Hay llamadas que simplemente no quieres responder. Esto es lo que sintió Sor Laura Nichele, Hermana de la Divina Voluntad, originaria de Cassola (Italia), cuando, hace unos 35 años, se le pidió que abriera una misión en Camerún con otras hermanas: "Ante el anuncio, mi cuerpo tembló como si la tierra ya no pudiera sostenerme. Desde el fondo de mi corazón, pensé que realmente no era la persona adecuada", recuerda.
La hermana Laura cuenta que pasó días de gran confusión interior, con insomnio y luego se aferró a Dios: "Sabré que es tu voluntad solo si pones en mi corazón la paz que deseo", fue su oración… ¡y esa noche logró dormir! "Hoy puedo decir que el Señor ha sido capaz de extraer lo mejor de mí". Pero antes de esta serena certeza espiritual pasaron décadas…
Sor Laura pasó sus primeros años en el extremo norte de Camerún, en Dourum, una misión a la que solo se podía llegar aferrándose a un empinado camino de piedras con un vehículo todoterreno: "Comprendimos inmediatamente que el Señor nos había precedido -dice- por la extraordinaria acogida de la gente. Cuanto más tiempo pasaba, más esta tierra se convertía en nuestra querida tierra, a pesar del calor, la pobreza, las epidemias".
La tentación de decir No a Dios
Pero los desafíos continuarían algunos años después en Yaundé, la capital. El cambio fue impactante pues no solo dejaba atrás todo lo logrado en las aldeas rurales, sino que debía exponerse de nuevo sirviendo en un proyecto de pastoral de la salud en la prisión central de Nkondengui, iniciado por la congregación varios años antes. Sentía, dice, que Dios la enviaba al infierno y tuvo la tentación de decirle que no. "Pero al no tener suficientes excusas para escapar" -reconoce- "comencé la nueva misión con miedo y temblor".
El impacto con la cárcel sería un puñetazo en el estómago… 4 mil reclusos hacinados, en una estructura que era para albergar a 800. Debido a la falta de espacio, vio a las personas turnándose, a menudo en cuclillas, incluso en los baños. Sin comida suficiente ni forma de mantener una higiene adecuada, descubrió que son los pobres entre los pobres. Menos podrían pagar un abogado y a menudo son abandonados por sus familias. En un contexto tan extremo -cuenta Sor Laura-, las epidemias de sarna, cólera, tuberculosis, son desenfrenadas. Asimismo, la desnutrición y la incapacidad de movimiento que provocan hinchazón en las extremidades, infecciones que se convierten en llagas.
"Todo contribuye a crear un clima de extrema violencia, de total falta de derechos humanos. Aquí la gente muere por nada, por una herida infectada, por la falta de un antibiótico. Entre los presos hay ancianos, discapacitados físicos y mentales”, denuncia hermana Laura.
Mirar a los ojos
Al principio le fue difícil soportar incluso la infernal visión de tanto sufrimiento: "Entré en la cárcel con los ojos bajos", recuerda Sor Laura, "pensando que mi mirada podría avergonzarles, por lo que habían hecho y por sus condiciones. Entonces me di cuenta de que era mi mirada la que estaban buscando, alguien que finalmente los vio. Y desde ese día no he vuelto a bajar los ojos".
En la cárcel central de Yaundé hay una enfermería, desprovista de personal y de medicamentos, simulacro de un servicio de salud. Las monjas aquí son la única esperanza a la que aferrarse: curan heridas, procuran medicinas, compran alimentos para los enfermos más comprometidos y productos de higiene, en el último intento de hacer que el infierno sea un poco menos infernal. Un servicio vital, que siempre ha estado pendiendo del hilo de la Providencia, desde hace unos 20 años.
Esta extrema necesidad llevó a las hermanas a convocar otras congregaciones para generar redes de apoyo. Se agregaron una palotina y una hija de la caridad. Esto ayudó a aliviar la fatiga y dar mayor seguridad económica al proyecto.
Para fortalecer el equipo, las hermanas acordaron formar prisioneros voluntarios, que se ofrecen a ser auxiliares de enfermería. "Podrían merecer un diploma de enfermería. Fueron ellos, durante el covid, cuando las monjas no podíamos entrar, quienes medicaron a los reclusos, a veces tratando llagas imposibles".
La misión "está en riesgo"
Pero al paso de los años no llegan misioneras jóvenes que lleven la luz de Cristo a este infierno. La hermana Laura está desconsolada, solo quedan tres, pero sobre todo ya no tienen los medios para ayudar a todas estas personas. Sor Laura llama a todas las puertas y luego se dirige a Cáritas San Antonio: "Somos las monjas de tres congregaciones", escribe el 15 de febrero de 2023, y sigue: “Nuestra misión está en riesgo. Nos estamos quedando sin fondos. Gastamos unos 7 mil euros al año en medicamentos, unos 2, 3 mil euros en alimentos, gasas, desinfectantes. Abrimos la clínica tres veces por semana, acogiendo a 30, 40 personas cada vez para el tratamiento de llagas y otras 70 u 80 que tienen síntomas de varios tipos. Estamos tratando de entender si podemos recortar algo: ¿reducir los días de cirugía? ¿Ayudar solo a los más serios? ¿Ya no se les da el bocadillo a los que toman antibióticos? Nos hemos encontrado en esta situación muchas veces, ¿serás la mano de la Providencia esta vez?"
Pocas semanas después de la solicitud, Cáritas San Antonio aprobó una gota de agua en este desierto, 5 mil euros para 2023. Luego otros 8 mil para 2024. En marzo, Sor Laura ya entrega, humilde, un primer informe: "Gracias a ustedes, el servicio continuó sin interrupción, cada uno trabaja en su lugar con más serenidad. Y para este año también lo hicimos. Soñamos con que este proyecto perdure en el tiempo, que el Señor lo guarde en nuestro corazón, y que nos dé la fuerza para extenderlo a la formación profesional, para que quienes salgan de estas puertas no vuelvan nunca más. Y también soñamos con que los gobernantes adopten la frase de Voltaire: «El grado de civilización de un Estado se mide por el grado de civilización de sus prisiones»".
Sigue el proyecto en www.caritasantoniana.org
Fuente: Messaggerosantantonio.it