Hijo de padres que padecieron primero la Gran Depresión, para luego formar matrimonio durante la Segunda Guerra Mundial, Dean C. Waldt y sus hermanos crecieron con el rigor de una familia presbiteriana de clase media -"ni pobres ni ricos"- en una pequeña ciudad de New Jersey (Estados Unidos). Con humor recuerda aquel tiempo en su relato autobiográfico difundido en video (ver al final) por CHNetwork: "Íbamos a la iglesia presbiteriana todos los domingos. Papá era Elder y mamá estaba en el grupo de mujeres. El grupo de jóvenes se reunía los domingos por la noche… un 20% del tiempo nos dedicábamos al estudio de la Biblia y un 80% a las chicas que asistían".

 

Tenía diez años cuando sus hermanos mayores partieron a la Universidad. Entonces los westerns, programas sobre el espacio o los de Perry Mason que emitía la televisión le acompañaron durante la adolescencia. Luego fue su turno de acceder a estudios superiores y decidió que sería abogado, pero entonces -dice- "como sentí una llamada al ministerio, me pasé a estudiar filosofía y religión".

 

Sería ministro presbiteriano

 

 

Pronto Dean comenzó a mostrar habilidades como predicador, para gozo de sus padres y del pastor. Dedicado con pasión a los estudios bíblicos se graduó como el mejor estudiante y partió al seminario de California a continuar su formación como ministro presbiteriano.

 

Previo al traslado, debía reunir algo de dinero y trabajó como cocinero en un restaurante de mariscos donde conoció a su futura esposa. "Linda era la mejor camarera, una mujer joven, guapa, inteligente y sensata. Sabía lo que pensaba y lo decía con una sonrisa que te dejaba boquiabierto. Pensé que estaba fuera de mi alcance, y sigo pensando lo mismo. Le propuse matrimonio, dijo que sí y nos casamos. Cuando terminó el verano, recogimos el gato de Linda, junto con todo lo que teníamos, en un Dodge Colt de 1970 y nos fuimos a Los Ángeles".

 

Terminada la formación Linda y Dean regresaron a New Jersey, aunque él estaba lleno de dudas sobre su futuro como ministro. Como joven pastor de una pequeña iglesia, predicaba con fervor sermones que esperaba cambiarían el mundo. "Pero el mundo no cambió. Desanimado y dudando de que Dios me escuchara… al cabo de dos años, estaba harto. Dejé la parroquia y renuncié a mi ordenación".

 

Tomando distancias

 

 

Necesitaba ingresos para mantener a su familia -ya había nacido el primer hijo- y los obtuvo gracias a una beca que además le permitió ingresar a estudiar Derecho en la Universidad de Villanova. "Fue entonces que dejé de ir a la iglesia. Linda iba sola y rezaba por mí".

 

Su natural habilidad para los estudios, le ayudó a graduarse entre los primeros de la facultad y luego fue contratado en un prestigioso bufete del centro de la ciudad. Ya era licenciado summa cum laude en Filosofía y Religión por el Grove City College, Master of Divinity por el Fuller Theological Seminary y ahora lograba el grado de Doctor en Derecho cum laude por la Facultad de Derecho de la Universidad de Villanova.

 

Pero Dean, sin ser muy consciente, se tornaba agnóstico con un barniz de inspiración New Age… y se compró -cuenta- un barco para "estar en comunión con Dios en la naturaleza los fines de semana”; abrazó además, casi como una nueva religión, el camino al éxito. Cuando por fin lo obtuvo nada ocurrió, todo era vacío y carente de sentido en su vida. "Un sábado por la mañana, en pleno invierno, tuve un momento ‘Jonás’. Ya no podía seguir huyendo. Me arrodillé en nuestro salón y le dije a Dios que estaba agotado y acepté el hecho de que no podía escapar de Él. Le dije que ya no quería huir; Él había ganado y yo había perdido. Me rendí. Le pedí perdón y un nuevo comienzo".

 

Nuestro fenomenal ministerio bíblico

 

 

Se tardó un año más en regresar a su Iglesia, pero cuando lo hizo sintió su alma florecer. Le parecía que Dios volvía a escuchar sus oraciones.

