Incrustado en el Amazonas boliviano, el río Blanco nutre y comunica a decenas de comunidades indígenas, siendo también el camino obligado por el cual se desplazan misioneros que -como el franciscano Kasper Kaproń - llevan a Cristo, la buena nueva del Evangelio, a esos hijos e hijas de Dios.
Un territorio de misión donde las empresas mineras -con su nefasto e ilegal manejo de los procesos extractivos-, han contaminado de mercurio las aguas del “Blanco”, tal como lo han hecho también en los ríos Beni y Madre de Dios entre otros de la red fluvial del Amazonas boliviano. Escándalo ante el cual los misioneros y todos los católicos, llamados a defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural, no deben ni pueden permanecer en silencio. Sobre este asunto una reciente investigación realizada por la Central de Pueblos Indígenas de La Paz, indica que "el 74.5 % de la población evaluada supera el límite de niveles de mercurio permitidos en el organismo de las personas establecido por la Organización Mundial de la Salud. El estudio se realizó a 302 personas de 36 comunidades nativas de los pueblos Ese Ejjas, Tsimanes, Mosetenes, Leco, Uchupiamona y Tacana".
Sobre el agua -realidad sensible y signo trascendente de la vida- conversó el portal polaco Caminos Misioneros con el hermano franciscano Kasper Mariusz Kaproń quien fue ordenado sacerdote en Polonia el año 1997. Cuenta el hermano Kasper que fue el año 2011 cuando viajó desde Polonia a Urubichá (Bolivia), una pequeña aldea en la rebosante e intrincada selva amazónica, a orillas del río Blanco…
Se dice que donde hay agua, hay vida. Ríos, costas… aquí es donde la civilización se desarrolla más rápidamente.
En el oriente boliviano, el agua es el centro de la vida. En el documento conclusivo del Sínodo para la Amazonía, los obispos afirmaron acertadamente que aquí el agua no nos divide, sino que nos une, en el sentido de que es una vía de comunicación natural. Moverse por esta zona es básicamente solo posible gracias a las conexiones fluviales.
Entonces el Amazonas y sus afluentes son, en cierto sentido, la red de autopistas y carreteras de la región.
Sí, nada es tan eficaz como esta conexión. Hay lugares a los que no se puede llegar en coche, moto o incluso a pie. Aquí a menudo faltan vías de acceso. Suena paradójico, pero el agua es el puente entre un pueblo y otro.
Pero el agua es esencial no sólo para desplazarse, sino para subsistir.
En la zona donde trabajo actualmente, en la ciudad universitaria andina de Cochabamba, es un tema de extrema importancia. En 2000 estalló aquí una guerra por el agua. Se cobró varias vidas. El conflicto se desencadenó porque las empresas multinacionales se habían apoderado prácticamente de toda la economía del agua potable. Los precios subieron tanto que los ciudadanos no podían permitirse comprarla. Se produjeron revueltas y disturbios. La Iglesia asumió entonces el papel de mediadora para ser la voz de los más pobres y de los perjudicados por el sistema neoliberal. La película boliviano-española Hasta la lluvia se basó en estos acontecimientos.
Sin embargo, se trata de un problema cada vez más global que afecta a muchas regiones. La Iglesia, especialmente bajo el pontificado del Papa Francisco, se ha referido a los problemas ecológicos con bastante frecuencia.
Esto es correcto, aunque papas anteriores, Juan Pablo II y Bene-dicto XVI, también han abordado la cuestión. El mensaje universal de la Iglesia es la necesidad de cuidar el medio ambiente, aunque, por supuesto, cada región tiene sus especificidades. En la Amazonia, por ejemplo, el mayor problema es la contaminación, vinculada a la extracción de materiales preciosos, como el oro.
Aunque algunos dicen que la Iglesia está para predicar el Evangelio, no para liderar exigencias ecológicas.
Hay que recordarles que el mundo es obra de Dios y que todo es creación suya. La Iglesia está para proclamar el valor de la vida humana; y la ecología, al fin y al cabo, está estrechamente ligada a ello. Estos dos temas no pueden separarse.
Volvamos al agua en sí. Es un elemento importante de los diversos grupos culturales, pero no faltan referencias a ella también en la Biblia.
Toda la vida cristiana comienza con el agua y termina con el agua. Las primeras palabras de la Escritura describen al Espíritu de Dios flotando sobre las aguas (Génesis 1:1-2). En la descripción del Jardín del Edén, leemos que brotan cuatro ríos. Este es un elemento muy significativo y característico del arte cristiano primitivo. Cuando paseamos por los templos más antiguos podemos encontrar fácilmente el símbolo de estos cuatro ríos que fluyen del Árbol de la Vida, que en última instancia es Cristo. También sabemos por los Evangelios que del Corazón de Jesús manaban sangre y agua. También en el Apocalipsis de San Juan encontramos referencias al agua.
El agua también está presente en los sacramentos y sacramentales.
El ejemplo más elocuente es el bautismo, que marca el inicio de nuestra vida cristiana. Por eso, después de la muerte, precisamente en conmemoración del bautismo, el cuerpo humano es rociado con agua bendita.
Como católicos, decimos que Cristo es la Fuente de agua viva. ¿Cómo debemos entender esto?
Este es un tema muy amplio. Como ya he dicho, el agua aparece como símbolo en muchas páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Se repite prácticamente en todos los libros. En el Libro de Ezequiel, por ejemplo, se menciona el agua que fluye del templo, que lava y da vida a todas las criaturas. También cabe mencionar, por supuesto, el Evangelio de San Juan, en el que Jesús se encuentra con la samaritana y se presenta como la Fuente, señalando el agua que, una vez consumida, ya no da sed. Estos pasajes se refieren a la cultura del pueblo elegido, en la cual el agua desempeñaba un papel importante. Las tomas de agua eran lugares tan centrales, lugares donde se reunía la población. El agua es la fuente de toda vida y, en sentido teológico, esto se traslada a la realidad espiritual. A través del bautismo debemos convertirnos en un pozo de agua viva para los demás.
Hoy en día tenemos un gran problema para encontrar una fuente pura, literalmente, pero también en este sentido teológico y espiritual. ¿Cómo convencer a los demás de que es en la Iglesia donde se encuentra el agua de la vida?
Antoine de Saint-Exupéry, autor de "El Principito", en otro de sus libros, "Tierra, planeta de hombres", escribe sobre cómo, siendo piloto, se estrelló en el Sahara. No tuvo acceso al agua durante varios días. Desesperado, decidió beber agua contaminada del radiador del avión. Esto, por supuesto, sólo empeoró su situación. Años más tarde, recordó la situación y escribió un poema sobre el agua: "¡Agua! No eres esencial para la vida. Eres la vida misma. (...) Eres la mayor riqueza que existe en el mundo. También eres la más sutil, tú, tan pura, en las entrañas de la tierra. Puedes morir sobre un manantial que contiene compuestos de magnesio. Puedes morir a dos pasos de un lago salado. Puedes morir tomando dos litros de rocío con algunas sales mezcladas. Porque no permites compuestos, no toleras adulteraciones, eres una deidad celosa". Como Iglesia, pues, debemos ser puros. Basta una pequeña impureza para que el agua se convierta en veneno. Del mismo modo, si queremos ser testigos de Cristo, debemos ser puros.
Fuente: Misyjne.pl