En octubre próximo cumplirá doce años de sacerdocio y los celebrará tal como lo ha hecho desde el 2009, trabajando en medio de los más desprotegidos, en la República africana de Kenia. Es el padre Alejandro Ruiz, miembro de la Congregación Don Orione. Este cura latinoamericano afirma que cuando cumplió los 40 años de edad, volvió a florecer en él la vocación misionera. Habiendo ya servido a personas con discapacidad, no dudó que era llamado a misionar en las periferias del dolor. África era su lugar. Así fue como en Nairobi consolidó un centro de rehabilitación y reinserción para niños y jóvenes. Junto a ellos logró incluso que hoy los productos que cultivan sean comercializados en supermercados y hoteles de la ciudad, generando sustentabilidad y nuevos recursos para replicar la obra en otros sectores. A continuación reproducimos parte de una entrevista que concedió al boletín “Chile Misionero”…
¿Alejandro, qué te impacta de este servicio misionero?
Impacta muchísimo comprobar las grandes desigualdades que existen en nuestro mundo y en nuestra sociedad. Saber que hay niños que aún sienten hambre, me golpea profundamente. La impotencia de no poder ayudar a todos los que necesitan, por momentos crea una frustración muy grande en donde sólo Dios te da el consuelo para seguir caminando. Lejos lo mejor que me ha ocurrido es aprender que el mundo no termina en quienes queremos, ni en nuestras fronteras. La generosidad nos hace crecer si somos flexibles en nuestro pensar y generosos en la escucha respetuosa del otro. Siento que he crecido muchísimo, siento que vivo la vida con más pasión y lo poco que entrego, lo hago con profunda alegría.
¿Qué enseñanzas personales te deja esta misión? ¿Vale la pena recomendarla? ¿Por qué?
Ha sido un “renacer” con toda la profundidad e implicancia de esta palabra. Un Renacer ante Dios y un renacer a mí mismo. La misión me ha ayudado a recuperar espontaneidad, simplicidad y respeto, desde lo más pequeño a lo más grande. Siento que soy más comprensivo conmigo mismo y también con el resto, he experimentado sin lugar a dudas, una nueva dimensión de la misericordia de Dios.
Por supuesto que vale la pena recomendarla. A todos quienes han recibido esta invitación de Dios, les digo vayan, ¡no tengan miedo! Es un proceso que hace bien en todos los aspectos. No siempre es fácil, pero las dificultades ayudan a que esta experiencia sea completa. Es un desafío que se debe tornar con generosidad, responsabilidad y oración permanente.
Su experiencia en Kenia le ha marcado profundamente…
Conocer a sus habitantes ha significado para mí el encuentro definitivo con lo simple, lo fundamental, lo eterno. Estas personas viven una libertad increíble ante Dios y lo que les rodea. Lo digo muy de corazón, impresiona la simpleza con que viven. Cuánto bien haría esta experiencia a nuestros pueblos.
Pedí mucho a Dios me diera la capacidad de observar con el máximo cuidado y respeto sus celebraciones; pedí profundamente que acallara no sólo mi boca, sino sobre todo mis prejuicios, que evitara las comparaciones y que preparara mi corazón para un verdadero encuentro con estas personas que la verdad me comenzaban a conquistar con su cariño, simpleza, alegría y libertad. Hay una sabiduría impresionante en estas personas. Estando entre ellos, me sentí en el corazón de Kenia.