 

A instancias de su esposa -que había iniciado primero- comenzaron a impartir en casa charlas de reflexión sobre la Biblia para jóvenes de distintas Iglesias. La primera noche se presentaron ocho chicos y dos años después ya eran 150. "Dirigimos este ministerio durante diez años, mientras yo ejercía la abogacía a tiempo completo. Francamente, cuando miro hacia atrás, no tengo la menor idea de cómo lo hicimos".

 

Los primeros pasos hacia la Iglesia querida por Jesús

 

 

Con los grupos de jóvenes organizaban también otras actividades de esparcimiento donde comenzaron a llegar algunos niños católicos. Pronto los sacerdotes católicos se interesaron e invitaron a Dean a compartir la experiencia. "Estos sacerdotes me caían bien; entendían lo que yo hacía con los niños, pero yo no entendía muy bien lo que ellos hacían en sus iglesias. Las discusiones teológicas que tuvimos fueron interesantes, pero ellos sabían algo que yo no sabía. Lo que ellos sabían no se podía comunicar en una discusión intelectual, que era el terreno en el que yo me sentía cómodo", recuerda.

 

Poco a poco comenzó a interpelarse sobre diversos aspectos de la doctrina presbiteriana y a sentir un impulso irresistible por descubrir el misterio de los sacramentos en la Iglesia Católica. Se consiguió entonces una versión inglesa de la Summa Theologiae de Tomás de Aquino. Luego accedió al Catecismo de la Iglesia Católica y, después, a los Documentos del Concilio Vaticano II. "Linda, viendo que mi deseo era acercarme al premio, a Jesús, me apoyó en todo momento".

 

El sensible encuentro con Jesús

 

 

Y llegó un momento en que como un protestante que estudiaba la historia de la Iglesia Dean se preguntó: "Puesto que ya no era 1517, ¿por qué protestaba exactamente? Empecé a preguntarme si estaba protestando contra una caricatura. Contra lo que yo protestaba ya no existía. La Iglesia se había reformado y estaba mucho mejor de lo que yo podía imaginar. Protestaba contra un fantasma. Concluí que, si Lutero viviera hoy, seguiría celebrando misa".

 

En este proceso que vivía, las cartas, encíclicas y otras enseñanzas de los Papas Juan Pablo II primero y luego Benedicto XVI, fueron significativas para el alma de Dean que pronto los reconoció como "auténticos apóstoles de hoy. Hablando en nombre de la Iglesia y de Cristo como no podían hacerlo otros líderes cristianos".

 

Y por fin decidió ir a misa, anhelando descubrir aquello que en miles de años sostenía a la Iglesia, a la que su mente y corazón ya se sentían unido. "Algo incómodo entré en la iglesia católica de San Agustín.  Me senté al fondo.  Me arrodillé para rezar, sobre todo porque era lo que hacían los demás. Realmente no sabía qué pedirle a Dios, así que simplemente le pedí un corazón abierto… Nos pusimos de pie, escuchamos palabras de perdón, la Palabra de Dios fue proclamada claramente y sin comentarios, nos arrodillamos como uno solo. El padre Michael, un hombre que con el tiempo se convertiría en mi guía y amigo, estaba de pie junto al altar. Lo que vino a continuación fue algo para lo que no estaba preparado en absoluto, tanto que iba más allá de mi comprensión. El Padre Michael habló. Sonaron las campanillas. Entonces apareció Jesús, no sólo una idea o un recuerdo, no sólo la lejana Segunda Persona de la Trinidad. Jesús apareció en persona. Como reconocería más tarde, Jesús apareció en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. No puedo demostrárselo al escéptico, ni puedo medirlo con ningún método científico. Ni siquiera lo creía intelectualmente en aquel momento. Pero esto iba más allá del intelecto, y era más cierto que cualquier otra verdad con la que me hubiera encontrado. Sabía que ese Jesús, del que había estado enamorado toda mi vida adulta, con el que había hablado en innumerables ocasiones, sobre el que había leído y estudiado y al que había intentado seguir - ese Jesús acababa de entrar en la habitación. Estaba allí en persona. Yo estaba asombrado. Me enamoré de nuevo y aún más; lloré de alegría. Fue un encuentro con mi Señor vivo a través de la gracia de su economía sacramental. Fue Su regalo para mí a través de Sus Apóstoles. Estaba con Jesús, por fin en casa".

 

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