Cecilia Flores-Oebanda nació en una familia católica, muy pobre. Como ocurre hasta hoy con millones de niños y niñas, ella comenzó a trabajar desde muy pequeña "porque había que llevar la comida a casa". Luego con 13 años se convirtió en una activa catequista. Transcurrían entonces los violentos años de la ley marcial decretada por Ferdinand Marcos (dictador en Filipinas desde 1965 hasta 1986)…
Para proteger a su hijo Cecilia lo confió a unos parientes. "Mi marido y yo estábamos en la montaña y después de cinco años fuimos capturados por los militares. Yo estaba embarazada de mi segundo hijo. Tres amigos fueron asesinados delante de mí. Le rogué a los soldados respetar sus vidas, pero me dijeron: «Nosotros estamos bajo la ley marcial, ¡se trata de un asesinato misericordioso!»".
Hablando con Dios en la cárcel
Durante su detención, que duró cuatro años, Cecilia vivió llena de odio y a la vez con sentimientos de culpa, pero precisamente en esa condición de fragilidad buscó a Dios. "Le pregunté a Dios por qué yo estaba viva, a pesar de todos mis males, mientras mis amigos estaban muertos. Pero Dios fue tan bueno conmigo que tocó mi vida, incluso en la cárcel. Encontraba así agradecimiento en las pequeñas cosas que me ocurrían. Me regocijaba en el hecho de estar con mi familia, siendo capaz de cuidar de mis hijos".
En 1986, tras ser depuesto el dictador Marcos, la familia de Cecilia fue liberada y debieron comenzar de cero, sin poder volver a su provincia natal -en Visayas, que es la parte central del archipiélago de las Filipinas-, pues permanecía aún bajo el control de militares fieles al dictador. “Así que decidimos ir a Manila, junto con mi hermano. Puede sonar extraño, pero a mis hijos les tomó un montón de tiempo acostumbrarse a la nueva libertad. Mi hijo, por ejemplo, no quería ir a dormir hasta no ver un soldado en uniforme ordenándoselo. ¡Mi hermano se ponía un uniforme para hacerlo dormir! ".
El Foro Visayan
Sin embargo, después de 20 años en este quehacer, reconoce que las cosas no están cambiando: "El problema ha ido aumentando. Iniciamos un programa de prevención que realizamos junto con otros grupos religiosos (en su mayoría somos católicos y algunos musulmanes). Vamos a las escuelas para crear una contracultura, que enseñe que las cosas materiales no son todo y que la dignidad es más importante que la promesa de riquezas. Este movimiento lo llamamos ‘iFight Movement’ y los miembros son los 'iFighters'".
Hoy en día, explica, hay nuevas formas de explotación, como el sexo virtual, donde los niños son objeto de abusos en la red. "Otro problema grave es que los pescadores son secuestrados y explotados; las personas que vienen de Siria son mantenidas cautivas en los barcos; los indígenas forzados a la prostitución; los niños que trabajan en el servicio doméstico no se les paga... es un negocio de miles de millones de dólares y los traficantes están evolucionando. Nosotros también debemos hacerlo".
Su preocupación es la de "no ser definida por mi dolor y mi sufrimiento. No sé si yo sería capaz de abrazar a mis captores si me encontrará con ellos, pero sé que no los juzgaré, porque no me corresponde hacerlo, sino a Dios. Aprendí a perdonar porque Dios ha tenido misericordia de mí".
Después de tantos años de lucha, dice, "descubrí que no me bastaba salvar a la gente de la trata de personas y eso es todo. A menudo me pregunto: ¿He acercado más estas personas a Cristo? Esto cambia toda la perspectiva. Es obvio que aún no son capaces de perdonar perfectamente, todavía están en el camino…"
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Además de la trata de personas en el extranjero (son 10 millones los filipinos que trabajan en otros países), es un fenómeno muy extendido en Filipinas la explotación de menores. Violación de los derechos humanos que involucra muchas áreas, desde lo doméstico a la minería. De acuerdo con un estudio realizado por la Organización para la educación al trabajo ecuménico e investigación (Eiler), hay dos niños que trabajan por cada 10 hogares en las zonas mineras.
Fuente: Asia News