En la Yugoslavia comunista no era posible o permitido a los médicos y otro personal de salud el negarse a realizar un aborto sobre la base de la objeción de conciencia.
Pero tal como ha sucedido con muchos otros médicos, el doctor Stojan Adasevic tomaría la decisión de negarse tras haber practicado más de 50 mil abortos y asumió las consecuencias. Su conciencia vio en sueños la verdad de aquella carnicería que a diario venía realizando por 26 años en la Belgrado comunista.
Los libros de medicina del régimen comunista le habían adoctrinado al punto de cegarlo. Él era un prestigioso y connotado ginecólogo, reconocido, respetado. Abortar era, simplemente, extirpar unos trozos de tejidos. Los ultrasonidos que permitían ver al feto llegaron en los años 80, pero no cambiaron su opinión.
La mediación de un santo dominico
El doctor Stojan Adasevic despertó impresionado y decidió no practicar más abortos. Sin embargo ese mismo día vino al hospital un primo con su novia, embarazada de cuatro meses, para hacerse su noveno aborto. Stojan se negó, pero su primo insistió tanto que finalmente cedió: “De acuerdo, ¡pero será la última vez que lo hago!”, dijo.
Lo que entonces ocurrió es un relato descarnado, brutal, que le confirmó a Stojan la humanidad de aquellos que él había matado y que hasta ese instante consideraba poco más que una cosa, un producto, un montón de células o tejidos…
Un corazón latiendo. Relato en primera persona del doctor Stojan Adasevic
ADVERTENCIA. CONTROL DE PADRES. NO RECOMENDADO PARA PERSONAS MENORES DE 18 AÑOS NI PERSONAS IMPRESIONABLES…
(Stojan dice que se estremeció pero prosiguió con el aborto…)
“Continúo sin embargo con mi fórceps y atrapo otra cosa, la quiebro y la extraigo. Me digo: ‘Con tal que no sea una pierna’. Sale fuera, miro: una pierna. Quiero colocar la pierna sobre la mesa delicadamente para que no vaya a parar cerca de la mano que se mueve. Inclino mi brazo para depositarla, pero en ese momento una enfermera deja caer una bandeja de instrumentos quirúrgicos detrás de mí. Sorprendido por el ruido, me sobresalto, aflojo la presión sobre el fórceps; la pierna da un tumbo y va a parar junto a la mano. Miro: la mano y la pierna se mueven solas. Mi equipo y yo nunca habíamos visto nada igual: miembros humanos que se contraían con sacudidas rápidas sobre la mesa. Proseguí pese a todo dirigiendo mi instrumento hacia el vientre y comencé a triturar lo que se hallaba en el interior. Me dije a mí mismo que para completar el cuadro, sólo faltaría que diera con el corazón. Sigo moliendo, moler y moler, para estar seguro de haber hecho puré todo lo que quedaba en el interior y retiro nuevamente mi fórceps. Extraigo una masa pensando que debía tratarse de fragmentos óseos, y la deposito sobre la tela. Miro y veo un corazón humano que se contrae y se distiende, ¡que late, late! Creí que me volvería loco. Veo que los latidos del corazón menguan, se vuelven cada vez más lentos hasta detenerse por completo. Nadie puede haber visto lo que vi con mis ojos y estar más convencido que yo de lo que acababa de hacer: había matado a un ser humano”.
De las tinieblas a la luz
El propio corazón del doctor Stojan Adasevic quedó allí unido al de aquél que recién había matado. Se conmovió y quedó sumido en las tinieblas que lo envolvían. ¿Cuánto tiempo duró aquello, no sabría decirlo. Pero la voz aterrorizada de una enfermera lo hizo volver en sí: “¡Doctor Adasevic -gritó-, la paciente se desangra!” Entonces y por primera vez desde su infancia dice Stojan, él comenzó a orar con sinceridad: «Señor. No me salves a mí, ¡pero salva a esta mujer!»
Stojan terminó su trabajo. Al quitarse los guantes sabía que aquel había sido su último aborto. Cuando informó al responsable del hospital su decisión, se desató una cadena de reacciones. Nunca antes en Belgrado un ginecólogo se había negado a realizar abortos. Lo presionaron. Redujeron su salario a la mitad. Su hija fue despedida; su hijo “reprobó” los exámenes de ingreso a la universidad. Fue atacado por la prensa y la televisión. El Estado socialista, decían ellos, le había permitido estudiar para que pudiera practicar abortos y ahora estaba dirigiendo una operación de sabotaje contra el Estado...
Santo Tomás de Aquino se le apareció una noche en sueños nuevamente y dándole una palmadita en el hombro le dijo: “Eres mi amigo, mi buen amigo. ¡Prosigue tu combate!” Stojan Adasevic decidió continuar la batalla y ha sido desde entonces un defensor de la vida y fervoroso cristiano.
El testimonio en formato video
Fuentes: Diario La Razón, Portal web Camino Católico y el video sobre esta línea.