Cada vez es más frecuente encontrar convocatorias y publicidad de ceremonias en las que se ingiere ayahuasca –una infusión alucinógena tradicional entre los pueblos indígenas del Amazonas–, ya sea con pretexto espiritual (de tipo New Age), ya sea con supuesta finalidad psicoterapéutica. Pero mucha gente desconoce los peligros que implica este consumo ritual. Y es habitual encontrar personas que han sufrido diversos daños en su vida y que buscan una solución mágica.
Algo así podemos ver en el caso de Alfonso (nombre figurado), un joven ciudadano estadounidense de origen hispano, que accedió a compartir su testimonio para prevenir a víctimas potenciales de la ayahuasca o “yagé”.
Un infierno desde la niñez
Alfonso, que tiene hoy 35 años, mira con dolor la infancia que vivió. Su familia, de clase media -puntualiza-, le dio una buena educación, le transmitió la fe católica y diversas comodidades. “Podría decirse que muchos me envidiaban, aunque mi familia era como cualquier otra, con sus altos y bajos”, explica… pero “la mayoría de las personas que conozco jamás se imaginaron el infierno que pasó en mi vida”.
Y es que, tras esa fachada de aparente bienestar o felicidad, cuando comenzó la enseñanza primaria fue violado en varias ocasiones por un hermano mayor. Años más tarde, en su adolescencia, fue también objeto de otros abusos sexuales por parte de familiares cercanos.
La cuestión es que, tal como hoy nos lo relata, la memoria del pequeño Alfonso “borró” enseguida el registro de las violaciones que su hermano le impuso, aunque “el cuerpo nunca olvida y de vez en cuando me venía el recuerdo de (ser) un niño de 10 o 12 años (y alguien) violándome en un lote baldío frente a mi casa, pero sin revelárseme su identidad”.
Ese hermano mayor, que continuó viviendo en la casa familiar, en los años siguientes “se volvió un sujeto narcisista, megalómano y maligno que controlaba cada aspecto de mi vida, y también controlaba a mis padres”. De manera que “se aprovechó económica y mentalmente de mí y de mi familia”.
Una juventud desestructurada
A los 18 años, Alfonso dejó embarazada a su novia y, como consecuencia, empezaron a vivir juntos, casándose tiempo después. Pero a los 23 años, “cuando mi economía creció, desarrollé una adicción a ser un ‘Casanova’, a las fiestas, salir con los amigos, hacer viajes solo, abandonar temporalmente a mi familia (esposa e hijas)…”.
Además, visitaba con frecuencia a su hermano mayor, el que le había violado en la infancia, hecho del que Alfonso no recordaba nada, y “así llevé una vida desordenada por más de 12 años y siempre estaba a la sombra de mi hermano, que me seguía dirigiendo, a pesar de que vivíamos en diferentes ciudades”.
El punto de inflexión llegó cuando, a la edad de 14 años, su hija mayor confesó que había sido abusada sexualmente por sus tíos y primos desde que tenía 6 años. “De una forma o de otra Dios iba a cambiarme”, explica, a la vez que recuerda lo que vino por parte de los familiares abusadores: “Insultos, amenazas de muerte, me decían que mi hija estaba loca, que nos iban a matar… Sólo gritos que el demonio utiliza para asustarte”.
La búsqueda que lleva a la perdición
Con todo este bagaje de sufrimiento, Alfonso buscó alternativas fáciles y soluciones mágicas en la New Age: “Yoga, Kabbalah, terapias de hipnosis, reiki, libros de autoayuda y de crecimiento personal (y prosperidad económica), los cuatro acuerdos de la sabiduría tolteca… Puras cosas que me dejaban cada vez más vacío y, lo peor, en muchas de estas terapias incluía a mi familia”.
Hasta que un día, “navegando por Internet vi la noticia de que algunos artistas tomaron ayahuasca y que, según decían, era milagrosa, mucho mejor que cientos de visitas al psicólogo”. Entonces buscó un lugar donde poder consumir el yagé: “Fui dos veces solo y una con mi esposa; después volví a otro lugar en México, y (consumí) otras dos veces: una vez con mi esposa y mi hija mayor, y otra con mis amigos”.
