Movido por su fe y cualidades de investigador, el destacado doctor en historia y periodista español Santiago Mata, se ha consolidado como un referente necesario en el panorama cultural de nuestro tiempo; gracias a su cuidado análisis y divulgación de sucesos del pasado o de actualidad, vinculados al catolicismo.

 

Entre sus obras más destacadas se puede mencionar los ensayos en torno a la persecución religiosa durante el siglo XX en España (Holocausto católico) y en Alemania (Mártires cristianos bajo el nazismo), la historia de la Virgen de Guadalupe (El secreto de la Virgen de Guadalupe) y unas supuestas apariciones de Nuestra Señora en España (Silencio en Garabandal), y la investigación sobre una dañina sociedad secreta anticristiana (El Yunque en España).

 

Con la certeza de los hechos que le permiten afirmar "pase lo que pase, la fe puede sobrevivir a cualquier persecución", Mata ha concedido a Portaluz esta entrevista exclusiva ofreciendo reflexiones y sabrosos detalles sobre el contenido de su más reciente libro: Mártires de Japón. Historia de la expansión cristiana durante los siglos XVI y XVII (editorial Sekotia).

 

 

Como historiador con un importante número de publicaciones en torno a la Iglesia católica, has dedicado tus últimas investigaciones a Japón. ¿Por qué ese interés?

Me había ocupado anteriormente de casos que me resultaban más cercanos, como eran los mártires de España y Alemania en el siglo XX, y quería abordar un asunto que me era conocido sólo superficialmente.

 

¿Cuándo y cómo llegó el cristianismo a aquel país?

No consta que hubiera cristianos en Japón antes de la llegada de san Francisco Javier y sus compañeros el 15 de agosto de 1549. Aunque san Francisco pensó que algunas costumbres de la secta budista Shingon podían estar tomadas de cristianos nestorianos procedentes de China, eso nunca se confirmó.

 

 

Desde esa llegada de los primeros misioneros, pasaron muy pocos años hasta los primeros martirios. ¿Por qué fue rechazada la fe cristiana desde tan pronto? ¿Por razones políticas, sociales, culturales…?

Las persecuciones y martirios acompañan siempre al cristianismo y Japón no fue una excepción. Nada más salir san Francisco Javier de Yamaguchi, en septiembre de 1551, los dos compañeros jesuitas del navarro que quedaron allí, el valenciano Cosme de Torres y el cordobés Juan Fernández, fueron perseguidos a muerte, en medio de una revolución contra el gobernante político, pero que en su caso iba animada por odio religioso. Pocos años después, en 1557 y 1559, tendrían lugar los primeros martirios.

 

¿Cuándo aparece una persecución sistemática con matanzas masivas?

El odio a los cristianos inicialmente tuvo que ver, como suele pasar, con el desprecio a una religión que aparece como diferente o competidora, pero la persecución decisiva, la que fue organizada y sistemática desde las más altas instancias de poder, se derivaba más bien de la falsa percepción de que el cristianismo era incompatible con la obediencia al poder político. Falsa cuando el poder se ejerce de forma legítima, pero verdadera cuando el poder se ejerce de forma abusiva o incluso totalitaria, que fue lo que pasó en Japón entre 1587 y 1884.

 

 

¿Es posible conocer el número de los cristianos martirizados en Japón? ¿Has hecho un cálculo aproximado?

La Iglesia católica ha canonizado a 42 mártires y beatificado a otros 396. Según el historiador Takizawa, los jesuitas tendrían documentados los casos de 5.500 mártires, aunque él mismo se inclina por una cifra en torno a los 20.000. Una cifra máxima sería la que un gobernante de comienzos del siglo XVIII, Arai Hakuseki, dio al sacerdote italiano Giovanni Battista Sidotti, que murió preso en 1714 (y por tanto es también mártir). Según Hakuseki, los cristianos víctimas de persecuciones durante el primer siglo habrían sido entre 200.000 y 300.000.

 

¿A qué se debe esta imprecisión en las cifras?

A partir de cierta época, digamos mediados del siglo XVII, dejó ser posible transmitir datos al exterior lo que sucedía. Además, miles de personas fueron asesinadas por apoyar a los cristianos, sin que se pueda conocer su grado de adhesión a la fe. Es el caso, por ejemplo, de las 20.000 personas asesinadas después de que en abril de 1637 fuera aplastada la rebelión cristiana de Shimabara: hacía un cuarto de siglo que el cristianismo estaba proscrito, así que la mayoría de estar personas no había recibido sacramentos ni instrucción religiosa.

 

Según el gobernante japonés Arai Hakuseki, los cristianos víctimas de persecuciones durante el primer siglo habrían sido entre 200.000 y 300.000

 

¿Entonces por qué considera cristianos, y quizá incluso mártires, a esas personas?

