Hong Kong, Chile, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, España, entre otros territorios del mundo se encuentran hoy sometidos al arbitrio de diversas violencias.
Semejante era en 1240 la acción vandálica que acabaría por violentar el convento donde vivían Santa Clara de Asís y su comunidad de hermanas. La santa, con fe apasionada, demandó ayuda al Santísimo Sacramento cuando la turba de musulmanes, ya habían invadido los claustros del convento de San Damián (Asís, Italia).
Es así como el biógrafo Tommaso da Celano nos narra en su libro “La historia de Santa Clara la virgen” lo sucedido:
“Por orden imperial, los regimientos de soldados sarracenos [musulmanes] y arqueros estaban estacionados allí [en el convento de San Damián, en Asís, Italia], agrupados como abejas, listos para devastar los campamentos y apoderarse de las ciudades.
Una vez, durante un ataque enemigo contra Asís, ciudad amada del Señor, y mientras el ejército se acercaba a las puertas, los feroces sarracenos invadieron San Damián, y entraron en los confines del monasterio e incluso en el mismo claustro de las vírgenes.
Las mujeres se desmayaron aterrorizadas, sus voces temblaban de miedo mientras lloraban a su Madre, Santa Clara.
Santa Clara, con un corazón intrépido, les ordenó que la condujeran, enferma como estaba, al enemigo, precedida por un estuche de plata y marfil en el que el Cuerpo del Santo de los santos [la Eucaristía] se guardaba con gran devoción.
Y postrada ante el Señor, le habló entre lágrimas a su Cristo:
‘Mira, mi Señor, ¿es posible que quieras entregar en manos de paganos a tus indefensas siervas, a quienes he enseñado por amor a ti? Te ruego, Señor, proteja a estas Tus siervas a las que ahora no puedo salvar por mí mismo’.
De repente, una voz como la de un niño resonó en sus oídos desde el tabernáculo: ‘¡Siempre te protegeré!’
‘Mi Señor’, agregó, ‘si es Tu deseo, protege también esta ciudad que es sostenida por Tu amor’.
Cristo respondió: ‘Tendrá que someterse a pruebas, pero será defendida por Mi protección’.
Entonces la virgen, alzando una cara bañada en lágrimas, consoló a las hermanas: ‘Les aseguro, hijas, que no sufrirán maldad; solo tengan fe en Cristo’.
Al ver el coraje de las hermanas, los sarracenos tomaron el vuelo y huyeron hacia las paredes que habían escalado, desconcertados por la fuerza de la que rezaba.
Y Clara, inmediatamente, advirtió a aquellos que escucharon la voz de la que hablé arriba, diciéndoles severamente:
‘Tenga cuidado de no contarle a nadie acerca de esa voz mientras todavía estoy viva, queridas hijas’”.