Todo comenzó el 2 de septiembre de 1918 -comienza testimoniando padre Francesco Bamonte- y continuó de forma reiterada hasta el 9 de noviembre de 1919, en el monasterio de San Leonardo en Montefalco, cerca de Spoleto (Italia), donde todavía hoy vive una comunidad de monjas clarisas. "Los hechos examinados durante un cuidadoso proceso eclesiástico fueron reconocidos como auténticos", destaca el vicepresidente de la Asociación Internacional de Exorcistas.

 

Como en tantos otros monasterios, las monjas del lugar hablaban con las personas que se dirigían a ellas desde el exterior a través del "torno". Es decir, ese cilindro giratorio situado en una abertura en la pared del salón de visitas, a través del cual en los conventos de clausura es posible comunicarse -sin verse- con quienes viven en el mundo y donde se pueden entregar objetos, cartas y otras cosas a la comunidad.

 

"El 2 de septiembre de 1918 -señala padre Bamonte- Sor María Teresa de Jesús, abadesa del monasterio, oyó el sonido de la campana y se presentó en el lugar, detrás del torno. Entonces oyó la siguiente frase, pronunciada por una voz suave pero triste: «Debo dejar aquí esta ofrenda». La monja preguntó: «¿Es para alguna misa o para oraciones por alguna intención?» La voz respondió: «Sin ninguna obligación». Intrigada, la abadesa volvió a preguntar: «Si le es posible responder, ¿quién es usted?» La respuesta fue rápida y tranquila: «No hace falta que lo sepa». La monja no oyó nada más, ni siquiera el sonido de pasos. Al girar el torno encontró un billete de 10 liras".


El hecho se repitió varias veces, siempre en las mismas circunstancias. Cada vez el visitante dejaba un billete de 10 liras y a veces dos. Al final de sus veintiocho visitas, el 9 de noviembre de 1919, había donado un total de 300 liras al monasterio.

 

Tras algunas de estas visitas y sospechando que algo extraño ocurría, "las monjas revisaron todas las habitaciones del monasterio y se aseguraron de que todas las puertas exteriores estuvieran bien cerradas. Igual se repitió el sonido de la campana, seguido de la voz triste y la ofrenda habitual, y todo esto hasta altas horas de la noche". A veces subían al torno tres o cuatro hermanas bien informadas de los hechos y también estuvieron presentes varios sacerdotes.


"La abadesa, instruida sobre cómo comportarse, le preguntó un día: «En el nombre de Dios, ¿quién es usted?» Y la voz respondió: «No se me permite decirlo todavía. Soy la misma persona de siempre». En ese momento la monja en impulso añadió: «¡La ofrenda que dejas, no la aceptaré!» Entonces escuchó una firme exhortación suplicando: «No, tómalo; ¡Es una obre de misericordia! Sirve para satisfacer la Justicia Divina»".

 

El 3 de octubre -relata el exorcista Bamonte- alrededor de las nueve de la noche, después de que sonó la campana, la abadesa estando en el torno comentó con temor: «¡Me temo que lo que está sucediendo es una broma del diablo!» Pero aquella voz la tranquilizó diciendo: «No, soy un alma en el Purgatorio; Soy sacerdote. Durante cuarenta años he estado purgando por haber mal administrado los bienes eclesiásticos». ¿Eran bienes de este monasterio?, preguntó la monja. La voz respondió: «No, pero tengo permiso para traerlos aquí». ¿Y de dónde los saca? Inquirió la hermana, ante lo que se escuchó: «¡El juicio de Dios es justo!»

 

Sor María Teresa insistió: «¡Pero me temo que no seas un alma en el Purgatorio!» Y él le dijo: «¿Quieres una señal?» La abadesa prosiguió: «Por el amor de Dios; ¡Tengo miedo! Con las ofrendas que trajiste, hice celebrar muchas misas. Si una sola Misa puede liberar un alma, ¿por qué tú no has sido liberado?» Y entonces escuchó a la voz decir: «De estas misas recibo la parte más pequeña».

 

Se celebraron otras misas y, mientras tanto, se repitieron las visitas y las peticiones del alma, incluso pocas horas después de la medianoche. La última misa (la trigésima octava) fue celebrada en la iglesia del Gesù en Roma por el padre Luigi Bianchi, jesuita. Al día siguiente de esa misa, el 9 de noviembre de 1919, a eso de las 4:15 a.m., tuvo lugar la última manifestación, la vigésimo octava. La abadesa oyó sonar la campana de la sacristía desde el dormitorio. Al saludo «Alabados sean Jesús y María», la voz de siempre, esta vez muy feliz, dijo: «Alabado sea por siempre. Le doy las gracias a usted y a la comunidad religiosa: estoy fuera de todo dolor». La abadesa le preguntó: «Y también a los sacerdotes que han dicho más misas, ¿verdad? ¿El confesor, el padre Luigi Bianchi, don Agazio?» «Agradezco a todos», respondió el alma del sacerdote.

 

Luego la abadesa le hizo una súplica: «Me gustaría ir al Purgatorio, donde estabas tú, para estar a salvo...». El alma le respondió: «Hágase la voluntad del Altísimo». Y la abadesa le suplicó: «¿Rezará por mí, por la comunidad, por mis padres si están en el purgatorio, por el confesor, por el padre Luigi Bianchi, por el Papa, por el obispo, por el cardenal Assalesi?» Y para su contento el alma respondió afirmativamente. Al finalizar la abadesa tuvo una última solicitud: «Bendíceme y a todas las personas que he nombrado». Y entonces se escuchó decir al alma del sacerdote: «Benedictio Domini super vos» (Que la bendición de Dios descienda sobre ti).

 

En memoria de estos acontecimientos, en 1924, con la aprobación de la Santa Sede, se construyó una pequeña "Capilla del Sufragio para las almas del Purgatorio, en particular para las de los sacerdotes" en la parte del salón interior, donde se manifestó el alma a la abadesa María Teresa de Jesús, que murió en santidad.

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