La santidad del sacerdote capuchino Francesco Forgione -nacido en Pietrelcina, Italia el año 1887- era una devota certeza para muchos fieles, antes de los “dones” que la historia y testigos consignan: estigmas, bilocaciones (estar en dos lugares al mismo tiempo), capacidad de leer las conciencias al confesar, mediar en oración para que Dios sanare a personas… Antes incluso  que el santo Papa Juan Pablo II lo canonizara oficialmente el 16 de junio del año 2002 como san Pio de Pietrelcina y cuya fiesta la Iglesia celebra el 23 de septiembre.

Francesco fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1910 en la Catedral de Beneveto, y el 28 de julio de 1916 se estableció en San Giovanni Rotondo, donde permaneció hasta su muerte, el 23 de septiembre de 1968. Es allí donde se inicia el apostolado de Francesco (padre Pio) que toca el corazón de los pobres y enfermos… los del cuerpo y el alma, sus predilectos. Salvar almas era su norte y quizás por ello también el demonio le dedicó permanentes acosos que Dios permitió acorde al misterio salvífico que deseaba expresar a través de Padre Pío.

Cientos de libros, películas y sitios en internet dan cuenta de su vida y la acción de la gracia de Dios que por su mediación muchos alcanzan incluso en nuestros días. Por ello sus muchos devotos se alegrarán con las revelaciones que contiene el libro Padre Pio. La sua chiesa, i suoi luoghi, tra devozione storia e opere d’arte... según señala en un reciente artículo el conocido vaticanista Andrea Tornielli.

El testigo que entrevistó al propio Padre Pío

En la obra dice Andrea T., está el relato de Angelo Battisti, director de la Casa Alivio del Sufrimiento y dactilógrafo de la Secretaría de Estado del Vaticano. Battisti fue uno de los testigos en el proceso de beatificación del santo religioso.
 
El Cardenal József Mindszenty, arzobispo de Esztergom, Primado de Hungría, fue encarcelado por las autoridades comunistas en diciembre de 1948 y condenado a prisión perpetua el año siguiente.
 
Fue falsamente acusado de conspirar contra el gobierno socialista. Pasó ocho años en la cárcel y en prisión domiciliar hasta ser liberado durante la revuelta popular de 1956, cuando se refugió en la delegación comercial de los Estados Unidos, en Budapest, hasta 1973, año en que Paulo VI impuso su salida y su renuncia a la arquidiócesis.
 
En aquellos años de prisión se habría dado la bilocación, que llevó al Padre Pio hasta la celda del Cardenal.
 
Batista describe como sigue en el referido libro la escena milagrosa:
 
“El capuchino estigmatizado, mientras se encontraba en San Giovanni Rotondo, fue a llevarle al Cardenal el pan y el vino destinados a transformarse en el cuerpo y sangre de Cristo. (…)."
 
“Es simbólico el número de registro del detenido impreso en su pijama de presidiario: 1956, año de la liberación del Cardenal."
 
“Como es sabido – cuenta Battisti – el cardenal Mindszenty fue preso, colocado en la cárcel y vigilado permanentemente. Con el pasar del tiempo, crecía fuertemente su deseo de poder celebrar la Santa Misa."
 
“Una mañana, se presentó delante de él el Padre Pio, con todo lo que él precisaba. El Cardenal celebra su misa y el Padre Pio le sirve (como acólito). Después conversaron y, al final, el Padre Pio desaparece con todo lo que había llevado."

“Un padre venido de Budapest me habló confidencialmente sobre el hecho, preguntando si yo podría obtener una confirmación del Padre Pio. Le dije que si yo hubiese preguntado una cosa de esas, el Padre Pio me habría expulsado a los rezongos."
 
Pero una noche de marzo de 1965, al final de una conversa, Battisti preguntó al capuchino estigmatizado:
 
- Padre, ¿el Cardenal Mindszenty lo reconoció a usted?
 
- Después de una primera reacción de irritación, el santo respondió:
 
- “Nosotros nos encontramos y conversamos, ¿y a ti te parece que no me habría reconocido?”
 
Confirmando así la bilocación a la cárcel, que habría sucedido algunos años antes.
 
“Entonces – agrega Battisti – el Padre Pio se volvió triste y agregó: «El diablo es feo, pero lo habían dejado más feo que el diablo»”, refiriéndose a los malos tratos que sufría.
 
Lo que demuestra que el Padre Pio lo había socorrido desde el inicio de la prisión, porque no se puede concebir, humanamente hablando, cómo el Cardenal fue capaz de resistir a todo el sufrimiento a que fue sometido y que él describe en sus memorias.
 
El Padre Pio entonces concluyó: “Acuérdese de rezar por ese gran confesor de la Fe, que tanto sufrió por la Iglesia”.

 
 
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