuciones violentas, en países que se consideraban libres y democráticos, hubo una continua y sutil marginación de todo lo cristiano, hasta el punto de que actualmente el insulto a lo católico parece algo “normal” mientras cualquier ataque a otros grupos es perseguido sistemáticamente.
Junto a esa marginación sutil, hay otra mucho más profunda: la de miles de hombres y mujeres que ven lo católico como algo superado gracias a la ciencia, a la técnica, a la educación, y consideran a un auténtico creyente como un pobre fanático que ha perdido el tren de la historia.
Hoy el Evangelio resulta difícil en muchos ambientes y para muchas personas. Lo ven como intolerante, supersticioso, anticuado, generador de fanatismos y de alienaciones, enemigo de la auténtica realización humana.
A pesar de todo, el mensaje de Cristo ahora, como hace dos mil años, sigue ahí, ofrecido para que lo acoja quien lo desee. No se impone con la fuerza, no deslumbra con milagros aparatosos, no arrastra con argumentos matemáticos imbatibles.
Una voz suena hoy en muchos corazones, como fue oída por vez primera en Judea y en Galilea. Algunos reciben al Maestro, le dejan entrar como perdón y como esperanza. Entonces sus vidas cambian, porque han empezado a ser hijos del Padre y a vivir como salvados por Jesús el Nazareno, Hijo de Dios e Hijo de María...
Han pasado siglos y siglos de historia. Hubo momentos en los que algunas sociedades parecían cristianas en sus costumbres y modos de vivir, aunque no faltaban tensiones y problemas que mostraban que no todos vivían según el Evangelio.
En otros momentos, como una especie de magma escondido, surgieron grupos que persiguieron con dureza a los cristianos, hasta llegar a las matanzas, sobre todo durante el siglo XX, de miles de sacerdotes, religiosos y laicos en Rusia, China, Alemania, España, México, y en otros lugares del planeta.
Sin persecuciones violentas, en países que se consideraban libres y democráticos, hubo una continua y sutil marginación de todo lo cristiano, hasta el punto de que actualmente el insulto a lo católico parece algo “normal” mientras cualquier ataque a otros grupos es perseguido sistemáticamente.
Junto a esa marginación sutil, hay otra mucho más profunda: la de miles de hombres y mujeres que ven lo católico como algo superado gracias a la ciencia, a la técnica, a la educación, y consideran a un auténtico creyente como un pobre fanático que ha perdido el tren de la historia.
Hoy el Evangelio resulta difícil en muchos ambientes y para muchas personas. Lo ven como intolerante, supersticioso, anticuado, generador de fanatismos y de alienaciones, enemigo de la auténtica realización humana.
A pesar de todo, el mensaje de Cristo ahora, como hace dos mil años, sigue ahí, ofrecido para que lo acoja quien lo desee. No se impone con la fuerza, no deslumbra con milagros aparatosos, no arrastra con argumentos matemáticos imbatibles.
Una voz suena hoy en muchos corazones, como fue oída por vez primera en Judea y en Galilea. Algunos reciben al Maestro, le dejan entrar como perdón y como esperanza. Entonces sus vidas cambian, porque han empezado a ser hijos del Padre y a vivir como salvados por Jesús el Nazareno, Hijo de Dios e Hijo de María...