4:30 de la madrugada del domingo 29 de abril: el sacerdote Diego Cristóbal Calvo recibió una llamada de urgencia: «Marcelo se muere», sonó al otro lado del teléfono, «pero antes se quiere casar».
Marcelo y Mari Carmen –se continúa narrando en la crónica publicada por el semanario Alfa & Omega- fijaron la fecha de su boda para el 30 de mayo, pero la enfermedad de Marcelo se le adelantó y el sábado por las noche le dieron apenas unas horas de vida, así que pidió a su familia la presencia de un sacerdote en el hospital 12 de Octubre, por si no lograba llegar al Sí, quiero. Y así fue como llamaron al SARCU, el Servicio de Asistencia Religiosa Católica de Urgencia de Madrid (España), en el que Diego estaba de guardia esa noche.
Tras comprobar que en caso de peligro de muerte el expediente matrimonial se puede acelerar, Diego salió de su casa a toda prisa y llegó a la habitación de Marcelo, donde se encontró «un montón de familiares que me recibieron casi dando palmas de alegría», recuerda. Así que se revistió y celebró el matrimonio de Marcelo y Mari Carmen en medio de una gran emoción y la mirada asombrada del personal sanitario de guardia: «Marcelo no tenía casi fuerzas y dio el consentimiento moviendo afirmativamente la cabeza, y luego escribió su firma con gran esfuerzo, pero el matrimonio se celebró. Fui hasta allí un poco cansado por la hora que era y por tener que cruzarme toda la ciudad, pero me volví a casa más que satisfecho», reconoce Diego.
Diego es uno de los 58 sacerdotes –y tres obispos– que se turnan cada noche todos los días del año para estar al frente del SARCU, que este 15 de mayo cumple el año de funcionamiento en la diócesis de Madrid.
Dolor y soledad en la noche
Pero el resto de las llamadas que recibe el SARCU no tiene nada que ver son los sacramentos. «Nosotros pensábamos que nos iban a llamar sobre todo para administrar la Unción de enfermos, pero nos hemos llevado la sorpresa de que la mitad de las llamadas tienen que ver con el sufrimiento silencioso que atraviesan muchas personas», dice Pablo Genovés, coordinador del SARCU. «Nos llama gente que manifiesta angustia, o problemas morales, o dudas de fe…, gente sola y que necesita hablar, o que se pone a llorar y quiere hablar de su vida. Hay mucho dolor y mucha soledad que salen por la noche. «Yo quería hablar con un sacerdote», es lo que simplemente dicen muchos. Buscan sobre toda una persona que las escuche, y hay sacerdotes que se ofrecen a acercarse para hablar mejor en persona».
De las 20 llamadas de media que tiene este servicio cada semana, «muchas tienen que ver con consultas de tipo moral, sobre relaciones de pareja, sobre cómo actuar ante un embarazo imprevisto… Bastantes llamadas son de gente de parroquia a la que le da reparo hablar de un problema gordo con su párroco», dice Pablo.
Creyentes y no creyentes
Al SARCU también acuden llamativamente personas no creyentes, «aunque nosotros no preguntamos a nadie por su fe. En estos casos lo que quieren es simplemente hablar con un sacerdote porque están pasando por un momento de mucha angustia y necesitan contárselo a alguien».
Cuando al sacerdote le toca salir no va solo, sino que tiene un acompañante, un laico o un religioso, «como un signo de que este es un servicio que ofrece la Iglesia, la comunidad», explica el coordinador. Esto lo percibieron especialmente los feligreses de una parroquia madrileña durante la última Vigilia Pascual; antes de la celebración se les avisó de que en medio de la liturgia podría salir el concelebrante, porque esa noche, como todas las del año, debía haber un cura de guardia y que esa noche le había tocado a él. «Al final esa noche no llamó nadie –cuenta Pablo Genovés–, pero fue una manera de implicar a la parroquia, porque esto no es cosa de unos cuantos curas, sino que está implicada toda la comunidad diocesana».
Como balance, el coordinador del SARCU afirma que «este ha sido un servicio muy útil y todos los que participamos tenemos grabadas las palabras que el cardenal Osoro nos dijo cuando dio sus primeros pasos: “Aunque no hubiera una sola llamada, el SARCU ya es un éxito”. En realidad, se trata de tener un oído para escuchar y una mano para acariciar, también de noche, y eso es ya un regalo para todos. O, como dice un himno de la liturgia de las horas: “Dios que nunca duerme, busca quien no duerma”. Para eso está el SARCU».