Pedro y Begoña crecieron a la orilla del mar Menor, en San Pedro del Pinatar (Murcia) y en el seno de una familia cristiana. Sus padres les transmitieron la fe desde niños y han vivido la realidad del Camino Neocatecumenal durante toda su vida.

 

Con rostro sereno que evoca el candor en su alma, Pedro cuenta en el programa 'Ecclesia' de TRECEtv,  que se enamoró de Begoña cuando eran pequeños. En todos sus recuerdos de la infancia hay un sitio para ella, después llegó el turno de empezar a caminar por sí mismos –más allá de la fe de sus padres– y les tocó hacerlo en la misma comunidad. Para ella, él era sólo un amigo. Y así fue hasta una tarde de domingo. La madre de Pedro había muerto sólo unos días antes y quedaron para hablar y pasar el rato. A Begoña le impresionó la madurez con la que él habló ese día, cuando le contó que pudo experimentar la resurrección y el cielo en medio del sufrimiento, que la muerte de su madre le había servido para tener un encuentro personal con Dios. Esa tarde se hicieron novios y cuatro años después estaban casados.

 

El joven matrimonio Sánchez-Ballester no dudó cuando decidieron en 2006 vivir la experiencia de misión, propia de los miembros del Camino. Fue en el encuentro de las familias con Benedicto XVI en Valencia. Ya eran familia numerosa y a Pedro le iba bien con su empresa, pero la llamada del Señor fue más fuerte y cuando les tocó Ucrania dijeron que sí. En 2010 Benedicto XVI les envía como Missio Ad Gentes con el objetivo de testimoniar a Cristo dentro de la sociedad ucraniana, haciendo palpable la presencia de Dios en su día a día.

 

Su primer contacto con la antigua república soviética fue el Donbás, la región que se ha convertido en el epicentro de la guerra con Rusia. En Donetsk fueron conscientes de la huella comunista, con un estilo de ciudad puramente soviético, donde todo giraba en torno al trabajo y la productividad, la minería, la industria. Era un lugar gris, pero ellos fueron felices.

 

Lo primero, la hospitalidad

 

 

Luego se mudaron a Kiev, que es más grande, cosmopolita, con más historia. A estas alturas ya comprendían que -como consecuencia del dominio comunista- no son muchos los fieles de la Iglesia Católica Apostólica y Romana en el país, pues la mayoría de los cristianos son ortodoxos. Pero Pedro y Begoña tenían siempre su casa abierta para todos. En la misión, lo primero es la hospitalidad, el gesto de amor; después llega la Palabra. "Nos impresionaba la forma en la que los ucranianos nos escuchaban al hablarles de Dios. Con el comunismo, el Cielo estaba cerrado, la esperanza no existía; por eso cuando les llevas una palabra de vida es como si sus ojos se iluminasen, alcanzan la trascendencia. Con la caída de la URSS, mucha gente abrió el corazón a Dios. Pensaban que, si el comunismo había sido mentira, igual tampoco era cierto todo lo que decían sobre la religión", asegura Pedro.

 

Este matrimonio y sus doce hijos se volcaron en la misión apoyando en catequesis, sirviendo a los más pobres, junto a las hermanas de Calcuta… "Tenemos todas las tardes ocupadas y los fines de semana también, pero no pasa nada, estamos felices", cuenta Begoña.

 

La guerra

 

 

Y de repente, sin esperarlo, estalló la guerra. Así recuerda Begoña los primeros días: "Nosotros, rezando por separado, vimos que el Señor nos pedía quedarnos con nuestra gente ucraniana. Pero empezó una estampida brutal. Mi marido fue a ver el refugio que había en el edificio y empezamos a dudar, le dijimos a los niños que prepararan sus cosas en una mochila. Al ver cómo se acercaban los bombardeos me asusté y decidimos salir”. Pedro continúa con el relato… “Nos metimos 17 personas en un coche de 8 plazas, íbamos escoltados por los GEO en un convoy español; durante 200 kilómetros fuimos detrás de ellos, avanzando muy despacio. Pero en la última parada, antes de abandonar Ucrania, rezamos de nuevo y decidimos quedarnos. Tuvimos la certeza de que nuestra misión seguía allí y que el Señor nos protegería. Y así ha sido", asegura.

 

Afirman que en Kiev -entre el sonido de las sirenas antiaéreas y la tensión de vivir en un país en guerra- han experimentado un tiempo de bendición absoluta. Y no sólo espiritualmente: "El Señor nos protege también en lo económico, muchísima gente se ha volcado para ayudarnos. También nos ha impresionado la actitud de nuestros hijos. Cuando empezaron los bombardeos, les preguntamos si querían irse de Ucrania, tenían que ser libres. Todos dijeron que se quedaban, que ellos también formaban parte de esta misión", confidencia Begoña emocionada y con la voz entrecortada.

 

Resurrección

 

 

En este tiempo han perdido a personas conocidas por culpa de la guerra. Pero sus hijos y ellos enfrentan el sufrimiento, sostenidos por la fe. Pedro relata que "el Señor está presente en los momentos más duros, la muerte no existe porque ya está vencida. Cuando sabes que Cristo ha vencido a la muerte, la guerra se convierte en un absurdo. Cuando lo natural es defenderse, nosotros anunciamos el amor al enemigo. Si vivimos con odio, no somos cristianos. Es el escándalo de la Cruz, anunciar que la solución no es vencer a Rusia, sino curar tu problema interior. La solución es tu conversión. Para mantener la guerra es necesario el odio, y la única opción pasa por la destrucción del enemigo. Nosotros los cristianos vemos la vida desde un prisma diferente: a mí me toca morir por mi mujer todos los días, en lo más sencillo y queriéndola mucho. La guerra es injusta y mala, estamos de acuerdo y lo denunciamos, pero hay que dar una respuesta diferente, hay que dar una palabra de amor. La Iglesia no puede ser una ONG".

 

En estos días de verano Pedro y Begoña esperan viajar a España a conocer a su nieta, de su segunda hija, que se casó y vive en España. "Tiene sólo seis meses y está preciosa", dicen a coro. Pero reafirman que su vida está en Ucrania "hasta que Dios quiera". Aún tienen el recuerdo de la última Pascua en su mente: "Ha sido preciosa. Nos deja claro que sin pasar por la cruz no se llega a la resurrección. Nosotros estamos pasando por la guerra y la Pascua ha sido vivir el Cielo".

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