Haber nacido el día en que la Iglesia celebra la festividad de San Benito, un 11 de julio, es motivo de gratitud para el sacerdote René Cari. “Ese santo me ayudó mucho desde pequeño”, confidencia. Asimismo, el haber sido bautizado en la parroquia San Cayetano la víspera de la fiesta de San Francisco Javier. Tres santos que le han acompañado, dice, a lo largo de su vida.
 
Tiene 51 años, nació en Buenos Aires, pero las decisiones de su madre biológica determinaron que René fuese criado a 1600 kilómetros de la capital, en Jujuy. Era apenas un bebé de pocos meses cuando fue entregado en adopción a su madrina de bautismo. Decisión que lo alejaría de su madre, dos hermanos por parte materna y del hombre que lo concibió. Al paso de los años volvería a saber de todos ellos.
 
Dios, la Virgen y la familia
 
Concebido en una relación “accidental”, su padre nunca supo que él existía. Agradece que su madre -quien estaba recién separada y ya tenía dos hijos de esa relación truncada- no lo haya abortado. “Yo era bebé. A los pocos meses que había nacido mi mamá biológica me llevó a Jujuy con mi madrina, Marcelina, que es mi mamá actual. Fue realmente mi maestra, es una mujer muy católica, muy piadosa. Rezábamos juntos, me llevaba a misa y hasta rezábamos el rosario”.
 
Pero René no fue el único hijo que adoptaron Mamá Marcelina y su esposo Telésforo; también llegó luego una hermanita a este hogar donde la fe hacía parte del alimento diario. Así entonces René y su hermanita pudieron ir sanando las heridas de las pérdidas que todo niño o niña adoptada -con mayor o menor conciencia- enfrenta. “Éramos una hermosa familia, la verdad que nunca se extrañó, nunca se sintió nada, estábamos muy bien custodiados con una madre muy especial. Teníamos un cuadrito de la Virgen de Fátima y con mi mamá rezábamos todas las noches el rosario.  La devoción a la Virgen de Fátima fue la primera devoción que conocí”. 
 
El anhelo que se hizo realidad
 
A los siete años René supo que debido a “problemas pulmonares” su madre biológica había fallecido en Buenos Aires.  El pequeño, aferrado al amor de mamá Marcelina y a la práctica espiritual cotidiana, no guarda recuerdos de haber sentido pesar alguno por la noticia. “Yo estaba en un ambiente con tanta paz, todo estaba en el amor y la paz de mi madre que me adoptó”, reitera René.
 
 
Esa paz se nutría de la misa dominical que él esperaba toda la semana, feliz de contemplar al sacerdote: “Me tocaba el alma”, explica. Experiencia que en cuarto grado dejó registrada (ver en foto adjunta), cuando en una tarea del colegio la profesora les pidió escribir lo que deseaban ser cuando grandes. “Yo escribí en un cuadernito: Cuando grande quiero ser sacerdote del país y de todo el mundo, ir a Roma y conocer al Papa. Para mí era imposible pensar en esas cosas, fue un toque de Dios, yo no escribiría algo así. Yo tengo ese cuaderno aún y me dibujé como iba a ser cuando fuera sacerdote” comenta René.
 
Las gracias de Dios, manifiestas en los cuidados y sacrificios que hicieron sus padres, permitirían a René Cari cumplir su anhelo de niño. El 3 de diciembre de 1994 –“día de San Francisco Javier”- es ordenado sacerdote.
 
Uno de sus hermanos por parte de madre, Rubén, es también sacerdote. Juntos compartieron un período de formación en Mendoza. Mantiene relación además con Gerardo, su otro hermano. A su padre biológico pudo conocerlo 40 años después de haber nacido. “No dejo de agradecerle a Dios por tantos regalos que me ha concedido (…) Quiero seguir hasta el último momento para dar la vida por Cristo si así lo quiere Él”, nos comparte padre René al finalizar este encuentro de testimonio para los lectores de Portaluz, que refiere al valor sagrado de la vida.
 
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