Peter Hitchens, destacado escritor, locutor, periodista y comentarista en diversos medios de comunicación que hoy vive en Oxford (Inglaterra), nació en Malta el 28 de octubre de 1951; lugar donde su padre, Eric Ernest Hitchens, un oficial naval, estaba destinado como parte de la entonces Flota del Mediterráneo de la Royal Navy. Su madre, Yvonne Jean Hickman, había conocido a Eric mientras colaboraba en el Real Servicio Naval Femenino durante la Segunda Guerra Mundial.
Peter fue educado en un internado cristiano, donde le enseñaron los fundamentos de la fe y "no pasaba un día sin que cantáramos himnos del Book of Common Prayer 1662 (libro litúrgico de los anglicanos)", recuerda.
Pero cuando la juventud golpeó a su puerta, sucumbió en la rebeldía contra todas las creencias que le habían inculcado y bajo un impulso público de rabia contra Dios, quemó su biblia y se declaró ateo. "El ateísmo me resultó sumamente atractivo porque en aquella época era aún más egoísta, voluntarioso y desagradable de lo que soy ahora. Recuerdo que le prendí fuego a mi Biblia en los campos de juego de mi internado de Cambridge una tarde brillante y ventosa de primavera de 1967. Tenía 15 años. El libro no ardió, como yo esperaba, con fiereza y rapidez. Pasarían muchos años antes de que sintiera un ligero escalofrío de inquietud por mi acto de profanación. ¿Tenía entonces alguna idea de las fuerzas con las que estaba jugando? Quería vivir una vida totalmente libre de ataduras, en la que yo eligiera lo que hacía y nadie más lo hiciera por mí", comenta.
Ateo hostil y burlón
Tras formarse como periodista, su ateísmo se consolidó en los años que trabajó como corresponsal de izquierda, viajando por los antiguos países comunistas. Pero esta misma experiencia le ofreció suficientes argumentos como para concluir que "el ateísmo no sólo no resiste la crítica lógica, sino que es también una de las ideologías más peligrosas de la historia de la humanidad", según afirma en su libro La rabia contra Dios.
En una entrevista para el Magazazine Premier Christianity, Peter confidencia que durante unos veinte años fue "un ateo hostil y burlón". Pero con el tiempo experimentó, puntualiza, "lo que a mí me gusta llamar 'sabiduría' y me di cuenta de que ser ateo me era cada vez menos satisfactorio. Así que decidí volver a la fe de mis padres. Me confirmé en la Iglesia de Inglaterra cuando tenía unos 33 años".
Pero esta conversión tuvo firmes opositores en su ambiente laboral y de amistades, personas "vinculadas a la nebulosa de la izquierda que me reprendían por mis creencias", afirma Peter.
Su salto a la fe
Juicio Final de Rogier van der Weyden
Si bien había estado viviendo un proceso de reflexión existencial respecto del ateísmo, al ver las consecuencias de las ideologías ateas para la vida de las personas en diversos países que recorrió, hubo una experiencia particular que tocó su corazón. Fue el momento en que dio su salto a la fe y así lo relata…
"Fui de vacaciones a Francia a un gran hospital de finales de la Edad Media (n. del ed.: Hôtel-Dieu/ Hospital-museo de Beaune en Borgoña). Allí tenían expuesto un tremendo cuadro del Juicio Final de Rogier van der Weyden. Las personas que se precipitaban a su perdición en el lado adverso del Juicio Final estaban desnudas y, al haber sido despojadas de cualquier tipo de apariencia medieval, se parecían enormemente a mí y a las personas que yo conocía".
En una fracción de segundos Peter se vio en ese juicio final y no tuvo dudas de que le tocaría descender a los infiernos. Fue ahí cuando, como un regalo inesperado, su corazón se abrió a la fe. "El mensaje era muy claro", dice.
Por muchos años prefirió guardar silencio respecto de su regreso a la fe, temiendo quizá consecuencias profesionales en una sociedad europea cada vez menos amigable con el creyente. Pero al paso de los años ha ido tomando un compromiso público con los valores del Evangelio. "Los Evangelios nos advierten de que defender la fe nos llevará a ser vilipendiados, despreciados y maltratados. Eso ocurrirá. También se nos dice que, cuando esto ocurre, es un gran triunfo. En lenguaje moderno se podría decir que es una demostración de que estás haciendo algo bueno”, señala.