Nos duele constatar la infidelidad de tantos católicos que un día amaron a Dios y luego quedaron atrapados por el mundo. Nos duele, además, porque sentimos nuestra propia debilidad: continuamente estamos en peligro de alejarnos del amor de Dios.
¿Cuáles son las causas que pueden llevarnos a la infidelidad, al alejamiento de Dios? Son muchas, y no es fácil hacer una enumeración completa.
Unos dejan su fe porque no escuchan a Dios, sino que prefieren escuchar al mundo, al demonio y a la carne. Otros, porque se apartan de la luz y prefieren las tinieblas, con la vana ilusión de ocultar sus caprichos y pecados.
Otros, porque no siguen la voz de la conciencia y adoptan, como criterio de sus actos, la "prudencia de la carne". Otros, porque han construido sobre arena, es decir, sobre sentimientos, emociones, ayudas externas, que cualquier día dejan de ser apoyo real.
Otros, porque no han sabido ofrecer a Dios un terreno bueno ni han cuidado los dones recibidos: la semilla del Evangelio no puede dar fruto. Otros, porque prefieren conservar sus "amistades" y pactar en vez de mantenerse firmes en la fe cuando ello implica heroísmo.
Otros, porque al compararse con los demás y descubrir que al malo "le va bien", llegan a pensar que sus esfuerzos son inútiles y dejan de luchar (cf. Sal 73,2-16). Otros, porque no se dan cuenta de la grave situación en la que vive el mundo, alejado de Dios, emborrachado por placeres malsanos, arrastrado por avaricias.
La lista de infidelidades es larga, y refleja lo fácil que resulta a muchos abandonar el buen camino para volver al pecado (cf. 2Ped 2,1-22).
Frente a tantos peligros, necesitamos mantener encendidas nuestras lámparas y suplicar la ayuda de Dios para vencer los ataques del maligno. "Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Haced todo con amor" (1Co 16,13 14).
Hay de trabajar siempre "con temor y temblor por vuestra salvación" (Flp 2,12). Así estaremos listos para el encuentro más maravilloso con el Padre de las misericordias. Entonces alcanzaremos el don de la fidelidad. Nos uniremos a los santos que han sabido escuchar la llamada de Cristo y seremos vencedores con el Cordero (cf. Ap 17,14).