El crimen abominable de la violación nunca puede ser simplificado porque la mujer que la padece sufre lo indecible ante una agresión tan brutal. Así, desde este dato irrefutable de realidad, las consecuencias humanas y psicológicas en la mujer quedan para siempre; pero ellas pueden ser ayudadas en su proceso de sanación de tal modo que las heridas no sigan sangrando y se vayan cicatrizando. Sin embargo, aquí nace el desafío de ayudar a sanar esas heridas y evitar que estas se profundicen con nuevos actos de violencia contra la mujer. Por eso la decisión de cómo acompañar y qué aconsejar a la mujer es de suma importancia, pues está en juego su vida, su dignidad y su sanidad mental. Entonces nos debemos preocupar de que toda acción a favor de la  mujer violada o abusada sexualmente no sea acentuar en ella la sensación de haber sido violentada, pues ya es gravísimo lo vivido como para aumentar aún más ese trauma. También debemos rescatar su autoestima y su dignidad de tal  modo que no sienta que ha perdido el control sobre su vida. Se trata de ayudarla a recuperar la paz perdida y que pueda mirar al futuro con esperanza.
 
Sin embargo, aun teniendo claro los desafíos más arriba indicados, la sociedad vuelve a victimizar a la mujer, haciéndola vivir una nueva agresión, perpetuando en ella el abuso pero no eliminándolo. Y la razón es muy concreta, pues el aborto en estas circunstancias la agrede por segunda vez. Asimismo, la carga con la responsabilidad de dar vida o no al hijo que eventualmente resulte de la violación. Y lo que es peor, el agresor sigue libre y por tanto se perpetúa en ella la amenaza de la agresión toda vez que la mayoría de estos abusos se producen en el entono familiar. Por eso, pensamos que una ley de aborto para casos de violación no es la solución. Pues a quien se debe perseguir penalmente es al violador y no al hijo inocente de toda culpa. El aborto no hará olvidar la violación y hará a la mujer eternamente esclava del abusador, provocando en ella una serie de sentimientos negativos que como una cascada se irán manifestando en su vida hasta llegar a la destrucción de sí misma. Y la sociedad, responsable también de su bienestar, se lavará las manos con la solución simplista del aborto, pero no se hará cargo de ella en su dolor y sus aflicciones. Y una vez más la razón es muy precisa: usted ha decidido abortar libremente, por lo tanto, no le reclame al Estado una atención de salud proporcional al drama vivido y todas sus consecuencias mentales. Es decir, el Estado se lavará las manos y cada mujer deberá caminar con un doble trauma: haber sido violada y haber abortado al hijo. Así, el panorama no podía ser peor para la mujer. Ahora ya no solo nuevamente estará indefensa ante el abusador sino que también ante sí misma pues no recibirá la atención y acompañamiento debidos.

La elección por la vida del hijo inocente de toda culpa que ha sido gestado es el signo más evidente de que la mujer triunfa sobre la violación. Es la elección que la libera del abusador ya que este no podrá perpetuar su abuso. El hijo nacido será su mejor defensa y la restauración de su dignidad a dignificar al hijo que nace, pues el abusador le ha robado su integridad y virginidad pero el aborto le roba su maternidad. Entonces no será la violación la que determine su vida, pues la vida del hijo es el triunfo de la paz por sobre la violencia gravemente sufrida. Y esta elección le permitirá no recordar traumáticamente la agresión vivida, sino la opción por la propia vida y la del hijo que espera. Este es el camino de la sanación integral, del acompañamiento y la contención, de la esperanza y la dignidad. Todo lo cual son caminos y expresiones que la propia naturaleza humana puede descubrir y el Estado está obligado a facilitar como ente garante del bien común. Ya que nunca será de bien común causar la muerte de un hijo indefenso y menos perpetuar en la madre la horrible doble agresión de la que ella también pasa a ser víctima.

Optar por la vida del hijo, también es optar por la vida de la madre. Pues en cada aborto, no solo muere un hijo sino también parte de la misma madre en su integridad psicológica y dignidad humana. Y para hacer esta opción por la vida no hay que ser creyente. Basta con ser persona humana dotada de racionalidad, voluntad y libertad porque el aborto repugna a la razón, quiebra la voluntad y se burla de la libertad esclavizando a la mujer para siempre.

 
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