El Museo de Navarra (España) -precisamente en el recinto que fuera la capilla del antiguo Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia-, conserva una joya pictórica de gran importancia para la fe de los fieles católicos. Se trata de una “tabla renacentista” que muestra el milagro del trasplante de una pierna realizado por los santos Cosme y Damián.
Ambos hermanos, gemelos, nacieron en Arabia el siglo III d.C. y fueron educados en la fe cristiana. Los cronistas e historiadores refieren su permanente preocupación por los pobres y enfermos a quienes ayudaban invocando al Espíritu Santo y llevándolos a la fe. Se les atribuyen muchos milagros en un apostolado que desplegaron hasta sufrir el martirio por decapitación ordenado por Lisias, gobernador de Cilicia.
Habrían sido enterrados en Ciro, ciudad de Siria, cerca de Alepo.
“Los dos se dedicaron al arte de la medicina y, ayudados por el Espíritu Santo, adquirieron tal habilidad y competencia en el desempeño de su profesión, que lograban curar las dolencias, fueran estas las que fuesen, no sólo a las personas sino también a los animales”.
Tras haber padecido el martirio muchos les atribuyen y agradecen su mediación. Precisamente la Tabla que guarda el Museo de Navarra muestra uno de los más conocidos milagros atribuidos a los santos Cosme y Damián.
Se trata del trasplante al sacristán de una parroquia que llevaba sus nombres. El pobre hombre tenía la pierna corroída por un cáncer con metástasis. Oraba clamando al Espíritu Santo ayuda e invocó la mediación de sus santos protectores.
El momento en que se aparecen e intervienen ante el lecho del enfermo es una de las formas habituales de representar a San Cosme y San Damián, dos de los santos mediadores de gracias de sanación más populares entre los fieles devotos. Son patrones de los médicos, cirujanos, boticarios, barberos y hospitales.
Oración a los Santos Cosme y Damián
Oh, Santos Cosme y Damián, a quien veneramos con toda humildad y afecto interior de nuestro corazón, los invocamos en este momento, gloriosos mártires de Jesucristo, quienes durante su vida ejercieron el arte de sanar con admirable caridad y sacrificio, sanando lo incurable y enfrentándose a enfermedades peligrosas, no contando tanto con la ayuda de la medicina y sus propias habilidad, sino por la invocación del poderoso nombre de Jesucristo.
Ahora que ustedes, están más cerca de la Gloria de Dios en el cielo, concédannos su misericordiosa mirada sobre nuestras almas miserables y afligidas; y fijen su atención en los muchos males que nos oprimen, las enfermedades espirituales y corporales que nos rodean. Intercedan pronto por nosotros, en cada necesidad y cada dificultad
Nosotros no pedimos sólo por nosotros mismos, sino también por cada uno de nuestros parientes, familiares, amigos y enemigos, de modo que, siendo restaurados en la salud del alma y el cuerpo, podamos dar gloria a Dios, y agradecer a ustedes, nuestros santos protectores. Amén