Alfonso continúa explicando con más detalle: “La primera vez que fui con mis amigos, tomamos el brebaje… no pasó un día, y aún drogado –ya que esta droga, al parecer, te dura meses–, me dio por ir y pedirle perdón a mi hermano mayor en una carta. ¡Sí, a mi hermano narcisista!”.
La ceremonia tuvo lugar en noviembre, explica. Y después, “en diciembre nos dio por hacer una orgía contratando a diez prostitutas y reuniéndonos otros tantos ‘amigos’ en una habitación de hotel, con alcohol, sexo, drogas y narcocorridos”. Según Alfonso, “nadie se escapó de las consecuencias de la ayahuasca: un amigo que estuvo en la fiesta contrajo gonorrea y se la pegó a su esposa, otro amigo empezó a acosar a su ex mujer, otro dejó la droga ‘gracias a la ayahuasca’ pero cuando volvió a la realidad se hizo más adicto todavía… y así”.
De hecho, recuerda que “lo más curioso de esto es que teníamos un amigo que fue un drogadicto de lo peor toda su vida… y él no quiso participar en esto de la ayahuasca: nos dijo que le daba miedo”.
La ayahuasca, una falsa solución
Las consecuencias funestas del consumo de ayahuasca no sólo las constató Alfonso en los “amigos”, sino también en su propia familia, que se resentía de esta práctica. “Me terminé convirtiendo en un robot en (la) relación con mi esposa y mis hijas; si antes casi no nos comunicábamos, ahora menos”.
Porque quienes promueven el uso de ayahuasca -aclara- “te hacen creer que vas a resolver tus problemas, que te vas a curar, pero es una rueda de la cual nunca sales y siempre tienes que acudir a ella, a por más”. Lo cierto es que “los problemas siguen ahí, y la ayahuasca es una droga que, por mi experiencia, te duerme durante meses y puedes engancharte por años o toda una vida”.
Desde lo que él vivió, Alfonso afirma que con la ayahuasca “te vas a menospreciar aún más, y sentirte más vacío”. Por eso hoy, “aparte de lo que muestran las experiencias de muchas otras personas que han sido engañadas por la ayahuasca, odio las consecuencias que tiene la ayahuasca y no veo nada bueno en ella”.
Y con la vuelta a Dios, la liberación
“Dios iba a cambiarme”, reitera Alfonso recordando lo que supuso en su casa el descubrimiento de los abusos sexuales sufridos por su hija mayor, relatado más arriba. Cuando su hija menor hizo la Primera Comunión, “después de pensar casarnos por tantos años, por fin nos decidimos. Nos reconciliamos con Dios y nos convertimos, ahora sí, en buenos católicos, librándonos de todo aquello”.
En el diálogo con el sacerdote de su parroquia pudo comprender que “los demonios son muy buenos para engañar, y por eso rezamos el rosario, que es nuestra mejor arma contra esos ataques. Por supuesto, no faltar a Misa los domingos, confesarnos habitualmente y comulgar, vivir en la virtud y no ser escrupulosos”.
Actualmente Alfonso puede decir sin miedo que “por la gracia de Dios y la intercesión de la Virgen María sanamos y somos una verdadera familia. Mis amigos y hasta algunos de sus padres notaron mi cambio y también les he contagiado mi amor a la fe católica. La gracia de Dios salvó a mi familia”.
Al resto de su familia los encomienda a la Santísima Virgen, “en especial a mi hermano, para que no siga haciendo daño... Créanme: se nos ve felices ahora, nadie podría pensar que hemos pasado por tanto al vernos por la calle, pero las violaciones te marcan de por vida y es un desafío imposible de vencer sin la gracia de Dios”.
Alfonso finaliza su testimonio recordando la maldad del consumo del yagé, visto como inocuo por tantas personas hoy en día. Y es tajante al decir: “espero que todos esos centros de ayahuasca desaparezcan”.