Suele hablarse de procesos irreversibles, como si hubiera cambios ante los que es imposible una “vuelta atrás”.

Sobre el tema escribí un artículo en el que concluía que ningún proceso es irreversible, porque siempre quedan posibilidades abiertas que permiten “revertir” cambios recientes y “regresar” hacia algunos aspectos del pasado.

Ahora la pregunta mira el tema desde otra perspectiva: si no hay procesos irreversibles, ¿habría procesos reversibles?

Para responder, necesitamos mirar una dimensión no eliminable de las acciones humanas: su temporalidad.

Porque somos temporales, cada vez que actuamos queda impresa una huella en la historia humana. Será una huella débil, insignificante, sin especial interés. O una huella que cambiará la vida de toda la familia, de una ciudad, o incluso de un Estado.

Pero lo que caracteriza a esa huella es que nadie puede borrarla. Una decisión tomada permanece ahí, escrita de modo indeleble en el pasado. Ni siquiera quien reconoce haberse equivocado es capaz de aniquilar un acto escrito, sobre piedras imborrables, en la historia.

Por lo mismo, cualquier decisión incide necesariamente en los procesos humanos. Podrá ser “corregida” o reajustada por otras decisiones, pero nunca eliminada.

Desde esa perspectiva, ningún proceso sería del todo reversible, en el sentido de que nunca las cosas serán como antes. El vaso roto no “renace” aunque sea sustituido por otro. Una vida matrimonial no será igual aunque los esposos se perdonen mutuamente y reconstruyan su convivencia.

La existencia humana se reviste, así, de una seriedad inaudita. Los hechos constituyen baldosas con las que avanza el bien o con las que se destruye la justicia.

Por eso, necesitamos reflexionar seriamente antes de cualquier decisión: ¿iniciará un proceso bueno? ¿Abrirá el mundo a Dios, a la misericordia, a la belleza, a la verdad? ¿Reparará daños del pasado que no pueden ser eliminados pero sí curados?

Cada día me ofrece oportunidades nuevas para decidir. Miro al cielo y pido a Dios prudencia. Con su ayuda, intentaré que mis opciones sirvan para el avance del bien. Un bien que tanto necesita mi corazón y el corazón de quienes convivimos en un mismo planeta y caminamos hacia un mismo encuentro eterno: el que nos espera a todos, tras la muerte, con un Dios misericordioso y justo.

 
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