Que María, la madre de Jesús, fue liberada del pecado original desde el momento de su concepción y preservada de todo pecado a lo largo de su vida terrenal, es un dogma de fe declarado por el Papa Pío IX en 1854.
El Hijo de Dios sólo podía encarnarse en una mujer Inmaculada, libre del pecado original. Sólo la intervención directa de Dios podía crear tal excepción y de forma excepcional. Para Dios nada es imposible. En su infinito amor y para iniciar así su obra redentora Dios lo pensó, lo quiso y lo hizo.
Por información registrada en el protoevangelio de Santiago, otros registros escritos de los primeros siglos y la tradición conservada oralmente por las primeras comunidades de cristianos, se conocen detalles de quienes fueron los abuelos de Jesús, padres de la Santísima Virgen María: San Joaquín y Santa Ana... Acongojado porque los años pasaban y no lograban tener descendencia, sin poder ya soportar las burlas de vecinos y la prohibición de ofrecer sacrificios a Dios en el Templo, impuesto por el Sumo Sacerdote a los estériles, Joaquín se retiró al desierto para clamar a Dios su misericordia.
Lo que entonces sucedió le fue concedido verlo en una revelación privada siglos después a una excepcional mujer: La Beata Anna Katharina Emmerick. Y este es su relato…
A esa misma hora vi a Joaquín con sus rebaños en el Monte Hermón, más allá del Jordán. Imploraba a Dios con continuas oraciones que le escuchara... Era la época de la Fiesta de las Cabañuelas… Joaquín estaba rezando, perdida la esperanza de ir como de costumbre a la fiesta en Jerusalén a presentar sus ofrendas porque pensaba en la humillación que había sufrido allí, cuando se le apareció el ángel que le ordenó que viajara consolado al Templo, ya que su ofrenda sería aceptada, su oración escuchada, y encontraría a su esposa debajo de la Puerta Dorada (…)
Ana había llegado al Templo con la criada que le llevaba las jaulas con las palomas para la ofrenda; entregó su ofrenda y reveló a un sacerdote que un ángel la había ordenado encontrarse con su marido bajo la Puerta Dorada (…) Cuando Joaquín hubo recorrido más o menos un tercio del pasadizo, llegó a un lugar en cuyo centro había una columna en forma de palmera con hojas y frutos colgantes, y Ana vino a su encuentro resplandeciendo de alegría. Se abrazaron con santa alegría y compartieron su dicha; estaban arrobados y rodeados de una nube de luz que salía de una muchedumbre de ángeles que bajaban cerniéndose sobre ellos y que traían la aparición de una alta torre luminosa. La torre era como las que veo formarse en los cuadros de la Letanía Lauretana: torre de David, torre de marfil y otras. Vi como si la torre desapareciera entre Ana y Joaquín, y que a éstos los rodeó una gloria de luz… Al mismo tiempo tuve una indecible visión: se abrió el cielo sobre ellos y vi la alegría de la Santísima Trinidad y de los ángeles, y su participación en la misteriosa bendición impartida aquí a los padres de María. Después, Ana y Joaquín caminaron bajo la Puerta Dorada alabando a Dios (…)
Contemplé la creación del alma santísima de María y su reunión con su purísimo cuerpo. En mis contemplaciones habitualmente me presentan la Santísima Trinidad en un cuadro de luz, y vi que en él se movía como una gran montaña refulgente que tenía también figura humana. Del centro de esta figura humana subía hacia su boca una gloria que salía por ella. Entonces vi esta gloria delante y separada de la faz de Dios, y vi que giraba y tomaba forma, o más bien la recibía, y mientras tomaba figura humana vi que por voluntad de Dios se formaba indeciblemente bella. Dios mostró la belleza de esta alma a los ángeles, que se alegraron indeciblemente con su belleza; no soy capaz de describir con palabras todo lo que veía y entendía (…)
Sobre Ana vino una luz, y de esa luz bajó un rayo al centro de su costado, y entró en Ana una gloria en forma de reluciente figurita humana. En ese mismo instante vi que la madre Santa Ana se incorporó en su lecho rodeada de resplandores. Estaba como arrobada y vi como si su interior se abriera como un tabernáculo en el que divisé una virgencita refulgente de la que saldría toda la salvación de la Humanidad. Ese fue el momento en que la Niña María se movió por primera vez bajo su corazón. Ana se levantó de la cama, se vistió, anunció su alegría a San Joaquín y ambos dieron gracias a Dios.
Testigo que narra: La estigmatizada Anna Katharina Emmerick (1774-1824), beatificada por Papa Juan Pablo II en 2004
Aclaración: Esta narración de Anna Katharina Emmerick corresponde a visiones personales que ella testimonia haber tenido. En la Iglesia estas son llamadas “revelaciones privadas” que según se señala en el Catecismo de la Iglesia Católica… “no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.” (Catecismo N° 67) Para mayor beneficio del lector hemos cruzado el texto de Emmerich con antecedentes de la Tradición de la iglesia que constan en archivos vaticanos accesibles online en el sitio vatican.va.
Medio de registro: Escrito de sus Visiones particulares.
Fuente: Autores Católicos. Revelaciones de Sor Anna Katharina Emmerick.