Porque pusieron sus vidas bajo la protección de quienes reclamaban, bajo banderas cristianas, el derecho a rezar, y las perdieron a manos de personas que los despreciaban hasta el punto de no querer ni siquiera venderlos como esclavos, porque los consideraban cristianos. Otro caso extraño, pero no dudoso, es el de los 662 cristianos que murieron deportados entre 1868 y 1873, cuando en teoría Japón ya se estaba modernizando, en la era llamada Meijí. Los deportaron y torturaron por practicar una religión prohibida, luego son auténticos mártires, pero ninguno ha sido beatificado.

 

Los creyentes que hayan oído algo sobre los mártires japoneses habrán quedado muy impactados por el modo de hacerlo, que parece impropio de la Edad Moderna (con crucifixiones, por ejemplo) … ¿Por qué ese ensañamiento?

La crucifixión japonesa era menos cruel que la romana, ya que se mataba al reo a lanzadas nada más colgarlo, y no se le clavaba, sino que se le ataba con argollas. Era casi un homenaje porque sabían que los cristianos amaban la cruz. Cuando lo que se quería era humillar más que aterrorizar, se negaba la crucifixión y se recurría a la decapitación. Surgieron formas de tortura más crueles, que duraban horas y hasta días, como quemar a fuego lento, colgar boca abajo o sumergir en las solfataras o fuentes hirvientes del volcán Unzen. Lo más cruel era que se matara a toda la familia, desde los ancianos a los niños, como consecuencia de la mentalidad colectivista de la época, según la cual la responsabilidad es grupal.

 

 

Llegó un momento en que la prohibición de la fe católica trajo consigo la expulsión o asesinato de todos los misioneros. Y, como señalas en tu libro, “durante dos siglos y medio no se celebró ninguna misa en Japón”, hasta muy avanzado el siglo XIX... pero, aun así, la Iglesia no desapareció, sino que se mantuvo la llama de la fe. ¿Cómo fue posible la supervivencia del cristianismo sin la celebración de los sacramentos?

Habría una explicación humana y otra sobrenatural. La humana es el apego a los líderes y costumbres. Eso creó entre los llamados “cristianos ocultos” una mentalidad sectaria y un aislamiento que al final condenó a la mitad de ellos a la desaparición, porque recelaron de la Iglesia católica cuando esta regresó y se apegaron a fórmulas derivadas de antiguas oraciones cuyo significado ya no entendían.

 

Surgieron formas de tortura más crueles, que duraban horas y hasta días, como quemar a fuego lento, colgar boca abajo o sumergir en las solfataras o fuentes hirvientes del volcán Unzen

 

¿Y la explicación sobrenatural?

Que la fe la da y la mantiene Dios, por tanto, en la medida en que el cristianismo japonés era auténtico, y los martirios desde los primeros años lo habían probado, iba a sobrevivir. Claro que eso es la teoría, pero el hecho de que en 1865 los misioneros se encontraran en Urakami, un barrio de Nagasaki, con el primer grupo de personas que les dijo que “nuestros corazones son iguales que los suyos”, y pudiera comprobarse que celebraban válidamente el bautismo, fue un hecho que supongo es inédito en la historia y que me parece da mucha esperanza de que, pase lo que pase, la fe puede sobrevivir a cualquier persecución.

 

Escribió Tertuliano, en los tiempos duros de las persecuciones del imperio romano, que “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Sin embargo, la Iglesia católica tiene una presencia humildísima hoy en día en Japón. ¿A qué crees que se debe esto?

En mi opinión, a que paradójicamente Japón sigue cerrado a cualquier forma auténtica de espiritualidad. El colectivismo que allí se practica desde hace muchos siglos, y en el que se sigue educando a las personas, les convence de que no deben buscar la felicidad personal, sino sólo el bien de la sociedad. Por eso muchos ni se plantean que tenga alguna “utilidad” por así decirlo, la práctica de la religión: de hecho, la palabra como tal no existía hasta que tuvieron que inventarla, para adaptarse a los usos occidentales, en la era Meijí. En ese sentido, el budismo y el sintoísmo no me parecen una alternativa a la religión cristiana, sino sucedáneos para acallar el ansia de infinito del corazón humano.

 

 

Supongo que al publicar este libro, con tanto trabajo de investigación exhaustiva detrás (como historiador) y con el gran esfuerzo que haces de divulgación (como periodista), tu propósito no es simplemente de síntesis histórica, sino que pensarás (como creyente) que leer tu obra y conocer el testimonio de los mártires de Japón puede ayudar al lector… ¿a qué? ¿Cuáles son las principales enseñanzas que podemos sacar de su vida y de su muerte?

A mí me ayuda a admirar las maravillas que Dios puede hacer con las personas que viven una fe auténtica. El admirar (también) a Japón, que es un país muy interesante; y sobre todo a los cristianos de ese país y sus mártires. Después de conocerlos, a uno se le pasan las ganas de quejarse por lo mal que le puedan ir las cosas, porque más dificultades que las de ellos, parece imposible imaginarlas.

Compartir en:

Portaluz te recomenienda

Recibe

Cada día en tu correo

Quiero mi Newsletter

Lo más leído hoy