Hace unos años, después de haber vivido toda su vida en el suroeste de Michigan, Laura Richards aceptó un trabajo que la llevó con su familia a una pequeña ciudad del estado de Washington, en la vertiente oriental de las montañas Cascade. Poco después de llegar allí, un martes luego del trabajo, su marido, Jim, salió a recoger el correo. Cuando volvió, le entregó una carta del Departamento de Salud de Indiana.
No podía imaginar lo que le estaban enviando. "Recuerdo que miré la carta, la leí y tardé un momento en comprender", escribe Laura en un emotivo relato publicado por el digital norteamericano Catholic Digest. ¡La carta decía que ahora tenía derecho a conocer información sobre el niño que había dado en adopción cuando era adolescente! Menos mal que estaba sentada, o se habría desplomado. La primera página contenía el nombre y el número de teléfono de su hijo. Las páginas siguientes contenían una copia de su partida de nacimiento e identificaban a la pareja que lo había adoptado. Laura quedó estupefacta. No podía creer que, después de 23 años, por fin tuviera esa información.
Buscando su rostro
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"Había pasado los últimos 23 años pensando en este hijo. Para empezar, dejarlo fue una decisión increíblemente difícil, que me marcó y con la que luché seriamente durante varios años después del suceso, y luego en menor medida, a medida que el tiempo y la actividad me adormecían, aunque no me reconfortaban. Con el paso de los años, solía mirar a los niños pequeños en el centro comercial, buscando a alguien que se pareciera a mí, buscando a mi hijo", afirma Laura y prosigue…
"Recuerdo que en la época en que calculé se habría graduado en el instituto, hojeaba los periódicos para ver si alguno de los graduados se parecía a mi antiguo novio. Cuando cumplió los 18, soñaba despierta con que me encontraría. Imaginaba que una mañana llamarían a mi puerta. Yo estaría en pijama, con un aspecto desaliñado, pero no demasiado aterrador, y me preguntaría quién podría estar llamando un sábado por la mañana. Y cuando abría la puerta, había un chico joven y larguirucho que me decía: «¿Mamá?», nos abrazábamos, le invitaba a pasar y le preparaba un bocadillo. Pasé años soñando con esto. Años".
Sin poder resistir el correr a buscarle
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Así es que cuando tuvo su nombre y número de teléfono en sus manos, Laura corrió a marcar el teléfono...
"Mi marido me dijo: «¡Espera! ¿Estás segura de que estás preparada para esto? ¿Sabes lo que vas a decir?». Pero yo estaba imparable: «He esperado 23 años y no voy a esperar ni un momento más». Marqué el número y me saltó el buzón de voz. Pensé: «No creo que sea algo por lo que deba dejar un mensaje», así que colgué. Luego pensé: «Tengo su nombre, ¡lo buscaré en Google!»".
"He pensado en ti durante 23 años…"
Tomó entonces el notebook, tecleó en el buscador su nombre y apareció un enlace de Facebook. Siguiendo el enlace, había una foto en la página de inicio de unos cuantos chicos, pero no pudo ver ningún detalle en las caras. Pero había escrito algo sobre que ya no publicaría en Facebook y dejado una dirección de correo electrónico para que sus amigos pudieran ponerse en contacto con él. Ahora Laura tenía esa dirección de correo electrónico y no lo dudó... escribiendo el siguiente texto en un correo electrónico: «¿Eres el Stephen que fue adoptado por Sean y Tanya? Si es así, soy tu madre biológica y llevo esperando 23 años y 8 días para hablar contigo». (Los nombres de los padres adoptivos de Stephen se han cambiado para proteger su intimidad).
"Envié el correo electrónico, y por la mañana tenía una respuesta esperando: «Sí, soy el Stephen adoptado por Sean y Tanya, ¡y he pensado en ti durante 23 años y 9 días! Eres un regalo de cumpleaños tardío maravilloso para mí». (Acababa de cumplir años.) ¡No te puedes imaginar mi alegría! A través del correo electrónico quedamos para hablar por primera vez esa misma tarde", recuerda Laura.
Ese día fue a trabajar con ganas de repartir puros. No resistió el llamar a la familia, ¡estaba tan emocionada! Llamó a su hermana María y hablaron brevemente. Estaba muy emocionada. Después de colgar, la hermana empezó a buscar en Google encontró una inesperada foto de Stephen y le envió el link a Laura… "Pinché en el enlace, había una foto de un joven apuesto que se parecía mucho a mi antiguo novio y a mi hijo mayor. Llevaba una camisa negra y un alzacuellos de cura. Stephen estaba en el seminario. Recuerdo que mi primer pensamiento fue: «¡Qué lástima, va a ser cura!». (No sé por qué pensé eso.) Luego reaccioné y me dije: «¡Vaya, va a ser cura! ¡Qué guay! ¿No me da eso un pase libre al cielo o algo así, ser la madre de un cura?»".
Primer encuentro
El día transcurrió sin casi poder controlar su ansiedad. A las 5:01, Laura salió corriendo del trabajo, cogió el teléfono y se sentó en la cama a esperar la llamada del hijo que había dado en adopción. Entonces sonó el teléfono y hablaron durante tres horas.
