Atrapado durante 4 años en la pornografía, Etienne estaba desolado. Era solo un niño. Piensa en el suicidio, se odia, se encierra y se avergüenza de sí mismo. Gracias a una conversación inesperada, iniciará un camino de reconstrucción y experimentará así la misericordia de Dios.

 

Hoy, con 19 años Etienne tiene la valentía de ponerse ante la cámara del portal francés Decouvrir Dieu y regalar su testimonio de cómo transitó del infierno a la liberación.

 

Era apenas un niño de quinto grado cuando sus amigos le mostraron por primera vez algo de pornografía y esas imágenes se grabaron en su cerebro. No podía dejar de pensar en ellas y así, poco a poco, sin imaginar los riesgos que corría, decidió buscar nuevos contenidos y acabó sumergido en la pornografía. “Rápidamente, empecé a perder todas mis capacidades porque caí en la adicción: ya no podía librarme de ella. Perdí el control de mi cuerpo. Empiezo a aficionarme tanto que lo hacía varias veces al día. Y luego estaba avergonzado, incluso delante de mis amigos. Sentía que estaba cada vez más sucio, de hecho, más sucio que los demás…”.

 

Esclavo de su adicción Etienne dice que con apenas 12 años comenzó a tener “pensamientos oscuros, pensamientos suicidas”. De hecho, cada mañana mientras iba hacia la escuela con un amigo, al llegar a una avenida de alto tráfico que debían cruzar recuerda que solía asaltarlo el impulso por arrojarse bajo las ruedas de algún autobús. Así, hasta que un día, regresando a casa del colegio, se topó con una pandilla de niños que claramente lo querían agredir y sin pensarlo se tiró hacia la avenida donde lo atropelló un vehículo. “Fue un violento accidente. El parabrisas del coche saltó por los aires y quedé tendido en el suelo. Todo el mundo creyó que estaba muerto…”

 

Pero una vez en el hospital Etienne recobró el conocimiento y supo que sólo tenía una pierna rota. La semana que permaneció recuperándose en ese recinto de salud le sirvió para reflexionar sobre vida y concluyó que si seguía vivo era porque Dios tenía un plan para él. “De hecho, si todavía estoy aquí es porque sirvo para algo y no estoy tan podrido, no soy esa fruta podrida que no sirve, que está en el suelo. No, yo soy alguien. Y, aunque estoy atrapado en esto, tengo derecho a vivir", concluyó.

 

Sin embargo, todo quedó en buenas intenciones y cuando se recuperó la adicción reclamó a su víctima y le mostró cuán fuerte podía doblegarlo. “En ese momento, perdí toda la confianza en mí mismo, en ese momento, estaba en el tercer grado. Me di cuenta de que no tenía fuerza de voluntad, ni dignidad y confianza en mí mismo: de hecho, no era nada, estaba destruido. Mi corazón, mi cuerpo... todo en mi vida era una ruina”.

 

Y estando allí, en el fondo del abismo, vino a su alma la certeza de que Dios podría ayudarlo, que debía acudir a confesarse. Cuando estaba ante el sacerdote relató todo lo que había estado viviendo y al terminar hubo unos segundos de silenció y Etienne supuso que recibiría un sermón y luego todo acabaría igual. Pero no fue así…   “De hecho, el sacerdote me miró y dijo: «¡Bravo por esta confesión! ¡Alegría!» Yo no entendí que me estaba pasando, no me lo esperaba ese torrente de misericordia que sentía: realmente vi el amor de Dios cayendo sobre mí y, para mí, fue enorme. Yo, que durante cuatro años había estado luchando. Estaba solo en la oscuridad, y allí, estaba Dios. Y salí feliz diciéndome «todo está bien, estoy perdonado, ya no estoy solo. Hay alguien. Hay alguien conmigo»”.

 

 

Pero la tentación continuó y Etienne, adicto, regresó a esos hábitos que odiaba, de los que no lograba liberarse. Lo mayor vergüenza le ocurrió cuando su madre descubrió su secreto. Aterrado esperó la llegada de su padre pensando que lo echarían de casa, pero no fue así. Nadie le juzgó, sino que lo apoyaron para buscar un lugar donde encontrar la ayuda que necesitaba.

 

“Y así empezamos un viaje llamado «Libre pour aimer»”.  Fue un viaje centrado en Cristo para sanar, liberar su alma y también el cuerpo. “Y renací, de hecho. Y salí de esta adicción después de un año. Con dificultad acepté todo lo que me pasó, me acepté y me perdoné… después de cuatro años de oscuridad, de horror. Resumo todo esto, finalmente, diciendo que Dios es amor, es perdón, es misericordia, incluso en la mayor de las oscuridades”.

 

 

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