Stéphanie Pillonca es madre, actriz, animadora, columnista y periodista de televisión. Pero esta francesa incursiona también con extraordinaria sensibilidad y talento en el cine. Tras un exitoso documental filmado en Bet Gemal (Israel) que retrata la vida de las Hermanas Pequeñas de Belén, la revista L’1visible le ha entrevistado sobre su última película de elocuente título: Aprendiendo a amarte.
No es común caminar delante y detrás de la cámara. ¿Qué ha cambiado?
Quería contar historias y, sobre todo, me convertí. Me di cuenta de que mi existencia, en esta sociedad de consumo, sujeta a las exigencias de imagen y apariencia, ya no me satisfacía. Nací en 1971 y recibí el bautismo durante la Jornada Mundial de la Juventud en Roma en 2000.
¿Su conversión es fruto de un encuentro o de un fenómeno más misterioso?
Lo misterioso: la sed de lo absoluto, el deseo de unirme a algo más grande que nuestras motivaciones diarias dictadas por el tiempo presente. Es el fruto de una búsqueda de espiritualidad y un encuentro con algo que está más allá de nosotros, que es más fuerte que nosotros, el deseo de adentrarme en una esperanza que me daría mucha alegría.
En los últimos meses, muchos de nosotros hemos cuestionado nuestra profesión, nuestros hábitos, hemos buscado respuestas en lo profundo...
Las respuestas no están en nosotros, no lo creo. Tenemos que ser capaces de elevar nuestras mentes, nuestras almas, a algo más secreto, más insondable, más misterioso, algo que ha interpelado y guiado a los seres humanos desde el principio de los tiempos. No importa la fe o el credo, hay algo más fuerte que nosotros. Soy una gran creyente en la responsabilidad personal y el discernimiento. Estamos llamados a asumir la responsabilidad de nosotros mismos y no comparto la opinión de aquellos que dicen que el mal que nos abruma es una prueba enviada por Dios. Dios no nos pone a prueba. Creo en un Dios misericordioso que nos guía, nos conforta y nos perdona. Es nuestra propia impotencia, indignidad y miseria lo que nos castiga. Frente al amor, nos damos cuenta de cómo hemos tomado un mal camino, de cuántos errores hemos cometido.
Las personas con discapacidad es un tema importante en sus películas...
Sí, las personas con discapacidades son a menudo juzgadas, en las sombras, denigradas, devaluadas o viven en inextricables condiciones económicas. Quiero contar cómo viven las familias, cómo una mujer, un hombre, puede vivir con esta diferencia. Esta es mi cuarta película sobre la discapacidad y me doy cuenta de que, en la sociedad, incluso si nuestros conciudadanos tienen una voluntad espectacular de mirar lo diferente, lo diferente no se paga económicamente. El que es especial no despierta el más mínimo deseo. No se parece a lo que creemos que es el bien o la belleza, o lo bueno. Su envoltura física, su potencia en el mercado, su posición social es diferentes. Se lo deja a un lado.
¿Pero qué les motiva, si no está el interés general?
Sabes, no sólo hay bien en la vida, tienes que aceptarlo, aceptar que hay peleas. Prefiero elogiar la debilidad, la vulnerabilidad, la diferencia, en lugar de elogiar lo impecable, lo perfecto, lo predecible, el "100% garantizado". La vida nunca está "100% garantizada". Está la muerte, están los escollos y está la diferencia, y así es como va a ser. Todos lo sufrimos. La vida está hecha de grandes decepciones y grandes encuentros. En el corazón del mal, hay Fioretti, pequeñas flores que florecen en el campo del sufrimiento. Desde 2010, he estado viviendo inmersa en la discapacidad. He conocido a muchos padres que me confiaron a primera vista: “No queríamos un niño discapacitado. Si lo hubiéramos sabido, habríamos dicho que no, llévatelo”. Y todos dijeron luego: “Bueno, nos alegra no haberlo sabido. Este niño nos ha hecho crecer, nos ha hecho progresar en la vida. Cambió nuestros corazones, nuestras miradas, nuestras habilidades, nos elevó, porque nos enseñó tolerancia, humildad, benevolencia, a ir más allá de nosotros mismos”. ¡Por supuesto que es difícil vivir con un niño o un padre con una discapacidad! Por supuesto que es un... ¡Vía crucis! Pero escucho mucho más hablar de amor en estas familias. Veo cuánto estos niños son amados, lo mucho que son instrumentos de la paz en las familias.
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