Pasaron el siguiente mes y medio en estrecho contacto, casi diario. Durante ese tiempo, Laura puso en contacto a Stephen con su padre biológico, lo que también fue algo maravilloso para ambos. Hicieron planes para conocerse en persona por primera vez en Acción de Gracias. Él estaba en Maryland, en el seminario, y ella en Washington, e hicieron planes de volar a casa (ella a Michigan y él a Indiana), y luego encontrarse a medio camino entre la casa de sus padres y la de Laura. Increíblemente, él se había criado a unos 40 minutos de donde ella vivía en Michigan. Stephen eligió el lugar de encuentro: la Gruta del campus de la Universidad de Notre Dame.
Una vez en el campus de Notre Dame, Laura estaba tan nerviosa que tardó un poco en encontrar la Gruta, así que llegó unos minutos tarde… "Recuerdo que al doblar una esquina vi la Gruta y luego a un hombre delgado arrodillado frente a ella. Stephen me oyó acercarme, se levantó y se dio la vuelta. No podía creer que estuviera delante de mí, y me sentí extasiada y conmocionada al mismo tiempo. El largo sueño había terminado; ¡por fin era realidad!", confidencia.
Luego de un abrazo interminable subieron al coche de Stephen y el la llevó a todos los lugares significativos de su vida y a la hora de comer fueron a casa de sus padres donde Laura fue recibida con abrazos y lágrimas.
Mamá, Dios te ama mucho
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Cuando ya habían pasado algún tiempo juntos, Stephen comenzó a decirle a Laura: «¿Sabes, mamá?, Dios te ama mucho». Al principio, ella respondía pasivamente con un: «Sí, lo sé». Había crecido como católica, asistido a catecismo y recibido los sacramentos, pero no iba a menudo a misa, ni frecuentaba el sacramento de la reconciliación; tampoco era muy devota.
Sin embargo, Stephen seguía repitiéndole: «Dios te ama tanto, mamá. Ni te imaginas cuánto». «¡Sí, lo sé, gracias!», respondía ella. "Llevó un tiempo, pero Stephen fue diligente y en algún momento, cuando repitió su mantra, recuerdo que me detuve un momento y pensé: «¿Eh, de verdad? ¿Es realmente posible? ¿El Creador de todo el universo, el que creó las estrellas, realmente se preocupa por mí? ¿Cómo es posible? Soy un ácaro de polvo en el vasto esquema de las cosas. No soy nada, o estoy tan cerca de serlo, que no debería importarle al Creador. ¿Cómo es posible?»".
La primavera siguiente Stephen la invitó a visitarlo en el Seminario y así ocurrió. Una noche fueron a cenar con un amigo de su hijo, que también estaba en el seminario. Y el amigo les regaló la historia de su conversión. Había estado trabajando como informático, y en un momento dado sintió que Dios le llamaba a tener una relación con él. Pensó: «Si quiero conocer a mi Creador, si quiero saber a qué me llama, necesito pasar tiempo con él. Necesito ir a la iglesia más de una vez a la semana, todos los días si puedo».
Al escucharlo se vinieron a la mente de Laura las palabras que le repetía su hijo Stephen y por primera por primera vez sintió que sí, que Dios la amaba a ella de manera personal. Entonces comenzó la conversión de Laura… "Hice lo mismo que el amigo de Stephen: Empecé a ir a misa lo más a menudo posible. Le pregunté a mi jefe si podía entrar a trabajar temprano y luego salir para ir a la misa de las ocho. Recuerdo que hizo un comentario sarcástico, algo así como que no quería ser la razón por la que yo fuera al infierno, y luego dijo que podía".
El plan de Dios
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Con el paso de los meses ocurrió el renacer espiritual de Laura y una tarde, en la quietud de su habitación repasó su vida, el vínculo con Dios.
"De niña, recordaba haber sido tan fiel y no haber tenido dudas. Recuerdo estar sentada en la iglesia con mis padres, hermanos y abuelos. Recuerdo ver la luz de la ventana brillando justo sobre mí y sentir que Dios me miraba directamente. Recuerdo que crecí y me alejé de él y no lo veía por ninguna parte. Pensé en cuando era adolescente y me encontré embarazada. Recuerdo ir a hacerme «la prueba de embarazo gratuita» y cómo me sentí cuando me dijeron los resultados. Recuerdo el miedo a decírselo a mis padres y a mi novio y la vergüenza de enfrentarme a sus padres. Recuerdo las dificultades que rodearon al embarazo. Recuerdo el parto, tenerlo en brazos y luego entregarlo. Recordé los sentimientos de dolor y pérdida durante nuestros 23 años separados, y pensé en la alegría abrumadora de nuestro reencuentro… cuando Stephen me dijo que Jesús me había amado toda mi vida, y llegué a creerlo...
Mi vida ha sido una cruz que me ha llevado hasta donde estoy hoy. Exactamente donde él quería que estuviera. Donde él planeó que estuviera. Ahora tengo la dicha de dirigir un grupo de jóvenes. Tengo la alegría de haber bautizado a mis hijos. Tengo la alegría de ser carmelita de la Tercera Orden. Tengo la alegría de contar esta historia a los demás, con la esperanza de ayudarles a ver su camino. Y cuando la gente me da las gracias por enseñar a los niños sobre Jesús o por abrazar el camino carmelita o por cuidar de sus hijos, me siento tonta. No soy yo. Todo lo que hago ahora es vivir el plan que Él ha establecido para mí. Ahora lo entiendo".