La corrupción surge, sobre todo, desde ambiciones y deseos por tener más, por gozar fácilmente de placeres, riquezas, fama y poder.

Platón analizó, especialmente en la República, cómo la avidez (en griego, pleonexía) llevaba a muchos a cometer diversos tipos de delitos, con el fin de disfrutar al máximo y de evitar deberes costosos.

La avidez puede orientarse a conquistar más dinero, a recibir más aplausos, a gozar de más bienes materiales, a disfrutar de placeres casi sin límites.

Esa avidez, sin embargo, encierra un veneno autodestructivo: el deseo por sí mismo no se autocontrola, y puede provocar enfermedades y, sobre todo, corrupción moral, como señala Platón en la misma República y en otro diálogo titulado Gorgias.

Si la corrupción surge desde la avidez, el remedio para evitarla, o para curarla si ya ha entrado en nuestras almas, consiste en un paciente y continuo autocontrol, que limite nuestros deseos excesivos y nos lleve a contentarnos con lo que resulte suficiente para llevar adelante una vida honesta y tranquila.

Hablar de autocontrol puede resultar difícil, sobre todo en sociedades que parecen orientarse a una continua búsqueda de comodidades, viajes, experiencias, aparatos electrónicos muy sofisticados, y una amplia gama de productos de consumo.

Pero si se presenta el autocontrol como algo positivo, como algo que promueve vidas sanas, que facilita las relaciones en familia y con las demás personas, que genera en el propio corazón paz y honradez, entonces empezamos a verlo en toda su positividad.

El mundo ha sufrido y sufre por la corrupción de quienes se han dejado arrastrar por las diversas formas de avidez y de soberbia. Guerras, injusticias, desenfreno, enfermedades ocasionadas por comportamientos irresponsables, han provocado y provocan dolores a millones de víctimas, y también a los mismos verdugos.

Para enderezar el camino, para curar los corazones, para construir un mundo más armonioso y más justo, necesitamos poner en marcha un esfuerzo continuo, de modo especial en la educación de las nuevas generaciones, para que el autocontrol frene avaricias desordenadas.

Entonces veremos, con alegría, cómo la corrupción deja espacio a la honradez, y cómo una vida sobria y ordenada produce alegrías y satisfacciones sencillas, buenas y asequibles, para nuestro bien temporal y para avanzar en el camino hacia el encuentro eterno con un Dios justo y misericordioso.

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