Con el título La figura del sacerdote en la literatura contemporánea, las docentes Arbona y Fanconi coordinan esta aproximación al retrato que han tenido los clérigos en distintas creaciones literarias de los siglos XIX y XX, en cuanto a su entrega a Dios y al prójimo; esto es, “la posibilidad de mirar a todo y a todos desde un amor único, que es el amor a Jesucristo“, subraya Arbona. Con ella hablamos
 
¿Cómo nació y qué retratos tenemos de los sacerdotes en la obra?
Este libro comunitario nos lo propuso el arzobispo de Granada don Javier Martínez e  intervienen 19 profesores y expertos que analizan distintas obras de autores de la literatura contemporánea, como el padre Brown, de Chesterton; El Magistral de La Regenta, de Leopoldo Alas “Clarín”; Don Amaro, de Eça de Quiroz; Don Camilo, de Guareschi; el padre Flyn, de Joyce; Tomás Beckett, de Eliot; el “pater güisqui” de El poder y la gloria, de Graham Greene; El diario de un cura rural, de Bernanos; los sacerdotes que aparecen en las obras de Benito Pérez Galdós o los que se escenifican en el teatro contemporáneo....
Por ejemplo, en el realismo del siglo XIX, en el que la literatura tenía una pretensión de reflejar lo que acontecía a su alrededor, su semblanza estaba más presente que ahora, porque los sacerdotes tenían un cierto poder, podían mover ciertos hilos, eran figuras representativas y carismáticas en las sociedades de aquella época. Se exponen  curas malos, buenos y de cualquier perfil. Por otro lado, la figura del sacerdote tiene también de suyo un atractivo porque tiene los pies en la tierra –es limitado- pero siempre está mirando al cielo, por lo menos como intención, para acompañar a los hombres a su destino, Dios, y con la tensión vital de interesar a los hombres por el sentido de sus propias existencias.

¿Existen similitudes entre estos perfiles de sacerdotes y el que propone el Papa Francisco?
Lo que nos está proponiendo el Papa relativo a salir a las periferias es ir a donde está el hombre, a los lugares donde trascurre la vida habitual de los seres humanos, y esto se ve en muchas de estas novelas que han servido de base para este libro. Ahora que me hace esta pregunta, faltaría otro autor como es el francés Cesbron, que tiene varias obras escritas en territorio español, como Los perros sin collar o Los santos van al infierno, que reflejan la vida de estos sacerdotes que deciden ir a las periferias para anunciar el Evangelio y compartir su vida con todos.

¿Cómo viven los curas del libro el celibato?
Como podemos observar, hay de todo. En el caso de Eça de Queiroz, en algunos personajes galdosianos o, incluso, El Magistral, de Clarín, insinúan o documentan claramente que algunos tienen queridas; es decir, que están trasgrediendo uno de los compromisos vitales para los que han sido elegidos, que es manifestar ante el resto del pueblo de Dios que la virginidad es posible. La virginidad no en cuanto a menoscabo de la propia humanidad o imperativo normativo que viene desde fuera, sino la posibilidad de mirar a todo y a todos desde un amor único, que es el amor a Jesucristo. En este sentido, el celibato tiene esa visión positiva que algunos autores recrean claramente. Es el caso del padre Brown, de Chesterton, un personaje virginal porque la relación que tiene con lo real y con los personajes con los que se encuentra es de una pureza y de una trasparencia que se aprecia que vive un amor grande, pero no un amor carnal, de mujer, sino de un amor a Cristo. En el caso del “güisqui pater”, de Greene, en un momento determinado llega a un pueblecito y se enfrenta con su propia hija y reconoce su traición. Él siente la herida y el dolor por ver a su hija y el mal que ha provocado a todo el pueblo por sus acciones. Por lo tanto, ahí existe una visión del celibato roto, el sentimiento de un dolor y de una herida, porque ha sido infiel a una llamada divina, pues el celibato no es una imposición que se hace a nadie, sino una llamada de Dios, que en la medida que pide da la Gracia también para cumplirla.

Actualmente está en entredicho, cuestión que sucede cíclicamente
Puedo comprender las posturas que ponen en tela de juicio el celibato, porque visto desde fuera, sin vivir de la experiencia cristiana, parece un menoscabo. Sin embargo, por la experiencia de ver a los sacerdotes que conozco y con los que me relaciono, me doy cuenta que es todo lo contrario: que es una vocación de naturaleza misteriosa que establece un vínculo con un amor que es de naturaleza diferente del que se da entre una mujer y un hombre.
Creo que el acercamiento al celibato suscita curiosidad y merece la pena acercarse a él desde esta perspectiva. Me parece más sano que atacarlo sin comprenderlo, o ponerlo en tela de juicio sin dejar hablar a los curas de su propia experiencia. Entiendo que es más razonable un acercamiento curioso, de indagación, de pregunta, a esta cuestión que ir con un planteamiento de condena.

Esta postura condenatoria se da también en el tema del sacerdocio para las mujeres.
Me da la impresión que actualmente el mundo contemporáneo acusa a la Iglesia de ser discriminatoria porque no deja a las mujeres que se ordenen. Este es uno de los karmas, de las frases, que se repiten, pero que parte de idéntica posición: sacar conclusiones sin comprender lo que significa.

En este caso, la Iglesia dice actuar así por mandato de Jesucristo.
Es cierto y no lo pongo en duda, pero doy la vuelta al argumento: lo que tengo claro es que la criatura privilegiada por Jesús de Nazaret es una mujer, María. Es decir, ha privilegiada a una mujer en la historia de la humanidad, a la que, ¡incluso, pide permiso para encarnarse en ella! Hasta ese momento, la mujer fue vilipendiada, troceada cuando era necesario (basta leer la Biblia para ello), despreciaba, manoseada, llevada de un lado para otro, utilizada como moneda de cambio… Hasta que llega Jesús de Nazaret, Dios, y le pide permiso a una para poder hacerse carne. Esto es de otro mundo; cambia las mentalidades antiguas, por lo que la Anunciación es un hito dentro de la Historia y de la Cultura, cuyas consecuencias han tardado en verse en el tiempo. Ahora mismo, la estima por la mujer y lo que supone el feminismo tiene su origen en ese acontecimiento. Por eso, la mentalidad que se fija en la discriminación es una mentalidad que, en el fondo, está poniendo su mirada en el poder, en tener un puesto de responsabilidad, ocupar cargos, tomar decisiones… Hay una feminista muy famosa que tiene un artículo llamado Del deseo al poder. A mí me gusta cambiar el título de este artículo por El poder del deseo, justo al contrario, porque no me interesa ir tanto del deseo hasta el poder, sino comprender cuál es la naturaleza del deseo y hacia qué tiende el deseo. Me parece que esta es una posición más adecuada para entender esta objeción que se pone a esta discriminación de las mujeres en la Iglesia.
Por volver al tema, este libro está interesando no solo a los sacerdotes, sino a muchos críticos literarios y personajes del mundo de la cultura por lo que comenté al principio: que el sacerdote es un hombre y, a su vez, su modo de vida reclama inevitablemente su relación con el Misterio; esa relación virginal o de celibato.


 
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