Monstruoso, perverso, catastrófico, el peor en la historia del planeta, así fue descrito el huracán Patricia cuando se dirigía hacia las costas mexicanas del Pacífico. Y no lo decían ignorantes alarmistas, lo definían así los mayores expertos, los que sabían de qué estaban hablando, los funcionarios del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos y de la Organización Meteorológica Mundial. Es que según la escala Saffir-Simpson, el huracán más destructivo es el de categoría 5 (que tiene vientos de 240 kilómetros por hora, y potencial para arrancar árboles de cuajo, destruir viviendas, hacer volar vehículos y desde luego personas), pero los vientos de Patricia rebasaban los 300 km x hora, y sus rachas superaban los 400 km x hora.
Se dijo que si existiera una categoría 6, Patricia la hubiera alcanzado, y tal vez rebasado, y que sólo se le podía comparar con un tifón que provocó la muerte de más de seis mil personas en Asia hace unos años.
La proximidad de este feroz huracán provocó temor en el país, que de inmediato se preparó para recibirlo. Se tomaron todas las medidas de seguridad, se echaron a andar todos los protocolos de emergencia en las costas donde se preveía que tocaría tierra.
En México y en todo el mundo, las gentes seguían atentas, a través de los medios de comunicación, el avance lento y amenazador de este temible fenómeno meteorológico. Pero muchas de ellas no sólo se limitaron a poner atención, hicieron algo más, mucho más: oración.
Fue impresionante la rapidez con la que se multiplicaron y difundieron en redes sociales las peticiones de orar por México. En facebook, por ejemplo, se podía constatar cómo no sólo páginas católicas nacionales e internacionales, sino muchas otras, pedían orar por México, e incluso publicaban oraciones escritas especialmente para suplicar la poderosa intervención de Dios y la intercesión de Santa María de Guadalupe. Y no se diga en twitter, en mensajes por celular, las peticiones de oración iban y venían a la velocidad del rayo, llegaban y eran compartidas en cuestión de segundos, por miles, por millones de personas.
En todo el planeta se elevaron fervorosas plegarias por México. Y Dios las escuchó. Desvió ligeramente el huracán, lo suficiente para que no tocara tierra en una zona densamente poblada, y luego lo hizo topar con montañas que lo degradaron hasta quitarle todo su destructor potencial.
La víspera, los expertos se declararon muy sorprendidos de que el huracán hubiera pasado, en cuestión de pocas horas, de la categoría uno a la categoría cinco. Ahora se declaraban todavía más sorprendidos de que en todavía menos tiempo el huracán hubiera pasado de categoría cinco a tormenta tropical. Alguien comentó: ‘fue como si una mano invisible le hubiera puesto un alto’. Pues sí, es exactamente lo que sucedió.
Recordamos lo que en la Biblia se cuenta que Dios le dijo al mar: “¡Llegarás hasta aquí, no más allá...aquí se romperá el orgullo de tus olas!” (Job 38, 11). Parece que se lo volvió a decir. ¡Bendito sea Dios!
Lo sucedido ha despertado las más diversas reacciones. Algunas personas se quejaron: ‘nos espantaron en balde, ni era para tanto’. Un político, con su típico cuidado de no atribuir nada a la intervención divina, declaró: ‘la Naturaleza hizo que Patricia se introdujera en la montaña’ (qué curioso que haya quien considera impensable creer en Dios, pero no tiene empacho en atribuir a la ‘Naturaleza’ características que sólo podría tener si fuera ¡una diosa!).
Afortunadamente, somos muchos más quienes captamos claramente que lo sucedido en México se debió sin duda a la intervención divina, y de nuevo hemos hecho circular mensajes en las redes sociales, pero esta vez, de gratitud hacia Dios. Y, como siempre, llega oportuna la Palabra que se proclamó este domingo 25 en Misa, para iluminar lo que vivimos.
Ahora, que el peligro se ha ido, resuenan en nuestro corazón agradecido, las gozosas afirmaciones del salmista:
“¡Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor!...
Aun los mismos paganos con asombro decían:
‘¡Grandes cosas he hecho por ellos el Señor!’
Y estábamos alegres,
pues ha hecho grandes cosas por Su pueblo el Señor.” (Sal 126, 1-3)
En todo el planeta se elevaron fervorosas plegarias por México. Y Dios las escuchó. Desvió ligeramente el huracán, lo suficiente para que no tocara tierra en una zona densamente poblada, y luego lo hizo topar con montañas que lo degradaron hasta quitarle todo su destructor potencial.
La víspera, los expertos se declararon muy sorprendidos de que el huracán hubiera pasado, en cuestión de pocas horas, de la categoría uno a la categoría cinco. Ahora se declaraban todavía más sorprendidos de que en todavía menos tiempo el huracán hubiera pasado de categoría cinco a tormenta tropical. Alguien comentó: ‘fue como si una mano invisible le hubiera puesto un alto’. Pues sí, es exactamente lo que sucedió.
Recordamos lo que en la Biblia se cuenta que Dios le dijo al mar: “¡Llegarás hasta aquí, no más allá...aquí se romperá el orgullo de tus olas!” (Job 38, 11). Parece que se lo volvió a decir. ¡Bendito sea Dios!
Lo sucedido ha despertado las más diversas reacciones. Algunas personas se quejaron: ‘nos espantaron en balde, ni era para tanto’. Un político, con su típico cuidado de no atribuir nada a la intervención divina, declaró: ‘la Naturaleza hizo que Patricia se introdujera en la montaña’ (qué curioso que haya quien considera impensable creer en Dios, pero no tiene empacho en atribuir a la ‘Naturaleza’ características que sólo podría tener si fuera ¡una diosa!).
Afortunadamente, somos muchos más quienes captamos claramente que lo sucedido en México se debió sin duda a la intervención divina, y de nuevo hemos hecho circular mensajes en las redes sociales, pero esta vez, de gratitud hacia Dios. Y, como siempre, llega oportuna la Palabra que se proclamó este domingo 25 en Misa, para iluminar lo que vivimos.
Ahora, que el peligro se ha ido, resuenan en nuestro corazón agradecido, las gozosas afirmaciones del salmista:
“¡Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor!...
Aun los mismos paganos con asombro decían:
‘¡Grandes cosas he hecho por ellos el Señor!’
Y estábamos alegres,
pues ha hecho grandes cosas por Su pueblo el Señor.” (Sal 126, 1-3)